En todos los partidos hay enfrentamientos. En todos se producen guerras internas por conseguir el liderazgo y marcar las riendas. En el PP no falta ese particular cruz de navajas que decía la canción aunque ellos la camuflen de ‘discrepancias’. Pero hay navajas, catanas y todo lo que quieran poner sobre la mesa. Ahora vuelven los temporales y asoman cabeza los que estaban callados. Lo hacen como por casualidad, pero en política las casualidades no existen. Y en el PP mucho menos.
En la sede de Ainara se cuece demasiado rencor, mezclado con ansias de poder. El cabeza visible actual se lanzó a la palestra dejando caer que seguiría al frente del proyecto. Todavía no hay una confirmación oficial pero, de esta manera, asomaba la cabeza para calmar los movimientos hechos en la mesa de ajedrez.
Vivas y sus cercanos pueden asegurar ante los medios de comunicación que nadie quiso mover al rey, pero saben en su intimidad que eso no es cierto y que incluso hubo quienes giraron visita para advertirle de que su tiempo había terminado. La clave no está en que lo hicieran, sino en quiénes eran las personas que consideraban que ahora era su momento.
El PP tiene un gran problema. Sus dirigentes nunca han sido claros y han dejado que las heridas abiertas cerraran de mala manera, generándose cada vez más grupos o corrientes (como quieran llamarlas) que a su vez se enfrentaban con más y más. Ahora una ve a los últimos acompañantes de Vivas, etiquetados como ‘nuevos’, y tiene que mirar hacia atrás para comprobar en qué época fueron defenestrados del partido y en qué momento vuelven a asomar cabeza mediática. En el fondo no deja de ser divertido, son los aires que van y vienen en un momento marcado por demasiadas encuestas, incógnitas, líneas de pensamiento tremendistas, miedos... A la sede de Ainara solo le falta algún personaje de ‘La que se avecina’ para colocarse la guinda.