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Crisis energética y patriotismo errado

Los acontecimientos que se están viviendo en algunos países árabes han modificado de manera sustancial el panorama mundial. Entre las causas que se apuntan para el estallido de las protestas en los países ribereños del Mediterráneo, además de los insostenibles regímenes políticos que oprimen a sus ciudadanos, se ha señalado como un factor importante en cuenta el incremento del precio de las materias primas básicas, en especial de los alimentos. Esta subida espectacular del precio los alimentos hay quienes la achacan a la especulación de los mercados, mientras que economistas de la talla de Paul Krugman establecen una relación inequívoca entre el incremento de los precios de los alimentos y el cambio climático, causante de una merma significativa en las cosechas de productos tan básicos como el trigo. Con independencia de las causas es innegable que detrás de estos brotes de rebelión subyace una grave crisis alimentaría que afecta, una vez más, a los pobres del planeta. La gente tiene hambre, las tarifas de servicios tan elementales como la luz, -caso de Marruecos-, han experimentado una subida de 70 u 80 %, y la respuesta no puede ser otra que echarse a la calle para protestar y exigir un cambio en la política de sus respectivos países.
Las revueltas en el norte de África tienen como principales protagonistas y sufridores a los habitantes de estos países. Y ellos deberían ser el centro de la preocupación y el apoyo de la comunidad internacional. Sin embargo, los países llamados occidentales andan más bien preocupados, y no les falta razón, por las consecuencias económicas de estos levantamientos populares. La más notoria es el imparable aumento del precio del petróleo que se inició durante la revuelta de Túnez y que se ha disparado cuando la rebelión ha llegado a Libia, un país clave en la exportación de petróleo y gas hacia Europa, entre ellos a España. Como consecuencia, nuestro país, dependiente al 80 % de las importaciones de fuentes energéticas, se ha movido en dos direcciones: coger el primer avión con destino a suministradores alternativos a Libia, caso de Quatar o Emiratos Árabes; y acto seguido, activar un plan de actuación, con varios niveles de alerta, ante la crisis energética que se nos ha venido encima.
El plan anunciado por el gobierno nos ha cogido desprevenidos a todos. En primer lugar, porque no sabíamos ni que existiera. Y en segundo, porque siguiendo la tradicional improvisación del actual ejecutivo, primero anunciaron una serie de medidas efectistas como limitar la velocidad máxima a 110 Km/h en autopistas y autovías, y luego nos hemos enterado que estas iniciativas forman parte de un plan que hasta ahora permanecía oculto a la opinión pública. Esto nos hace sospechar que el Gobierno sabe desde hace tiempo que esto tarde temprano iba a suceder y que, lejos de lo que la mayoría de los medios de comunicación quiere hacernos creer, no se trata de un crisis coyuntural sino la constatación de que hemos alcanzado el cenit de la producción mundial del petróleo, el conocido como Peak Oil (recomendados la consulta de la siguiente página web: http://crashoil.blogspot.com). Este punto supone el fin definitivo del petróleo barato y el inicio de una curva descendente en la extracción de combustibles fósiles con todo lo que ello supone para la economía y nuestro actual modo de vida.
Algunos países, como el Reino Unido, llevan tiempo trabajando para prepararse ante el inminente Peak Oil. De hecho, hace escasas semanas, se presentó en la Cámara de los Comunes un informe redactado por “The Lean Economy Connection” y auspiciado por una Comisión Parlamentaria específica sobre este delicado asunto, en el que se proponen una serie de medidas para hacer frente al Peak Oil. Esto se llama previsión y no a la que estamos acostumbrados en España. Como contraste, aquí en España se puso en marcha el denominado “Plan E de Economía Sostenible”  que se ha destinado a todo menos a la sostenibilidad. Los ayuntamientos, en vez de invertir este dinero en acciones para el ahorro energético, han seguido haciendo lo único que parece saben hacer: cambiar aceras y renovar el mobiliario urbano.  En Ceuta, además de cambiar todas las aceras que fuera posible, el gobierno de la Ciudad, ante la crisis que se nos ha venido encima, anunció a bombo y platillo, allá por el 2008, la aprobación de un Plan de Austeridad y Contención del Gasto.  Entre las distintas áreas de acción que figuran en el citado Plan, se proponían una serie de medidas específicas en relación al consumo de energía eléctrica. Entre ellas se especifica la realización de auditorias energéticas y un Plan de ahorro energético, la identificación de los principales focos de consumo energético municipal, la instalación de sistemas de regulación del nivel luminoso, así como la implantación de Sistemas y técnicas de ahorro energético, la modernización de las redes de alumbrado público (sustitución masiva de bombillas por otras de menor consumo y mayor rendimiento) e incluso se incluía una de nuestras demandas de los últimos tiempos, la restricción de la iluminación ornamental de los edificios públicos. Sobre el cumplimiento de éstas y otras medidas de ahorro energético, todas ellas acertadas y convenientes, preguntamos al gobierno de la Ciudad por escrito y hasta la fecha no nos ha contestado. Este hecho, junto con  la comprobación de que el consumo eléctrico en la ciudad ha vuelto a subir en 2010 por encima de la media nacional (un 3,9 %, según datos de la Red Eléctrica Nacional) y la  constatación, que todos los ciudadanos podemos hacer, de que lejos de reducirse el gasto en iluminación superflua, éste no ha dejado de incrementarse con el aumento de los edificios decorados con luces ornamentales, nos lleva a declarar que el aludido Plan de Austeridad y Contención de los Gastos ha sido un nuevo ejercicio de propaganda política. Al menos en lo que se refiere al capítulo de medidas de ahorro energético.
Las razones que justifican la incoherencia que supone anunciar una batería de acciones tendentes al ahorro en el consumo energético para luego no llevarlas a la práctica tendrá que explicarlas el propio gobierno de la Ciudad. Desde Septem Nostra somos de la opinión de que la reticencia  de la Ciudad Autónoma a la hora de adoptar medidas eficaces para el ahorro energético y, en general, para apoyar cualquier contención en consumo de recursos, tiene profundas raíces ideológicas. El partido que sostiene el gobierno de la Ciudad defiende abiertamente el neoliberalismo económico que desde siempre se ha opuesto de manera enérgica a cualquier decisión política que puede constituir un límite a lo que llaman “el normal desarrollo de la economía”. Para quienes defienden este modelo económico todos los cambios “hacia arriba” en magnitud son signos de progreso, ya sea en consumo de energía, en número de habitantes, en viviendas construidas, en venta de coches, etc…, sin importarle los más mínimo las consecuencias medioambientales ni socio-estructurales. La resistencia a establecer ciertos límites racionales parte de la creencia de que esas limitaciones son esencialmente arbitrarias, por el hecho que proponen “reducir la oportunidad económica”, o lo que es lo mismo, la oportunidad para unos pocos de hacer ganancias aún a costa de esquilmar los cada vez más reducidos recursos del planeta.
Un ejemplo del pensamiento neoliberal, en pura esencia, lo podemos encontrar en el último artículo del Sr. Francisco Olivencia, dedicado a comentar las medidas del Gobierno para el ahorro energético. Su artículo comienza con una crítica al, según su entender, afán prohibitivo del Gobierno en asuntos como el consumo del tabaco en espacio públicos o la limitación de la velocidad en las carreteras españolas debido al alza en el precio de los carburantes. Tampoco parece gustarle al Sr. Olivencia la sustitución de las bombillas tradicionales por las de bajo consumo o las reducciones en el alumbrado público y en los edificios. Según su punto de vista, las campañas de sensibilización que quiere llevar a cabo el Gobierno para incentivar el ahorro de energía no son otra cosa que “un redoblado empeño en cambiar nuestros hábitos y modos de vida para imponernos su progresía”. Hasta aquí, el Sr. Olivencia sigue a la perfección los principios neoliberales y conservadores que defiende sin complejos el Partido Popular en nuestro país. Pero donde se ha superado el Sr. Olivencia, y lo decimos con todo nuestro discrepante respeto,  ha sido a la hora de esgrimir principios de “dignidad, e incluso de patriotismo” para rechazar cualquier esfuerzo en la reducción de la iluminación nocturna, vaya ser que nuestra ciudad brille menos que alguna de las cercanas localidades marroquíes.
La forma en la que se entiende el concepto de la libertad es básica en la definición de los distintos tipos de regímenes políticos que se han dado desde el origen de la humanidad. Resulta como poco curioso que dos sistemas políticos en principio tan dispares como el anarquismo o libertarismo y el liberalismo coincidan en su oposición a cualquier tipo de prohibición sobre su esfera privada que proceda de una instancia superior, llámese Estado o cualquier otra modalidad de poder centralizado. No nos debe de extrañar que en este contexto de necesidad de adoptar medidas impopulares, surjan voces del Gobierno que tilden a la postura de oposición a cualquier medida de ahorro que mantiene el Partido Popular de “anarcoide” (el Ministro José Blanco dixit).
La democracia, tal y como la entendemos nosotros, se basa en la renuncia consciente y voluntaria a parte de nuestra libertad individual, supeditándola al interés general. Una libertad que se encuentra siempre en equilibrio inestable con la necesidad. De modo que  un mayor grado de libertad o independencia suele ser indicador de menos necesidad. Pues bien, en España nos encontramos en una situación de clara dependencia energética al depender casi al 80 % de las importaciones de petróleo de terceros países. Por tanto somos un país que necesita para recuperar parte de su libertad avanzar en el camino de la reducción de nuestra dependencia energética. Y esto sólo es posible por dos vías: la sustitución progresiva y urgente de los combustibles fósiles por fuentes de energía renovable; y la implementación de un ambicioso plan de ahorro y eficiencia energética. La consecución de este último objetivo pasa por hacer importantes sacrificios en nuestros hábitos y modos de vida. Unos cambios que van a llegar gusten o no al Sr. Olivencia y a todos los que piensan como él, de la mano de una drástica reducción de las materias primas imprescindibles para el mantenimiento del modo de vida occidental derrochador e insostenible desde que empezó la explotación masiva de los pozos petrolíferos. A todos ellos les animo a informarse sobre el Peak Oil y el fin del petróleo barato que ayer mismo ha asumido una fuente tan alejada de la “progresía” como el Banco de Santander, en su último boletín financiero.
El verdadero patriotismo consiste en huir de visiones cortoplacistas; en dejar de nadar plácidamente en la demagogia política mientras nuestro país se hunde; en estar a la altura de las circunstancias y apoyar al país cuando lo requiere; en abandonar visiones conservadoras que suponen un freno a cualquier avance hacia la sostenibilidad y uso racional de los recursos naturales; en situar como referente para comparar nuestra política ambiental no a países subdesarrollados, sino en aquellas naciones que se encuentran a años luz de España en el desarrollo de sus políticas ambientales; en definitiva, en abandonar los principios económicos que han llevado a la humanidad a una profunda crisis económica y ecológica.
Si alguna ciudad española requiere adoptar medidas urgentes para conseguir un sustancial ahorro energético es Ceuta. Nuestra dependencia del petróleo es absoluta. Desde la generación de la energía eléctrica, pasando por el transporte vía marítima de todos los productos que se consumen en la ciudad, hasta la producción de un recurso tan básico con el agua serían imposibles sin contar con combustibles fósiles. Aquí no contamos con fuentes de energía renovable y además somos una isla energética, con lo que la única posibilidad que nos queda para favorecer la viabilidad de esta ciudad es hacer un gran esfuerzo en el ahorro y la eficiencia energética. El señor Olivencia, que tiene buena pluma y también sensibilidad para apreciar desde el esfuerzo de una bailaora de flamenco por agradar sin medios, a su querido animal de compañía o realizar una semblanza sentida y sincera de una Ceuta que ya no existe, tendrá que reconocer que en estos temas necesita más información y menos adoctrinamiento político, esta sencilla mezcla de seguro que le permitirá opinar con más juicio y responsabilidad sobre temas muy transcendentales.
Por una vez exijámonos a nosotros mismos la misma solidaridad que solemos reclamar al resto de país para que nos ayuden a superar los graves problemas derivados de nuestras “singularidades”. No podemos seguir reclamando la solidaridad de los demás cuando el sacrificio que otros hacen en colaborar en el sostenimiento de esta ciudad, gracias a sus impuestos en España o Europa, son impunemente despilfarrados por unos gestores políticos instalados en el populismo, la irresponsabilidad, la ignorancia, la demagogia y el esteticismo más cateto y rancio. En Ceuta, más que en ningún otro lugar de España, necesitamos unos políticos con suficiente capacidad de liderazgo para conducir a nuestra ciudad por la senda de la sostenibilidad, con la suficiente lucidez para entender el delicado estado en el que nos encontramos y la fuerza moral y ética para tomar decisiones impopulares.
Para nuestra desgracia carecemos de la creatividad literaria para escribir versos tan ocurrentes como los del Sr. Olivencia, pero aún así no nos resistimos a la tentación de proponer el texto de una placa que podría sustituir en un futuro no muy lejano a la que proponía el insigne y reputado colaborador de este periódico. Dice así:
“Por mi antigüedad y belleza
la gente me admiraba
sin discusión,
Hasta que un día decidieron
ponerme luces de neón.
La crisis energética y ecológica
llegó y nadie quiso apagar
el interruptor,
La estupidez humana
fue nuestra perdición”.

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