Opinión

La creciente confluencia de intereses militares y diplomáticos entre Rusia e Irán

El conflicto bélico que meses después se alarga entre Rusia y Ucrania, emplaza de modo colateral en el centro de atención a actores geopolíticos de la talla de la República Islámica de Irán, que como es sabido es un importante productor de petróleo y gas natural. Pero no más lejos del aliciente energético que ostenta, también se encuentra el que corresponde al programa nuclear. Irán y el llamado Grupo P5+1, integrado por Estados Unidos, Rusia, China, Gran Bretaña, Francia y Alemania, parecían evolucionar desde la última etapa de 2021 en el restablecimiento del Acuerdo Nuclear de 2015 y que dispone el análisis exterior del programa nuclear iraní con propósitos pacíficos.

Toda vez, que la incursión militar rusa a Ucrania emprendida el 24/II/2022 y las consiguientes rigideces ruso-occidentales, contempladas como las más graves desde la finalización de la Guerra Fría (1947-1991), han producido un repentino giro a este escenario fluctuante. Y es precisamente aquí, donde emerge el rastro de Irán en el tablero geopolítico y energético global.

Por otro lado, tras la inhabilitación del pacto nuclear con Irán en 2018 por parte de la Administración de Donald Trump (1946-76 años) y la recalada a la Casa Blanca en los inicios de 2021 de Joe Biden (1942-80 años), conjeturó un desafío por reanudar la diplomacia. Apuesta irremediablemente supeditada por el engranaje habido del P5+1 con Rusia tras la invasión a Ucrania, que ha zarandeado los intereses energéticos generales, poniendo en la palestra la disposición de Estados Unidos y Reino Unido de impedir las importaciones de petróleo ruso.

El ostracismo con el que el Viejo Continente presiona a Moscú, exige a los rusos a explorar otras vías con las que continuar desplegando su industria y sacar partido a las exportaciones que la Unión Europea intenta sortear con cada paquete de sanciones impuesto. En este entorno, Rusia avista a Irán como una de las alternativas más sugestivas poniendo en movimiento su maquinaria para ajustar los nexos que aúnan a los del Kremlin con Teherán, porque a la comercialización de armamento militar iraní, hoy en día se articulan otras operaciones en la parcela energética.

En cierta manera y sobre el papel, Irán no debería abarcar un especial afán por sentarse a negociar con Rusia la importación de gas, ya que cuenta con valiosas reservas de gas y petróleo, algunas de las más amplias del planeta. Realmente, ¿por qué habría de ponerse a acordar con el Kremlin la adquisición de otros recursos energéticos? El esclarecimiento de esta realidad es tan simple como reiterado: un bien explotado constantemente se puede aprovechar todavía más. E Irán, aun siendo un país exportador de primerísimo orden, quiero serlo mucho más, modernizar sus infraestructuras y estar capacitado para ganar más dinero, si cabe, gracias a sus propias posesiones.

Y es que, esta coyuntura exclusiva no podría ser más satisfactoria para ambos, dentro de la cadena de sanciones a las que tanto Rusia como Irán se ven sometidas. Irán precisa del apoyo incuestionable de Rusia para optimizar sus instalaciones, y a Moscú le hace falta un cliente de este calado.

Era cuestión de tiempo que tarde o temprano apareciese una aproximación que, aunque se acreciente más en este período, Moscú se compromete a arrimar el hombro desarrollando los campos de gas iraníes de North Pars y Kish, así como en otras seis zonas petroleras. Lo único que problematizaría esta rentable iniciativa es la batería de medidas punitivas de los veintisiete. No obstante, estos dos estados entrevén de forma comparativamente sencilla esquivarlas y apremiar a la Unión a estar en manos del gas derivado de Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Estados Unidos.

De ser así, el imaginable repecho del importe del gas sería aún más implacable de lo que se supone, sobre todo, tras la mención de cortar la producción de barriles de crudo en dos millones al día por parte de la OPEP+.

“Menguado a menos en muchos territorios del mundo, aquel inabarcable Imperio ruso y más tarde, aquella inexpugnable Unión Soviética, hoy Rusia, se ha visto forzada a encaminarse en alianzas que en tiempos pasados jamás habría dado por satisfechas: una de ellas, su aparatosa conexión con Irán”

Pero con anterioridad a lo anteriormente referido, es preciso retroceder en el tiempo de la historia de Irán, salpicada por tensiones interiores y foráneas dentro de sus políticas, con lo que demuestra su antioccidentalismo radical y vehemente, así como la firme salvaguardia de algunas de sus tradiciones, fundamento de su teocracia.

Son dos los influjos a citar en estas líneas que se concatenan: primero, su proceder ante la guerra ruso-ucraniana y, por otro, la que atañe a la controversia que se vive a pie de calle unido a las protestas sociales con brutal represión. Sin embargo, estas instantáneas concretan la breve indicación dentro del laberinto que envuelve a Irán y que encuadra el marco inestable que subyace.

Hay que partir de la base, que tras la Revolución de 1979 con la que expiró la odisea absolutista de los Pahlevi, Irán permanece bajo el régimen teocrático chiita de los ayatolás manejado con dureza, al ser ágilmente propugnado por islamistas radicales, a pesar de la tentativa malograda de mitigarse por parte de algunos gobiernos sucesivos.

Forma de gobierno en la que se suscitó una concepción política y social antioccidental que encuentra en Occidente, o séase, la Organización de las Naciones Unidas, la Unión Europea y Estados Unidos, como los promotores del apoyo político, económico y militar proporcionado en su momento a Reza Pahleví (1919-1980), así como las discrepancias afloradas y sostenidas a la postre sobre el avance del programa nuclear, materializadas en sanciones económicas que han debilitado al pueblo iraní y las actitudes en contra del carácter islámico de su régimen.

Un Occidente que con Estados Unidos al frente, se afana y sigue ejerciendo con plante de gendarme regional, en contra de las tendencias geopolíticas iraníes con la premisa de liquidar, en defensa de sus intereses.

Todo ello, para erigirse en el líder acreditado en Oriente Medio y el Levante, en rivalidad inalterable con Turquía y Arabia Saudí. Y no solo en razón de la Guerra Fría reinante en el continente africano, resultada de la contienda ruso-ucraniana que ha avivado el rédito iraní sobre el Magreb y África Occidental, empleando el sentimiento antioccidental progresivo. Interés asentado en las oportunidades económicas ganadas y la instauración de una base presencial.

Entretanto, en el Magreb se cristaliza un nuevo eje norteafricano frente a Marruecos próximo a los Estados Unidos e Israel, configurado por Irán emparejado con Rusia, Túnez, Argelia y Mali; eje que ha sido tachado por los sunitas de los que la mayoría musulmana-iraní es chiita.

Asimismo, los intereses iraníes se han multiplicado tras el declive de las sanciones y su apertura por el aislacionismo férreo, a pesar del enfoque contradictorio de aquellos estados que lo perciben como un peligro inminente. Actores como Israel, por su respaldo a Hamas y Hezbolá; o Yemen, a los hutíes; así como Arabia Saudí, Líbano y Bahréin en cuanto al amparo que han procurado a los chiíes.

Del mismo modo, por su actuación en la guerra de Siria y el acercamiento a Irak, país de mayoría sunita y corriente religiosa opuesta tradicionalmente a los chiitas; sin soslayar, la guerra de ocho años que sostuvieron desde 1989. Estos intereses representan serias advertencias por sus vínculos con Al-Qaeda de concepción sunita, procedentes de las alianzas dispuestas en 1990, en contraste a su combate contra el Estado Islámico de inclinación chiita en Irak y Siria.

Luego, no es de sorprender el antioccidentalismo perpetuo iraní, perceptiblemente presente tanto en los componentes que permiten educar a la población como en su discurso interior, como tampoco su proximidad a Rusia en el curso del conflicto bélico actual concebido como una batalla contra Occidente, deducción por la que tal acercamiento no ha confluido en protesta social.

Con estos antecedentes preliminares, la adquisición de armas a Irán y Corea del Norte por parte de Rusia, augura una concentración gradual de intereses militares y diplomáticos entre Moscú y dos actores valorados parias internacionales. Mientras Washington culpa a Rusia de apropiarse de cantidades sustanciales de munición, además de misiles y drones modelo HESA Shahed-136, este desenvolvimiento de adquisiciones de armamento pone al descubierto los inconvenientes logísticos de Moscú en su pugna contra Ucrania.

En opinión de diversos expertos, Rusia estaría tratando de equilibrar su producción y suministro de proyectiles durante la estación invernal, al objeto de que sus fábricas ganen algo de tiempo y se pongan al día en la producción.

A juzgar por las intenciones apremiantes e insistentes del Kremlin de aprovisionarse de armas, Rusia pronostica que las hostilidades en Ucrania se prolonguen hasta bien entrado el nuevo año, desatando un torbellino de galimatías cuyas resultados son imprevisibles, pese a los innumerables reveses padecidos por sus fuerzas en el sur ucraniano y el Donbás, al este del país.

De hecho, uno de los últimos informes de los servicios de inteligencia estadounidense sobre las pretensiones rusas de obtener artillería en la República Popular Democrática de Corea, sugiere que se podría estar encubriendo las entregas de armas recurriendo a proveedores en Oriente Medio y otros estados, a su vez, que se reserva el destino de las remesas de armas, tratando de hacer creer que se envían al continente asiático o el norte de África.

A este tenor, los desmentidos de Teherán y Moscú hacen cincelar el terreno común entre dos países ensamblados más que en ningún otro tiempo por la cosmovisión antioccidental de sus dirigentes y la admisión de supuestos de conspiración, más su obstinación por recurrir a la violencia para alcanzar objetivos regionales, su economía encadenada a sanciones y su propensión por falacias oficiales.

Digamos que esta correlación de conveniencia se ha vuelto cada vez más indispensable para Rusia, que está digiriendo graves infortunios en su ofensiva particular con Ucrania y, por degradante que pueda ser ésta para un candidato a superpotencia, acude a Irán en demanda de drones y misiles de ataque, en un permisible quebrantamiento de las sanciones de la ONU que Rusia en su día firmó.

Los lazos más estrechos podrían redelinear los acuerdos regionales en las próximas décadas, ya que el Kremlin contrarresta los delicados amaños de competencia con Irán por armas y ayuda para contener la guerra, y con Arabia Saudita, el contrincante intransigente de Irán, para conservar muy por encima los precios del petróleo y desbordar la caja de Pandora en su duelo con Ucrania.

Ni que decir tiene, que las ventas de armas de Irán a Rusia imprimen una revolución sísmica, porque es la primera participación de la República Islámica en un acometimiento europeo y, segundo, este protagonismo militar infunde riesgos incógnitos para Estados Unidos, Turquía o Israel, entre otros. Siendo un apartado novedoso en las relaciones Irán-Rusia, en un desplazamiento determinante de los iraníes para inyectarse con soltura en una guerra en territorio occidental.

En otras palabras: que Irán se engarce a una potencia como la Federación de Rusia, que en el mejor de los casos quedará extremadamente atenuada y dañada, es obviamente un ofrecimiento osado y temerario.

Actualmente, la guerra ruso-ucraniana ha trastornado el orden geopolítico de manera que no se había advertido desde la caída del Muro de Berlín (9/XI/1989). A decir verdad, con incesantes amagos de un ataque nuclear, o de reproches mutuos de planes para poner en escena una bomba sucia y la muestra ascendente de que Rusia ha llevado a cabo crímenes de guerra, hacen que a nivel general los recelos de una posible guerra mundial nunca hayan estado al orden del día.

El presidente ruso, Vladímir Putin (1952-70 años) fantasea con una especie de universo multipolar en el que el alicaído Occidente sea desposeído de su proyección, mientras que él y otros tiranos puedan hacer añicos el mundo en órbitas de influencia, recogiendo recursos para enriquecerse y reivindicar lustre empírico, en tanto dejan sin resuello a la disidencia.

Tanto Rusia como el régimen iraní que últimamente se enroca ante la grieta abierta por las protestas callejeras, dilucidan sus posiciones estratégicas por medio del entresijo de las teorías de la conspiración, por lo que es factible que el grado de compromiso conseguido entre ambos se acreciente, ya que se encuentran en una visión semejante y en total disconformidad con la Comunidad Internacional.

Conforme Irán apuesta por Rusia y el gigante asiático, se esfuma toda expectativa de rehacer el programa nuclear de 2015 para que no desarrolle armas atómicas que limita el programa civil de enriquecimiento nuclear, a cambio del levantamiento gradual y condicional de las sanciones.

Además, las turbulencias políticas habidas en Irán agrandan el resquicio de que acuda a Rusia buscando apoyo, con Moscú presta a aplicar su veto como miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y obstaculizar cualquier acto contra Teherán.

En paralelo, las autoridades iraníes aguardan que echando un capote a Rusia, se exteriorice de cara a la galería que su país está provisto de un avanzado arsenal de armas de destrucción masiva, al igual que saque tajada de las ventas de armas para obtener suculentos ingresos. A todo lo cual, existe un raciocinio estratégico en esta perspectiva y este razonamiento es según y cómo, que las conversaciones nucleares son infructuosas, porque no confía en Occidente y su futuro lo tiene puesto en Rusia y China. En suma, este patrocinio cuaja fehacientemente la complicidad de Teherán en el conflicto bajo la deferencia de aliado del Kremlin.

Y mientras tanto, agentes norteamericanos advierten de que a corto plazo Irán prevé enviar a Rusia más drones y misiles balísticos que ha consumido sus reservas, así como el adiestramiento a operadores de drones rusos en una base en Crimea. En la misma línea, el Centro Nacional de Resistencia de Ucrania, parte de las Fuerzas de Operaciones Especiales, están al tanto que instructores de drones iraníes colaboran con las milicias rusas en la coordinación de ataques con drones en Mykulichi, cerca de Gomel en el Sur de Bielorrusia.

Ante lo visto, no son pocos los países de Europa que se adelantan a suministrar a Ucrania mejores sistemas de defensas aéreas, pero las dotaciones de misiles de Irán podrían empinar la balanza en la lucha, lo que implicaría mayor devastación de las infraestructuras de Ucrania y una conflagración más cruenta y dilatada en el tiempo, ya que Putin se aventura a que la unidad europea acabará frustrándose y el soporte para los ucranianos se acortará.

Hay que recordar al respecto, que Moscú y Teherán combatieron del mismo lado en Siria abogando por un socio mutuo, Bashar al-Ássad (1965-57 años). Pero estos vínculos han aumentado este año, enarbolado por varias reuniones entre funcionarios rusos e iraníes. Sin duda, la más destacada es la que se promovió entre Putin y el líder supremo de Irán, el ayatolá Alí Jamenei (1939-83 años), quién se atrevió a incluir la absurda narrativa de que Rusia no le quedaba otra que invadir Ucrania para protegerse de una potencial agresión.

Pese a todo, no todo es oro lo que reluce para Rusia e Irán, porque esta conjunción enmascarada suscita vaivenes y preexiste una susceptibilidad continua entre ambos. Me explico: Rusia emitió anticipadamente su voto a favor de las sanciones emitidas por la ONU contra Irán por su programa nuclear, y los líderes iraníes vislumbraron a Moscú como poco productivo durante las conversaciones internacionales que desembocaron en el Acuerdo Nuclear de 2015 y en la que se requirió de una férrea voluntad política.

Llegado a este punto, la competencia de Rusia e Irán por las ventas de petróleo y gas natural se ha agravado últimamente, con Moscú virando hacia China como su principal faro de mercado futuro, disminuyendo el importe del petróleo iraní; incluso, cuando en este momento la economía de Irán se debate ante un predominante desempleo, inflación y escasez.

A resultas de todo ello, Putin presume de ser un jugador habilidoso que sabe hacer negocios en el Medio Oriente, pero su guerra específica en Ucrania ha coadyuvado a una sacudida económica global, especialmente, en la esfera energética, produciendo quebraderos de cabeza políticos que empujan a que opere con cautela a través de los antagonismos regionales.

El mandatario ruso podría valerse de su nervio petrolero junto con Arabia Saudita y los Estados del Golfo Pérsico para perjudicar a sus contendientes occidentales, amén que las relaciones de Washington con Arabia Saudita se han deteriorado por su disposición de trabajar con Rusia y así disminuir la producción de petróleo y mantener elevados los precios.

“En la asechanza de desempeñar un hipotético liderazgo regional desde las premisas puramente tradicionalistas, el apoyo a Rusia en la guerra y los movimientos de protesta internos por el fallecimiento de Mahsa Amini, han puesto al régimen teocrático de Irán al filo de lo inalcanzable”

Sobraría mencionar en esta exposición, que Arabia Saudita y otros reparan que Washington disminuye su interés en esta región, lo que origina que la aportación con Moscú sea latentemente más fructuosa para ellos.

No puede quedar al margen de esta narración la situación de Israel, que del mismo modo ha estado bajo una presión cada vez mayor para asistir a Ucrania, porque la ofensiva de Putin es interpretada como un campo de experimentos para los drones y armas iraníes que podrían volverse en su contra, ya que Irán en repetidas veces ha prometido destruir. Tal vez, Irán puede estar prorrogando invertir el plante de Rusia en el pasado y facilitarle sistemas de defensa aérea S-400 y aviones de combate avanzados que inquietarían a Turquía y Arabia Saudita.

Si Putin logra superar a Ucrania en el campo de batalla, cuestión improbable por los derroteros que transitan en la guerra, Irán, como aliado anticipado y crítico, también puede estar acechando importantes inversiones en energía y el aval de Moscú en los organismos globales. Pero si Rusia, aminorada y castigada por las sanciones, naufraga definitivamente en el terreno, la determinación de Irán de asirse a Putin contrariará aún más sus propias perspectivas económicas y políticas.

En consecuencia, en la asechanza de desempeñar un hipotético liderazgo regional desde las premisas puramente tradicionalistas, el apoyo a Rusia en la guerra y los movimientos de protesta internos por el fallecimiento de Mahsa Amini (2000-2022) por no usar su hiyab correctamente, han puesto al régimen teocrático de Irán al filo de lo inalcanzable, tanto en lo que concierne al prisma de política exterior como de interior.

Y en esta fluctuación del tablero internacional, Teherán se vale del bufido repulsivo para desplegar las alas de su industria energética. O lo que es igual, Rusia e Irán, mismamente, incondicionales y adversarios, a los que los tentáculos de la invasión y las muchas sanciones parecen aproximar por instantes, desenmascara la embarazosa relación entre dos contrapuestos históricos que de la noche a la mañana, se han vuelto colegas de conveniencia para encarar un antioccidentalismo radical y permanente vigorizando una cooperación bilateral.

Y es que, menguado a menos en muchos territorios del mundo, aquel inabarcable Imperio ruso y más tarde, aquella inexpugnable Unión Soviética, hoy Rusia, se ha visto forzada a encaminarse en alianzas que en tiempos pasados jamás habría dado por satisfechas: una de ellas, su aparatosa conexión con Irán. Si bien, la contrapartida contra Occidente se ensambla en la confabulación.

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