Opinión

¡Correa!

Ay, tita Paqui, menos mal que no tienes que vivir esto… Esto: la pandemia, el confinamiento, los contagios, los bulos, las acusaciones entre los políticos, los hospitales llenos, las muertes en soledad, la ausencia de material de protección, el paro, los ERTE, la incertidumbre, el futuro…

¡Correa, Mamen, correa!, me habrías dicho tú. ¡Mucha correa!

Recuerdo la primera vez que dijiste esa expresión. Fue después de una bronca que me echaste, porque desaparecí de casa de la abuela, en Ceuta, donde estaba pasando el verano. Desaparecí durante bastante tiempo y cundió la alarma cuando te diste cuenta de que no estaba el pasaporte entre mis cosas. ¡La niña se nos ha ido a Marruecos! Ese era el temor que tenías al saber de mi querencia por el país, por la cultura marroquí y, también, por los chicos marroquíes. ¡La niña ya ha hecho de las suyas! Y menuda me cayó cuando me viste aparecer por el Recinto al cabo de varias, muchas horas, sonriente, feliz, con mis jóvenes años llenos de ilusiones y de ganas de experimentar y de conocer, completamente inconsciente de la preocupación y del miedo que había provocado en ti, tita Paqui, y en la abuela. Y lloré. Lloré como suelo llorar, tita, ¿te acuerdas? No lloré por la injusticia que estabas cometiendo conmigo, como hacen ahora los adolescentes cuando se les llama la atención, que a todo lo que va en contra de sus intereses le llaman injusticia. Lloré con la cabeza gacha. Lloré con lágrimas llenas de arrepentimiento, de pena y de agradecimiento por estar ahí, esperándome, aunque fuera con tus estupendas uñas largas, rojas, perfectamente cuidadas, a modo de garras.

Y ante esas lágrimas mías, me levantaste el rostro, me miraste fijamente con esos ojazos que tenías, y solo me dijiste eso: ¡correa! Luego, me abrazaste como solo tú me has abrazado y, con esa voz que todavía oigo de vez en cuando, me diste la mejor lección de mi vida: Correa, Mamen. ¿Correa? Sí, Mamen, correa. ¿Verdad que te lo has pasado bien?, ¿verdad que en ningún momento se te ha pasado por la cabeza lo mal que los estábamos pasando aquí, tu abuela y yo, al pensar que podía haberte ocurrido algo grave?, ¿verdad que, durante estas horas, no has pensado en las consecuencias? Pues ahora, no sirven de nada el llanto, los lamentos y la mirada fija en el suelo. Ahora, correa, aguanta. Aguanta con entereza, con dignidad, con honestidad y con valentía mi bronca, los reproches de tu abuela, y todo el dolor y la preocupación que has traído a esta casa. Aguanta, piensa, aprende y cambia lo que tengas que cambiar. Sí, Mamen, ahora, correa y palante.

Te fuiste hace más de quince años, tita Paqui, y me dejaste ese “correa” para siempre. La mejor herencia. Porque aquel “correa” me ha acompañado desde ese momento: está conmigo en mi labor docente y como jefa de estudios con los adolescentes, cuando se saltan las normas y tienen que asumir las sanciones y las medidas reparadoras; y con mis compañeros en el colegio, cuando caen en ese vicio de criticarlo todo y de quejarse constantemente. Aunque, ¿sabes, tita Paqui?, yo utilizo tu “correa” en doble dirección: me lo aplico a mí misma, pero también a los demás.

Y, ahora más que nunca, en estos momentos de confinamiento, en esta situación que requiere disciplina, sacrificio, esfuerzo, flexibilidad, adaptabilidad y constancia por parte de todos, la ciudadanía en general y los políticos en particular, tus palabras me siguen acompañando.

Ay, tita Paqui, menos mal que no tienes que vivir esto…

Pero qué digo. Tú, enseguida, te habrías puesto con tu máquina de coser a hacer mascarillas y trajes de protección, o a hacer comida para los más necesitados; o te habrías ofrecido para lavar ropa de hospital o ya estarías en una ONG como voluntaria para ayudar en lo que hiciera falta. Tú, resolutiva, enérgica, optimista, entusiasta, exigente y responsable como nadie, habrías dicho ante la pandemia y el confinamiento, ante los políticos y todos los demás: ¡Correa y palante!

Pues eso, correa y palante.

Gracias, tita Paqui. No te puedes imaginar lo mucho que te echo de menos…

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