Opinión

Crónica de una fuga anunciada

Todo estaba planeado minuciosamente. Los detalles, las personas que intervendrían, los mapas, escondrijos, calles, acompañantes, policías, próceres de la patria y 50 escoltas que irían de incógnito con una gorra de paja en la cabeza.

Era una cuestión de Estado, cualquier contratiempo pondría en peligro al mismísimo gobierno de la Nación.

En el palacio presidencial se fueron reuniendo los más de 200 cómplices de la fuga coordinados por los servicios de inteligencia, la Junta de Jefes del Estado Mayor y el colegio de arquitectos que analizaría los planos de la ciudad con una precisión extraordinaria y milimétrica.

Hubo más de 50 reuniones verificadas por Zulema Santa Helena, mujer de memoria prodigiosa y clarividente. Zulema había trabajado de detective toda su vida. Aficionada a casos extraños por deformación profesional, fue anotando en una libreta comprada en los chinos los hombres y mujeres que frecuentaban el mismo sitio llevando peluca. Lo habló con los municipales bajo la sospecha extraña de los peluquines comprados en Waterloo. Lo llegó denunciar a los mossos pero éstos llamaron al hospital y se personaron facultativos de salud mental para amarrarla con una camisa de fuerza.

Segismundo Rapaz, que así se llamaba el escapista, desaparecería en un visto y no visto bajo la mirada de cientos de ojos que esperaban nerviosos “la fuga del Señor Rapaz”.

El día señalado, todo dios sabía que el futuro fugado acudiría a dar un mitin para arengar a las masas. Antes de subir a la tarima se le vio corriendo con cara de circunstancia. El Honorable Segismundo había entrenado en los San Fermines y en los bous a la mar para saber driblar a cualquier morlaco.

Desde la capital se decidió elegir el día “8 de agosto” aprovechando un acontecimiento político que tendría al personal pegado a la radio y a la televisión.

Todos los implicados juraron silencio bajo la Biblia o la Constitución; de otra forma habría sido en vano. El día de autos, ni el Gobierno de la nación, ni los dignatarios regionales, ni los consejeros salientes, ni la Policía Nacional, ni los mossos abrieron la boca. Así estaba mandatado.

El discurso duró 5 minutos. Se disponía de 90 segundos para que la seguridad dejara de hacerse la sueca y tuviera que intervenir sin más remedio.

El molt honorable Segismundo, escondido en los bajos de un automóvil , dejó sin respiración a millones de personas que vieron el milagro en todas las cadenas. Consiguió definitivamente poner pies en polvorosa y tomar las de Villadiego.

Las malas lenguas cuentan haberlo visto echando unos vinos con el Dioni, el pequeño Nicolás y un rey emérito en los Emiratos Árabes.

Iker Jiménez está preparando un programa especial para verificar que este era uno de los tres misterios de Fátima.

Yo estoy por que de misterio poco tiene, más bien algo parecido al tocomocho.

La Real Academia de la Lengua incluirá en el nuevo diccionario la expresión “hacerse un Segismundo” y dejar perplejo a todo el mundo. Mi tía Domitila, muerta de risa, dice no haber visto nada igual en sus 150 años de vida.

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