Opinión

La creación de un mito científico: las gerardias

La biosfera y el planeta son una poderosa fuente de creación mitogénica en la psique humana. No hay nada más inspirador que la protegida del todopoderoso según Melville: la naturaleza; por ella se han erigido templos, desarrollado nuestra cultura adaptativa, la ciencia/tecnología y aprendimos a pensar desarrollando la filosofía. La ancestralidad del ser humano es una historia del asombro y trascendencia bajo la inspiración perpetua de la diosa madre, no obstante, y según mi entender, podemos distinguir dos grandes ámbitos en los que se desarrollan estos sentimientos. Por un lado, está la grandiosidad inabarcable, fascinante y apabullante del mundo telúrico, cósmico y galáctico que suele estar acompañado de desconcierto y en algunos casos provoca pavor hacia lo desconocido.

El poder de los dioses constructores de galaxias que promueven el conocimiento de las trayectorias planetarias y la creación de la mitología zodiacal que no dejan de aportar su explicación sobre la influencia de los astros sobre muchos acontecimientos de la vida; aspecto que rechaza con vigor el mundillo racionalista seguidor del método científico a ultranza entendiéndolo como el único sistema capaz de aglutinar conocimiento cierto de los acontecimientos del mundo y conservan la versión oficial sobre la verdad del cosmos. Olvidan, sin embargo, que muchas de las cosmogonías y de la construcción de los grandes imperios se han basado en creencias mágicas y el poder sagrado que confiere los poderosos relatos mitológicos. No hay errores en los mitos, pero se yerra cuando se quiere obcecadamente aplicar una explicación racionalista a algo que no puede racionalizarse. Los mitos sirven a fines y cometidos diversos que en definitiva permiten anclarnos a la vida dando sentido a la existencia; nos mantienen a salvo de la intemperie de los positivistas y la desacralización del mundo y del propio universo. Los otros seres vivos no van por el mundo racionalizándolo todo y quizá no necesiten los mitos de la misma manera que nosotros, pero puedo intuir que sienten los paisajes naturales y el palpitar de Gaia con gran pasión.

El otro ámbito del que proviene mi más ferviente interés mitológico es el de los paisajes naturales con las criaturas animadas e inertes que lo pueblan. A mis amados canes solo he tenido que observarlos para comprender el profundo vínculo de su unión con la Magna Mater: dos libros sobre las montañas y el litoral norteafricano les han sido dedicados por su inquebrantable fidelidad al planeta. No hay peor ciego que el que no quiere ver ni mayor necio que aquel que lo reduce todo a numerología, ecuaciones y descripciones cartesianas de la realidad. Como naturalista me dedico a la interpretación paisajística y lo hago en clave geológica; paleontológica; biológica; climática y evolutiva. Sin abandonar el racionalismo científico, como podría rechazar una potencia semejante para entender, reconozco que llega un momento en el que utilizo ideas cuya procedencia desconozco y la razón se convierte en un trampolín para alcanzar el mundo imaginal cargado de fuerza intuitiva que me lleva al desarrollo de una mitología científica del paisaje y su evolución.

Solo he llegado a conocer algo del profundo significado de la biosfera y de su propósito, pero esto, me ha permitido vislumbrar que somos algo más que polvo de estrellas. Hoy, día nueve de noviembre de 2020 puedo asegurar que he estado en presencia de algo muy grande y trascendente en un fondo marino cercano al precioso volcán de Montaña Clara, que pertenece al conjunto de islotes situados al norte de Lanzarote, denominado “El bajo de Las Gerardias”. El sistema de pequeñas montañas sumergidas que encierra el lugar conserva un ancestral conjunto de corales únicos en el planeta. Las campañas en las que me han invitado a participar mis colegas y entrañables amigos canarios están atravesando mi alma con una espada inflamada del sentimiento de eternidad que llevaba mucho tiempo sin sentir debido a la tragedia reciente que he tenido que soportar al perder a mi compañera. Entonces había escrito en otro artículo dedicado a mi amor del neolítico, mi querida y llorada esposa, que el bálsamo curativo que aporta la naturaleza podría hacer posible que siguiera con mi existencia terrenal de forma significativa. Ahora, doy fe que es cierto y sigo vivo en esencia, no solamente como un autómata: lo más excelso en estos últimos y aciagos tiempos ha sido lo que llevo haciendo con los mentados compañeros canarios.

Podría hablar de mis colegas ahora, pero lo quiero hacer pausadamente y con la profundidad debida contando las aventuras de nuestras exploraciones en un libro de viajes científicos que les haga justicia a todos ellos. Definitivamente pienso que los dioses moran en el paraje de “Las Gerardias”, un templo erigido a lo sublime que representa a la perfección el hermosísimo bosque encantado, hasta cotas indescriptibles, que forma el enigmático, antiguo, atávico y siempre sorprendente coral que por el momento denominaremos Gerardia savaglia. Digo esto porque puede que en poco tiempo y con ayuda de la investigación que estamos llevando a cabo descubramos que se trata de una nueva especie diferente de la que habita en el Mediterráneo. Bajar por la ladera del escarpe que coloniza este coral amarillo capaz de formar esqueletos orgánicos de color negro azabache es entrar en un templo lleno de magia y sacralidad en la que los peces salen a nuestro encuentro curiosos y llenos de bondad deseando crear nuevas alianzas de amistad con los seres extraños que invaden su reino. Me encantaría convertirme en un chamán submarino y oficiar ceremonias para los meros y abades entorno a la catedral colorida y abarrotada de preciosas bocas de colores amarillentos, rosáceos y blancos níveos que conforma el bajo de las Gerardias. Desde luego, no faltan los candelabros de tonos amarillos, rojos, anaranjados y blancos que elevan su intrincado ramaje hacia el Altísimo y la Magna Mater con voces que cantan en frecuencia desconocida solo audible para espíritus sensibles. Me declaro abiertamente trascendentalista y gnóstico y no pienso practicar ningún tipo de zopenquismo materialista/positivista ni tampoco quiero transitar por el sendero del fanatismo religioso literalista. Ambos planteamientos mentales son insoportablemente reduccionistas y matan a partes iguales la sacralidad y el mito; son ciegos a las claras señales del universo interior y a la simbología mitológica que nos indica la eternidad del ser. El mito de las Gerardias se está construyendo a partir de las intuiciones a las que nos está llevando la observación y el arduo trabajo científico tanto en el mar como en los laboratorios y gabinetes. Hay muchos agentes implicados y diversas disciplinas y conocimientos científicos, pero, no obstante, pienso que las intuiciones provienen realmente del mundo de las ideas o también conocido por los místicos sufíes como mundo imaginal al que se accede según Suharawardi (importante representante del islamismo místico seguidor de las ideas zoroastrianas y platónicas) con la imaginación activa. Un fabuloso canal de comunicación donde fluyen pensamientos e ideas que nos son comunicadas y están al margen del mundo sensible habitual. A veces, estas ideas pueden estar contradiciendo los propios hechos tangibles, pero en general indican que se necesita más información antes de poder casar los datos mensurables con las ideas adquiridas.

Cuando se observa, también pensamos y reflexionamos llegando a conclusiones que en el caso de la ciencia natural deben tener un refrendo y una teoría explicativa plausible para poder construir un poderoso discurso razonable sobre los fenómenos: nace el mito científico. Desde hace mucho tiempo, son las ideas las que me asaltan y las intuiciones inspiradas se ponen a danzar alrededor como un corro de musas tan frecuentemente representadas en los cuadros renacentistas. Solo entonces voy siguiendo pistas con la ayuda de los análisis tanto en el mar como en el laboratorio. Comentar y explicar los paisajes naturales es uno de mis cometidos favoritos siempre con la intención de escudriñar y ayudar a la conservación de aquellos seres ancestrales que han hecho posible el propio desarrollo de la biosfera y por tanto han contribuido a nuestro nacimiento como especie y a convertirnos en la conciencia del planeta. Como indica O. Wilson deberíamos ser ingenieros de ecosistemas y preservadores de la diversidad biológica, y no solo por razones materialistas sino principalmente para poder soñar con la eternidad del ser y gozar con la estética de la vida; la obra de los dioses fruto de un plan superior y no de una simplista visión de un universo mecánico y sin sentido transcendente. Creo que son motivos suficientes para amar los paisajes, sus seres y merece mucho la pena hacer el esfuerzo para contar su historia épica y mitológica. El mito de Gerardia consiste en escribir su historia natural mirando no solo con los ojos de ver sino también con los de la imaginación y del arte como nos indica el gran canario universal Benito Pérez-Galdós. Si somos capaces de mirar así entonces nos vamos a emocionar con los vídeos del gran Rafa Herrero (que ha escrito el más bello poema visual sobre el mito de Las Gerardias) y podremos volar al mundo imaginal para entender que estamos contemplando los últimos tiempos de la existencia de un gigante de la evolución en los océanos que ha sobrevivido a acontecimientos fabulosos como la apertura del Atlántico y ha sido testigo silencioso pero contundente de la aparición de los archipiélagos macaronésicos. El regalo estético, científico, ecológico, evolutivo y espiritual que significa esta especie emblemática está siendo mancillado debido a los impactos que estamos proporcionándoles los seres humanos a través de nuestras torpes actuaciones pesqueras. Las viles mutilaciones observadas desde el principio de nuestras investigaciones están aumentando con el paso de los tiempos y en una década hemos visto como la población está en clara regresión. La pequeñez que percibimos instintivamente ante la dilatada historia de Gerardia no es para sentirnos nihilistamente insignificantes sino contrariamente para saber que se espera de nosotros como especie y estar a la altura de nuestro papel de trovadores de la obra de la vida y protectores de tanta belleza.

Gerardia, según la mitología científica que estamos construyendo, tuvo que sobrevivir captando genomas de los corales negros a los que comenzó a trepar para evitar avalanchas y enterramientos provocados por los cataclismos tectónicos desde un lejano pasado. Por eso adquirió la capacidad para crear un fabuloso esqueleto córneo como pocos en el planeta y puedo elevarse del fondo orgullosa y convertirse en la preciosa gema natural que ha sido durante mucho tiempo. De esta manera y como explica Margulis y anteriormente Piotr Kropotkin la historia de la biosfera está mucho más marcada por el apoyo mutuo que por la despiadada competencia. Sin embargo, por razones que no conocemos, su extrema rareza y escasez nos indica que su tiempo planetario parece estar llegando a su fin pues está presente en pocos lugares del Atlántico y desde luego la concentración de Montaña Clara es la más importante de todo el planeta. En este único sistema de escarpes sumergidos forma un bosque relicto de inmensos corales que debido a una serie de circunstancias geológicas y oceanográficas se ha conservado hasta nuestros días. Un verso suelto y un patrimonio marino canario único que estamos intentando rimar para preservar el tesoro y del que estarían dichosos de participar Whitman y Thoreau.

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