Antes de referirme a la creación de la Escuela del Magisterio en Ceuta, permítaseme hacer algunas consideraciones sobre la cultura y la docencia, que creo que son la mejor inversión que las personas y los pueblos en ambas pueden hacer, porque no sólo forman a las personas en conocimientos, saberes, educación y relaciones sociales de convivencia, sino que también les ayuda a progresar, desenvolverse en la vida, eliminar barreras y superar obstáculos, conseguir un trabajo, un más elevado nivel social y a poner más cerca ilusiones y anhelos. La cultura creo que es el motor que más mueve a los individuos y a los pueblos, porque promueve y posibilita su formación, y con ella la igualdad, la libertad, reduce distancias y hasta hace a las personas hasta más “persona” todavía. Con la cultura se consiguen mejor los éxitos personales, la realización personal y la propia autoestima. La cultura, en fin, es uno de los mejores bienes que, junto con la vida y la libertad, podemos tener los seres humanos.
Decía Santo Tomás de Aquino, inteligente y culto como el que más, hasta el extremo de que era llamado “El sabio doctor angélico”, que: “Entre todos los trabajos, el estudio de la sabiduría es el más perfecto, el más sublime, el más útil y el más agradable”. Y el Papa Pablo VI en su encíclica Populorum Progressio, que: “El hambre de cultura y de formación puede ser a veces hasta más deprimente que el hambre de alimentación”.
Pues, siendo tan importante la cultura, ¿qué mayor bien se puede tener que el de poseerla y, además, desempeñar también la alta función de poder enseñarla y transmitirla a los demás?. Pues esa es la dignísima misión que tienen los Maestros, o Profesores de Primera Enseñanza; correspondiendo al Estado y a la sociedad apoyar más la enseñanza, para que sea más reconocida y valorada y se dé a los profesores el debido apoyo, reconocimiento y autoridad, frente a las desobediencias y hasta agresiones que en demasiadas ocasiones sufren no sólo por parte de algunos alumnos refractarios a recibirla, sino también por algunos de sus padres que suelen secundarles en su comportamiento y falta de responsabilidad.
Por mí mismo sé, aunque jamás me tengo ni por culto ni como ejemplo de nada ni de nadie, que la superación de uno mismo se consigue mucho mejor mediante la entrega, esfuerzo y sacrificio por el estudio y la formación académica. En mi querido pueblo extremeño, Mirandilla, como en mi infancia sólo existían las Escuelas Públicas, sin que entonces ni siquiera se expidiera el Certificado de Estudios Primarios en las poblaciones en las que no existía Instituto de Enseñanza Media, pues ya empezó a preocuparme la posibilidad de que algún día recayera sobre mí la barrera opresora de la ignorancia.
Aunque apenado por tener que dejar mi pueblo, mi tierra extremeña y mi querida familia, con 16 años, casi niño, decidí buscar otros horizontes más amplios donde poder salir del aislamiento académico y cultural que en los pueblos entonces se tenía. Me marché voluntario al Ejército nada menos que en Ceuta, que sólo conocía de haberla visto en el mapa. Hasta que tuve 18 años no pude iniciar el Bachiller, con no pocos esfuerzos y sacrificios incluso económicos. Tras superar el examen de ingreso, lo comencé en el antiguo Instituto Hispano-Marroquí de la Puerta del Campo, lugar distante unos 5 kilómetros del cuartel, matriculándome en la modalidad de Nocturno, para poder compatibilizar los estudios con mi vida militar, teniendo que cumplir con los servicios.
Por cierto, que uno de mis compañeros de Aula fue el que después sería doctor Ab El-Krim, ya entonces tan despierto, vivaracho y listo como luego de médico fue de bueno, caritativo y generoso con los pobres. En mi caso, sólo podía asistir a clases cuando libraba de servicio. Salía del cuartel con permiso especial a las 18´00 horas, y las clases finalizaban a las 23´00. Cuando regresaba andando eran ya más de las 24 horas. La cena la servían a las 20´00 horas, casi siempre con el mismo menú: “empedrado” de judías pintas con arroz, con algún huevo frito o pescado. Un compañero me hacía el favor de guardarme la comida, que más de cuatro horas después, cuando regresaba al cuartel, aquel rancho estaba tan frío y duro que más parecía de verdad un “empedrado”. Como no pude hacerlo antes, ya licenciado del Ejército, casado, con hijos y teniendo que alternar estudios y trabajo, estudié durante tres años la carrera de Graduado Social por Granada. Y, luego, continué otros cinco años estudiando Derecho por la UNED. Tenía tanta ilusión por terminarlas, que me volqué y conseguí sacar ambas sin ningún suspenso, año por año y curso por curso.
Paralelamente, tras haberme preparado y superado, primero, una oposición militar y, después, hasta cuatro oposiciones más en el Ministerio de Hacienda, fui promocionándome desde Auxiliar Administrativo hasta la categoría funcionarial más alta en un Cuerpo Superior. Siempre que opositaba perdía mi puesto de trabajo en Ceuta por falta de vacantes de mi nuevo nivel; pero también siempre recuperaba esta preciosa y acogedora ciudad, porque en cuanto volvía a convocarse una plaza de mi nueva categoría, la solicitaba.
Y, aunque todavía disfruto aprendiendo todos los días algo de los demás, también he tenido la enorme satisfacción de ejercer la docencia, por aquello que Séneca dijera de que: “enseñando también se aprende”. Durante seis años impartí clases Derecho en la Escuela de Hacienda Pública en Madrid y en sus antiguas Delegaciones de Barcelona, Valencia, La Coruña, Cantabria, Sevilla y Agencia Tributaria de Cádiz. Y otros seis años como profesor-tutor de la UNED en Ceuta, sobre Derecho Financiero y Tributario, más Hacienda Pública. Tuve la suerte de ser seleccionado por una Comisión del Rectorado de Madrid, conforme a criterios exclusivos de mérito y capacidad entre 19 aspirantes de Ceuta que participamos en la convocatoria para una sola vacante. Compatibilizaba las clases con mi doble función de Presidente de los Tribunales Económico-Administrativos de Ceuta y de Melilla, que durante casi 12 años desempeñé, simultáneamente.
Resumiendo, fue mi noble afán de superación, con entrega y sacrificio en el estudio, eso fue lo que me abrió paso en la vida, conseguir horizontes más amplios, hizo posible mi propia superación y que me sintiera plenamente realizado y sumamente feliz con mi trabajo que durante 51 años he realizado. Lo que expongo sólo para resaltar el valor de la cultura y la dignísima función de transmitirla, por si algo pudiera servir de acicate y estímulo a los jóvenes que empiezan. Pero jamás lo digo porque me crea culto ni me precie de ser un ejemplo para los demás, porque bien sé que tengo bastantes defectos y limitaciones. Simplemente he querido destacar la íntima satisfacción y la felicidad que el estudio y la cultura producen, así como el valor que tienen la enseñanza y los enseñantes, cuando desde hace años parecen devaluarse el mérito, la capacidad y la función docente.
Pues, dentro de ese mismo afán por aprender sobre Ceuta, hace unos días me encontré en la antigua Gaceta de Madrid (actual B.O.E.), nº 199, de fecha 18-07-1935, que en su página 651 y siguientes, recoge un Decreto del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, por el que se creó la Escuela Normal del Magisterio en Ceuta. Una vieja aspiración hondamente sentida por la población estudiantil que entonces no disponía de centros universitarios y los alumnos que querían estudiar una carrera se veían obligados a tener que marcharse fuera de Ceuta, lo que llevaba aparejado su separación de Ceuta y de su familia, con los consiguientes gastos de toda clase y numerosos inconvenientes que ello conlleva.
Aquella creación fue posible en virtud del Decreto de 29-09-1931, que obliga a crear una Escuela del Magisterio en todas las provincias. Ceuta tenía en 1931: 50.614 habitantes. Las distintas fuerzas vivas de la ciudad comenzaron a realizar las gestiones tendentes a la creación, tratando de resolver tan arduo problema, que no sólo afectaba a Ceuta, sino también a los territorios del Protectorado de Marruecos, principalmente de Tetuán y Tánger, más los marroquíes que cursaran los estudios, que entre todos formaban una población estudiantil que se multiplicaba considerablemente, sin tener salida universitaria.
Salvados los numerosos obstáculos y gestiones que hubo que superar, por fin, la Escuela comenzó su andadura en su primer curso 1935-36, aunque teniendo que sortear numerosos problemas derivados del comienzo en 1936 de la Guerra civil y, también, porque tenía que sufragar casi todos los gastos el Ayuntamiento. La Escuela fue adscrita en los primeros años al Distrito Universitario de Sevilla, hasta que en 1943 pasó a depender de la Universidad de Granada por Orden 29-07-1943. Conforme a lo dispuesto en los artículos 3º, 4º y 7º del Decreto de creación, el personal del centro, profesorado auxiliar y de mantenimiento, corrían a cargo del Ayuntamiento mientras tanto que el centro no estuviera incluido en los presupuestos de gastos del Ministerio de Instrucción Pública, que sólo se encargaba del gasto del profesorado numerario.
La exposición de motivos que la Gaceta recogía para que la Escuela de Magisterio fuera creada en Ceuta, dice: “Atento el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes a cubrir las necesidades las necesidades culturales de la zona marroquí, considera necesario crear una Escuela Normal del Magisterio primario que vaya ensanchando la labor educativa que España ha de realizar. La ciudad de Ceuta, por su importancia, por su situación geográfica, su desarrollo y su historia, es la llamada hoy a poseer ese Centro de enseñanza. La formación de Maestros competentes que se persigue mediante la creación, se logrará dotando a estas Normales de las características propias de los Centros análogos de la Península…” (Sigue la parte dispositiva)
Según mi investigación por otras fuentes, para desarrollar el Decreto surgieron numerosos problemas derivados del estallido de la Guerra Civil. En buena parte y desde 1931, la creación fue impulsada y gestionada, principalmente, por el diputado a Cortes por Ceuta, Tomás Peire y por el entonces concejal Manuel Olivencia Amor, padre del ex Diputado, ex Senador y Abogado de Ceuta, Francisco Olivencia Ruíz, destacado articulista de El Faro, mi vecino semanal (él publica los domingos y yo los lunes).Por Orden de 19-07-1935 (Gaceta de Madrid, nº 203 de 22-07-1935,página 777), fue nombrado su primer comisario-director Manuel Olivencia Amor, Abogado y Maestro nacional; cuyo nombramiento aparece firmado, por delegación, por el Subsecretario del Ministerio. El señor Olivencia Amor después fue Alcalde de Ceuta, teniendo en Ceuta dedicada una calle con su nombre.
El profesorado estaba entonces compuesto de la forma siguiente: Profesora de Música y Solfeo, Dª Mª de los Ángeles Herrero Contreras. Profesora de Lengua y Literatura, Filosofía y Psicología, Dª Mª Gloria Ranero López-Linares. Profesora de Francés Migta Armenta Romero. Emilio Ferrer Cabrera, Profesor de Dibujo. Así como Baltasar Villacañas López, Vicenta Marín Parra. Jaime Rojas Gutiérrez, Profesor Ayudante de Ciencias, Hipólito Martínez Cristóbal, Profesor Ayudante. María J. Cazalla Arias, Auxiliar de Labores y Trabajos Manuales, Si bien, algunos fueron depurados por sus ideas políticas, por el nuevo Régimen que accedió al poder. Algunos compatibilizaban sus funciones con las de Catedrático del Instituto Hispano-Marroquí.
Fueron 17 los alumnos matriculados en el primer curso 1935-36, 14 varones y 3 mujeres. El curso empezó con cierto retraso, el 11-11-1935, Pero los problemas se acentuaron a partir del 18-07-1936, al implantarse la exigencia de la separación de clases entre alumnos y alumnas, lo que se solventó asistiendo a clases por la mañana las mujeres, y por la tarde los hombres. La guerra dificultó en extremo el funcionamiento de la Escuela, porque la depuración alcanzó también a los alumnos, según su ideología.
En todo caso, la creación de la Escuela del Magisterio en Ceuta, fue un logro histórico que permitió que muchos ceutíes pudieran cursar la carrera en la ciudad, sin tener que desplazarse fuera de ella, y que, desde su creación, ha formado a miles de competentes y dignísimos profesionales de la docencia.