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Las historias enterradas cobran vida a través del teatro más social

El mundo está repleto de historias que merecen ser escuchadas. Historias silenciadas. Historias oprimidas. Historias enterradas. Historias que se olvidan pero que son dignas de poner en conocimiento de la sociedad y que cambiarían a más de uno. “Abandoné Guinea para tener una vida mejor. Cuando murieron mis padres tuve que salir para cambiar la vida de mis hermanos”, comenzaba a relatar Soufian frente a un micrófono entre un Auditorio en penumbra que hacía esfuerzos para contener la respiración. El silencio inundaba esa gran sala que tan solo había comenzado a adentrarse a conocer la cruda realidad de las historias de la inmigración. Historias muy distintas, porque los motivos se enumeran en decenas. Historias individuales, historias que sangran pero, al fin y al cabo, historias que muchos no quieren escuchar y ayer tuvieron la suerte que cientos de estudiantes de Secundaria y Bachillerato de diferentes centros de la ciudad ejercieron como unos oyentes dignos que, queriendo o no, terminaron implicándose con ellos. Historias como las de Soufian, Ismael o Maguisu fueron las que proyectó sobre escena la obra de teatro social ‘Y estos ¿quiénes son?’. Un proyecto liderado por los investigadores Manuel José López y Hamed Abdel-Lah Alí y que contó con la participación de cuarenta y ocho personas, de entre ellos veinte fueron menores de La Esperanza, y los veintiocho restantes, estudiantes del Grado en Educación Social de la Universidad de Granada. El objetivo no fue otro que acercar el fenómeno migratorio a las aulas para concienciar, sensibilizar y derribar posibles mitos y prejuicios desde edades tempranas. En otras palabras, que estos estudiantes conozcan, a través de estos cuentos, cuál es la historia que hay detrás de esa persona migrante con la que se cruza cualquier día por las calles de la ciudad. Y, probablemente, una vez cruzasen de nuevo las puertas del Auditorio en dirección a sus hogares, su concepción fuese totalmente diferente, porque estos jóvenes amateurs conmovieron y removieron conciencias. Los aplausos se sucedieron por doquier. Las risas se desataron con los alumnos despistados que se sentaban en ese aula ficticia del CETI que se dibujaba sobre el escenario, y las lágrimas fueron imposibles de oprimir cuando Ismael contó y materializó cómo vivió el asesinato de su mejor amigo, o cuando Maguisu fue violada por su tío. Dicen que el teatro y el arte en general nos permite conocer y comprender situaciones que no hemos experimentado en primera persona. Es ese ‘ponernos en la piel del otro,’ probablemente la clave del desarrollo de nuestra competencia intercultural y pocas actividades tienen el poder del teatro para hacernos vivir sensaciones y emociones que trascienden nuestra realidad para ayudarnos a crecer y a entender. Una labor que ayer estos jóvenes aficionados cumplieron con creces.

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