Desánimo. Se palpa. Se ha convertido en un sentimiento intenso, denso y profundo que ocupa todo el espacio emocional. La gente, abatida y resignada, vive en un lánguido y prolongado lamento que nadie es capaz de transformar en energía positiva. El descreimiento anula la voluntad. Oyendo la constante murmuración se diría que cuanto está sucediendo es fruto de una plaga bíblica, ajena a la responsabilidad de gobernantes y gobernados. Es la mejor manera de mantener idiotizada a la población.
Ceuta, por su pequeño tamaño, es un perfecto laboratorio sociológico en el que es posible estudiar fenómenos curiosísimos que se producen en nuestro aberrante sistema político. No hay más que oír el sonido de la calle. Aquí existe una amplísima mayoría de votantes del PP perfectamente identificados (entre otras cosas porque procuran alardear de ello públicamente en un intento de gozar de los favores que tal condición les proporciona). Un pensionista se quejaba amargamente de su imposibilidad de hacer frente al nuevo coste de los medicamentos con sus modestos ingresos. Era la misma persona que hace menos de un año se desgañitaba luciendo una flamante escarapela pidiendo el voto para el PP. Un trabajador del sector de comercio, militante del PP desde hace muchos años, se mostraba indignado ante un despido inesperado sin apenas indemnización. Otro, éste de hostelería, se preguntaba con desazón por qué no se renueva su convenio colectivo (tienen el sueldo congelado hace tres años), ante la posibilidad de que expire en apenas siete meses desvaneciéndose todas las ventajas acumuladas en los últimos veinte años.
Un empleado público, interventor del PP en una mesa electoral, rumiaba su frustración por la supresión de la paga de navidad, con la que tenia la intención de pagar la (costosa) matrícula de la universidad de su hijo. No van a la zaga los pequeños empresarios. Uno de ellos, de derechas de toda la vida, se plantea cerrar el negocio ante la falta de apoyo del Gobierno. Es una pequeña muestra de la oleada de tragedia que asola la vida de miles de ciudadanos.
Muy significativa. La cruel paradoja es que los causantes de esta ruina sin precedentes en la historia democrática de España son, precisamente, sus propias víctimas. Ellos solitos, con su voto irresponsable, han logrado poner en manos del poder económico más despiadado la más poderosa máquina de destrucción de derechos sociales, jamás conocida.
El desasosiego y la inquietud nos llevan a una ineludible reflexión. ¿Hasta que grado de perversión hemos llevado nuestra falsa democracia que la mayoría social ha corrido enfervorizada a destrozarse a sí misma? ¿Qué puede inducir a gente humilde a entregar lo único que tienen (su voto) a quienes tienen como objetivo político primordial aniquilarlos?
La fértil marea de trabajadores, que sostiene este país con su esfuerzo, debería entender que los partidos políticos que representan el orden establecido (PSOE y PP), son en realidad el disfraz democrático de quienes detentan el poder auténtico.
El que domina, explota y esclaviza. El que suelta la cadena en la medida que le interesa. El que aprieta y ahoga según su beneficio. Las reglas de la historia no han cambiado en lo sustancial. La humanidad avanza en una eterna batalla por la justicia entre oprimidos y opresores.
El truco de nuestro tiempo, de consecuencias dramáticas que estamos sufriendo ahora, es que han hecho creer a una gran parte de la clase social más desfavorecida que están en otro sitio. Los han desclasado con cuatro migajas de comodidad provenientes de la excrecencia derivada del progreso tecnológico.
Nos quieren seguir durmiendo con cuentos. Es hora de despertar. No es verdad que no haya otro camino. No es verdad la impotencia. Debemos volver a las raíces. Tomar conciencia de que somos quien somos. Sólo tenemos nuestras manos, nuestra voluntad y nuestra ilusión por hacer un mundo más justo y solidario. Suficiente.
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