Cuenta la historia que cuando las fuerzas aliadas invadieron el territorio alemán durante los últimos meses de la guerra, el régimen de Hitler reclutó a muchachos menores de edad para que también lucharan en la contienda. Fue una maniobra desesperada para detener una invasión que era totalmente irreversible.
Ligeramente armados, sin adiestramiento militar, eran enviados en pequeños escuadrones de la muerte a emboscadas suicidas en la primera y única línea de fuego. Gran cantidad de menores murieron en refriegas a pequeña escala, tan absurdas como inútiles, pues la guerra esencialmente ya se había decidido. ¿Y qué tiene que ver esto con la costalería? Pueden estar tranquilos, aún no he perdido la cordura, como sostienen algunos “superdotados” cofrades aficionados a la psiquiatría, y perpetuos opositores a la eminencia. Decía Séneca que «No existe ningún gran genio sin un toque de demencia». Carlo Dossi afirmaba que «los locos abren los caminos que más tarde recorren los sabios». Si es así, solo espero que algún “sabio cofrade” se preocupe lo suficiente por la problemática que a continuación expongo, porque, de lo contrario, como decía el poeta alemán Heinrich Heine, «la verdadera locura quizá no sea otra cosa que, la sabiduría misma que, cansada de descubrir las vergüenzas del mundo, ha tomado la inteligente resolución de volverse loca».
El hecho de no disponer de “soldados” adultos no nos da licencia para reclutar a menores de edad en ningún tipo de “contienda”, por muy “pacífica” que parezca. Usar niños, definidos en las leyes del derecho internacional como menores de 18 años, como costaleros de primera y única línea, sin relevos, y sin ensayos previos, en nuestra Semana Santa, sí que es una auténtica y vergonzosa locura ante una mediana inteligencia del hombre, y ante la infinita misericordia de Dios. Esta práctica aberrante podría estar mucho más difundida de lo que se piensa, y puede ser más preocupante de lo que la mayoría se percata. Este peligroso iceberg que navega a la deriva por nuestras calles y plazas durante las estaciones de penitencia, podría haber mostrado el año pasado solo su desafiante punta.
La devoción religiosa y la voluntad de participar activamente en la Semana Santa como costalero deben estar acompañadas de un conjunto de normas de seguridad y medidas preventivas que eviten potenciales lesiones. Estructuras anatómicas especialmente delicadas como la columna vertebral y las cervicales, son las que más riesgo tienen de sufrir potenciales lesiones irreversibles. De hecho, las contracturas cervicales y de espalda, sobrecarga en los músculos y articulaciones, y lesiones como la tendinitis y los dolores musculares son los principales riesgos a los que se enfrentan los costaleros adiestrados debido a la gran carga de sobrepeso que deben soportar durante mucho tiempo. Los especialistas en Traumatología recomiendan además, un reconocimiento médico previo como mínimo un mes antes de la Semana Santa para detectar posibles problemas de salud y realizar un entrenamiento físico preventivo las semanas anteriores a la salida. Incluso en condiciones óptimas, las lesiones son frecuentes, destacando por su mayor incidencia las sobrecargas musculares y las contracturas en la zona cervical, hombros, columna dorsal y lumbar. No hay que olvidar tampoco las visibles, incómodas y espectaculares alteraciones cutáneas por la fricción o roce que se produce a nivel del apoyo cervical. Después de lo expuesto, la pregunta es obvia ¿Qué puede ocurrir si el costalero no ha ensayado ni un solo día debajo de su paso? ¿Y si además es demasiado joven para ese sobreesfuerzo físico? Según las mediciones hechas por especialistas en el tema, el peso que soporta cada costalero, ronda los 40 kg, aunque algunos palios pueden superar los 50 kg por hombre, siempre con la cuadrilla completa. ¿Cuál es el peso máximo que durante, al menos, seis horas puede cargar un joven de 15 o 16 años sin riesgo para su salud? Nadie ha contestado aún a esa pregunta.
Durante la pasada Semana Santa, parece que algunos tuvieron la osadía de sacar a la calle el pesado e incómodo paso de palio de su cofradía con tan solo 24 costaleros, de los 36 que deben formar la cuadrilla mínima. Si a esto se suma la supuesta presencia de menores de edad de esa improvisada “cuadrilla”, que se pusieron por primera vez debajo de esas desconocidas e incómodas trabajaderas, sin ningún tipo de “igualada” y ensayos previos, el palio llevaba debajo una auténtica bomba de relojería, genuino ingenio de la locura humana. Estos hechos, que persisten en la mente de todos, podrían ser calificados de auténtica “barbarie cofrade”. Sin duda, se trata de un acto deleznable, sobre el cual se debería, como mínimo, tomar las medidas preventivas necesarias para que nunca se vuelva a repetir.
Jesús dice en el evangelio «Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos», pero parece que alguien, en su infinita “sabiduría” cofrade, ha adaptado el mensaje evangélico a su conveniencia. Jesús invita a los jóvenes a la Iglesia a través de las cofradías, para ser aprendices de su doctrina, pero no para que, su especial estación de penitencia debajo de la trabajadera, se convierta en un nuevo calvario, sufriendo físicamente con el peso de la cruz tan pesada como la suya. Jesús dijo: «mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mt 11, 28–30), y aunque nunca especificó nada sobre la morfología del yugo, ni cuál era el peso de su carga, estoy completamente seguro que no se refería al costal, ni a los a los 50 kg medios de algunos pasos de palio. Está claro que, algunos dirigentes cofrades, responsables ante el hombre y ante Dios de lo ocurrido, denotan una actitud bañada en la irresponsabilidad, que puede rayar en conductas temerarias, con una impresentable logística que toca todos los adjetivos calificativos de la improvisación, la irregularidad, la desesperación, la impotencia, la desidia, e incluso algunos de tinte jurídico, que algún fiscal de menores podría ver reflejado como punible en nuestro actual Código Penal. No olvidemos nunca que el marco legal de nuestra sociedad actual defiende y protege siempre al menor, en todas sus dimensiones y connotaciones. Si estos jóvenes, algunos inmaduros e imberbes, no hubiesen sido socorridos in extremis, en plena estación de penitencia, por los veteranos y solidarios costaleros de la cuadrilla de la esperanza, habríamos tenido, sin ningún género de dudas, un espectáculo de dimensiones dantescas en esta pasada Semana Santa. Lamentables sucesos, de repetirse este año, podrían tener consecuencias a corto y medio plazo, impredecibles sobre el nombre, la historia, y la proyección pública de nuestra fiesta religiosa más popular. Algunos jóvenes costaleros, principalmente los más inmaduros, por su mayor vulnerabilidad de su estructura ósea y de sus cartílagos en marcada fase de formación y crecimiento, podrían haber acabado en el hospital con importantes lesiones, algunas de carácter irreversible, y los responsables de la cofradía, probablemente, en el juzgado de lo penal. El Hermano Mayor como representante legal de esa cofradía, y su Diputado Mayor de Gobierno, como responsable de la puesta en escena de la comitiva, y de la estación de penitencia, han jugado con fuego, y no se han quemado de puro milagro, porque la Virgen de la Esperanza nos ha protegido a todos, enviando a tiempo a sus “ángeles samaritanos”. Con estas irresponsables actitudes, da la sensación de que algunos “césares” cofrades piensan que, en el ámbito de la costalería, «las leyes y los derechos acaban en el estrecho». No volvamos este año a tentar de nuevo a la suerte. Alguien con algún tipo de poder ejecutivo debería tomar las medidas preventivas necesarias para que estos hechos no se reproduzcan. Por favor, no pongamos en las fauces de los viejos y grandes lobos del egoísmo y la depredación, a los tiernos, pueriles, e inocentes “corderos”, todos hijos de Dios.
¿Toman las medidas oportunas los capataces para evitar la entrada de menores de edad en sus cuadrillas? Si esta labor selectiva en el reclutamiento de costaleros no lo hacen algunos capataces, alguien debería hacerlo por ellos. Si tanto nos gusta mirarnos en el espejo público de la Semana Santa de Sevilla, ¿Por qué no aprendemos de ella todas sus lecciones y reglas sobre la costalería? Las cofradías hispalenses, a los que muchos cofrades caballas toman como único modelo a seguir, se aseguran, “muy mucho”, que ningún menor de edad se ponga el costal en los ensayos, y sobre todo, durante la estación de penitencia. Se pueden tomar muchas medidas para evitarlo, la más sencilla y lógica es pedir el DNI junto con la papeleta de sitio antes de que el capataz toque por primera vez el llamador. Esta exclusión de menores de edad en los pasos de Sevilla no nace solo de la irreversible convergencia de básicos principios éticos y jurídicos, sino del más puro pragmatismo. Para poder portar a sus titulares con la dignidad y la elegancia que espera el pueblo, y que marca y exige la historia de las tradiciones sevillanas, esos pesados pasos de misterio, y esos densos pasos de palio necesitan la experiencia y la fortaleza de un costalero adulto, después de un largo tiempo de adiestramiento y numerosos ensayos. Como decía Manolo Santiago, un famoso capataz sevillano, en su conferencia del año pasado, a un pueril e imberbe candidato a costalero, «el hecho de que tengas el consentimiento de tus padres no hace que te salga la barba». Todo lo ocurrido en nuestra ciudad resulta impensable en la capital hispalense. Si lo acontecido aquí pasara en Sevilla (cosa tan improbable como que al Cachorro le quiten la música porque se está muriendo el Señor), la Junta de Gobierno de la cofradía de turno hubiese dimitido en bloque en el momento siguiente a que se posaran las cuatro patas del palio dentro de la parroquia. O lo que es más probable, hubiesen puesto a disposición de su hermandad para siempre sus cargos, y las relucientes varas de metal antes de la salida procesional, que con toda seguridad, se hubiese suspendido, con una repercusión mediática que hubiera dado la vuelta al mundo. Aquí, en Ceuta, la palabra “dimisión” no forma parte del léxico de esos todopoderosos “césares cofrades”, que se aferran irreversiblemente al cetro y al trono, y su poder se expande en la profundidad del pozo ciego del tiempo, y en la infinidad absoluta del inconmensurable espacio. Sus “pecados” crecen y se consolidan, porque para que triunfe el error cometido por la soberbia de esos intransigentes, solo es necesario, el aplauso fácil y frágil de los necios, el mezquino abrazo final de los hipócritas, el silencio público de los elocuentes, y la indiferencia de los sabios. En contra –por ahora- solo tienen la expelida y osada pluma de los “excéntricos atribulados”.
Las cofradías ceutíes tienen la enorme responsabilidad de realizar una constante labor evangelizadora de la juventud, con una apuesta clara por el reconocimiento del papel de los menores como sujetos activos en su hermandad, como un miembro más de la misma Iglesia y como jóvenes peones aprendices en la construcción del Reino de Dios. «Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios (Mateo 5:8)». Aprovecharse de ellos, de su ímpetu juvenil, de su inocencia, de sus limitaciones, de su desenfrenada devoción a los titulares, de la aparente fortaleza física de algunos, y de su indudable vulnerabilidad psicológica, es una actitud repudiable en todos los sentidos de la palabra. Utilizarlos como mano de “obra barata”, y someterlos a potenciales y graves riesgos para su salud, principalmente física, pero también psíquica, no es compatible con el espíritu cristiano, con la moral, ni con la dignidad del ser humano. Si algunos cofrades, católicos por definición, y en teoría por convicción y devoción, siguen por este escabroso, pedregoso y tortuoso camino, ¿qué imagen pública estamos dando en estas fiestas ante las otras religiones de nuestra ciudad que nos miran con expectante perplejidad? Que tengan cuidado esos “césares” cofrades, que parecen actuar como dueños y señores feudales de sus hermandades, aquellos “caciques” del oportunismo que dan la sensación de gobernar su cofradía como los señoritos andaluces sus cortijos en los tiempos de la posguerra. Que anden con ojo aquellas hermandades que, potencialmente, solo cuentan con los “niños” para rellenar las numerosas trabajaderas vacías de sus palios, porque sin duda, como le ocurrió al III Reich alemán, y a su decadente y belicoso imperio, tienen sus días contados.
Ojala los padres de esos menores de edad lean este artículo, y tomen conciencia de lo que podrían estar permitiendo por acción o por omisión, pero sobre todo por ignorancia. Espero que algunos cofrades sientan vergüenza ajena cuando piensen en las hermandades que potencialmente, podrían haber consentido este “atropello infantil”. Solo me queda la esperanza que, este año, nadie reclute a “niños soldados”, a esos imberbes e inocentes “hermanos de luz”, para ponerlos en primera “línea de fuego” de su cofradía como los extintos “hermanos de sangre”.
En la actualidad, parece que ese polémico “frente disciplinante” no está precisamente en su cruz de guía, sino en la incómoda retaguardia de las ocultas trabajaderas de nuestro desenfrenado egotismo. Solo espero que, en esta cuaresma, nadie haya hecho crecer demasiado rápido a sus jóvenes cofrades, a base de un “cóctel molotov” intravenoso, repleto de las vitaminas de la manipulación y la cobardía, y de las hormonas de la intolerancia y la intransigencia. Que ningún “César cofrade” vista a sus infantes con el costal y la faja costalera como “uniforme militar” de su particular “agelé o escuela espartana”, ciega e implacable defensora de la infinita prepotencia y egolatría de su dueño y señor. Si este año, debajo de las trabajaderas de nuestros pasos, escondemos algún tipo de “explotación infantil”, por muy “insignificante” que sea, los fulgentes bordados que tapizan los exquisitos terciopelos de nuestros palios, no serán más que los eternos y relucientes “sepulcros recién blanqueados” del evangelio de Mateo ante los ojos de Dios.