Se van acercando inexorablemente las vacaciones navideñas y, ¡ay, caramba!, que dirían en México, surprise, surprise, Pixar nos trae de estreno su gran apuesta anual para alegría de John Lasseter, que falta le va haciendo en los convulsos últimos tiempos que vive. Sin comentarios al respecto…
Resulta toda una paradoja, simple casualidad, eso sí, que la primera película de este sello en la era Trump fije la vista en su agraviado país vecino. El caso es que la cinta se atreve a ir más allá de la famosa festividad mexicana del Día de los Muertos, tema archisocorrido, moviéndose en el terreno delicado de la palabra muerte con delicadeza y naturalidad. Se trata de la original historia de un niño cuyo innegable talento artístico es reprimido por sus familiares y por algún que otro esqueleto en el armario.
Las aventuras del protagonista se desarrollan por la Tierra de los Muertos más tiempo que por la de los vivos, y los momentos de comedia ligera y blanca marca de la casa no evitan que haya que advertir que no estamos ante una película para niños demasiado pequeños que tengan dificultades para asumir ciertas realidades de la vida con la perspectiva que te da un mínimo de edad.
Pero sobre todo, más que sobre la vida, la muerte o la familia, que también, esta película va sobre el recuerdo hacia los seres queridos, sobre afectos imperecederos que acompañarán a cada uno mientras le rija la memoria.
Con el acierto de su estreno en español latino, nos llega una obra más o menos para todos los públicos que también más o menos mantiene su nivel de interés durante todo el metraje, si bien es cierto que lo realmente poderoso en esta cinta es el músculo del alarde técnico: cuesta sin duda mucho dinero, trabajo y tiempo ver cómo los mejores especialistas logran plasmar de la nada las imágenes de unas arrugas de una anciana muy anciana que parecen tan de verdad que dan ganas de tocarlas, o un agua tan real que te hace frotar los ojos. Si los Lumiere levantasen la cabeza, no se creerían los retos que su legado plantea y logra en el siglo XXI…
Coco es pues, en suma, una película con ciertas contradicciones, que no despertará por igual la misma sensación en cada espectador y que se erige, nada nuevo en el frente, como la mejor posibilidad de cine en familia de las dilatadas vacaciones. Siempre Disney. No nos faltará al abrigo de la intimidad en la penumbra de la sala un momento dedicado a algún ser querido que ya solo habita en nuestro corazón, que es precisamente aquello que honra el Día de los Muertos, que por estas latitudes nos parece un poco marcianesco. Pero digo yo que si hemos adoptado el esperpento de Halloween, podremos meternos por un rato en la piel de unos coloridos y nostálgicos hermanos mexicanos, ¿no?
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