Lo dice el presidente del TSJA, Lorenzo del Río: “Cuando la eficacia de la justicia penal se relaja, se generan las condiciones para actos de corrupción”. Valiente, ha venido a decir lo que todos ya sabemos, haciendo público una especie de lamento a sabiendas de que la colectividad va a entender con celeridad el mensaje. Asegura Del Río que luchar contra la corrupción no es fácil para aclarar, después, que se debe trabajar para que nada quede impune.
Yo todavía creo en la justicia, y miren que hemos sido testigos de resoluciones judiciales difíciles de asumir. Pero debo creer, y debo pensar que todos somos iguales cuando nos sentamos delante de los señores de negro para responder de lo que se nos pueda acusar.
En unos tiempos en los que la corrupción ha invadido áreas que pensábamos eran sagradas, la justicia ha subido en credibilidad. La ciudadanía debe aferrarse a lo que sea y delante tiene a los que se encargan de aplicar la justicia de forma independiente, sin tener miramiento alguno. O al menos así debe ser. El presidente del TSJA, en plena crisis social de todo, lanza esta aseveración, quizás como aliento hacia una ciudadanía que implora porque el chorizo termine entre rejas y clama por la igualdad a todos los niveles.
La justicia vive momentos de apego y querencia ciudadana, pero soporta a su vez el enorme peso de desarrollar su trabajo sin medios, sin las pretendidas reformas, sin personal suficiente como para poder llevar a buen puerto las investigaciones debidas. La justicia, avergonzada, ve cómo los casos se retrasan, cómo los juzgados no se ponen de acuerdo, cómo los fiscales ven imposibilitada su labor investigadora, cómo se terminan provocando desigualdades porque la maquinaria quedó parada, obsoleta y arrinconada. Para el ciudadano, sin embargo, se ha convertido en la heroína de un sistema en el que el respeto a las instituciones se perdió hace tiempo, en el que los poderosos no dudaron en convertir las áreas de gestión globales en meros cortijos. Las palabras de Del Río vienen cargadas de sentido e incluso de deseo por poner orden en este caos en el que nos vemos inmersos. Hoy constituyen la esperanza de que esto puede funcionar, si se le dota con medios para conseguir que quienes han quebrado el sistema en el que nos movíamos paguen por ello, sin que al final consigan reírse de un poder a costa de todos.