Estamos pasando por un periodo extraño en el que los miedos y terrores interiores se están desatando de forma colectiva, y esto solo se produce en momentos de profundas crisis como las que estamos padeciendo debido al tristemente y ya famoso coronavirus.
A algunos, esta situación los ha llevado a sumirse en una confusión más profunda de la que vivían habitualmente a la que han dado una respuesta puramente irracional y en muchos casos egoísta. En este sentido, señalamos los desmanes puestos de manifiesto en los supermercados en donde no han dejado nada en los estantes para los demás. Otros han sucumbido al miedo al contagio y multiplican las medidas de seguridad desoyendo a los propios especialistas médicos y sanitarios.
De esta forma la fiesta de los guantes, mascarillas y pañoladas múltiples se observan sin ton ni son en personas sanas y con escasas posibilidades de padecer la enfermedad si guardan la pertinente distancia de seguridad al salir de sus casas a aprovisionarse y mantienen la cuarentena dentro de sus hogares.
El adaptativo y necesario miedo se convierte en pánico que se asemeja bastante a un estado de enajenación mental transitorio y nos hace que lleguemos a provocar una feroz estampida al oír la palabra mágica que enciende la mecha de nuestro inconsciente colectivo. Lo consciente es muy necesario para desarrollar nuestra vida y también la conciliación con nuestro mundo de adentro, un gran lago interior desconocido en el que tenemos la necesidad de nadar y afrontar con decisión sus retos y peligros pero que en la mayoría de las personas de hoy en día queda olvidado como un lugar inaccesible y remoto imposible de alcanzar.
La búsqueda del Santo Grial interior está muy devaluada, tanto como la disciplina y la capacidad de sacrificio pues muchas de nuestras actividades diarias normales están carentes de significado vital y son el resultado de una monstruosa construcción maquinista al servicio del poder y del dinero; el sendero del héroe/heroína ha quedado sustituido por una vulgar travesía por el centro comercial en los mejores fines de semana completado con la catarsis colectiva que proporciona el alcohol y los espectáculos futbolísticos que sobrexcitan mucho más que entretienen y sosiegan, en muchos casos ejercen el efecto contrario al que inocentemente se espera que produzcan en la psique, o solo producen aletargamiento momentáneo de los fantasmas mientras duran los efluvios de la intoxicación etílica y la excitación propia de la atractiva batalla deportiva entre los contendientes, un circo con una puesta en escena bien estudiada y un escenario preciosista lleno de colorido.
El miedo a la muerte es uno de los grandes tabúes o quizá el gran tabú al que debemos enfrentarnos a diario y para este cometido no basta el mundo racional e intelectual, pues tal y como pone de manifiesto Carl Gustav Jung los que han perdido sus símbolos no los pueden sustituir fácilmente con ideas científicas, políticas o de otro tipo intelectual de todos aquellos que se quieren situar por encima del espíritu destilando “pedantesca sabihondez” en las mismas palabras del sabio suizo.
Desde la desacralización de la naturaleza y el progresivo distanciamiento del mundo trascendente en el que reina y descansa la psique humana se han conseguido logros científicos sorprendentes pero a costa del incremento de la insatisfacción y de las neurosis colectivas.
El ser humano ha despertado de repente en un mundo desconocido y tiene tanto la imperiosa necesidad de interpretarlo como de conciliarse con este mundo amenazante y esto no se consigue con consumo desaforado y entregándose a los vicios decadentes del siglo XXI.
Sin embargo, el atavismo asalta a todo ser humano pues reside en la psique colectiva desde que dejamos de ser solamente una especie de simio insertada en sus hábitats. No fue fácil la transición y la construcción de la mente, se cobró sus víctimas y dejó una huella imperecedera en la que sabios pensadores como Jung intuyen y explican que están las pruebas más contundentes sobre la existencia del espíritu independiente de los procesos cerebrales.
Dejando las disquisiciones intelectuales al margen, lo que es bastante evidente es que necesitamos la espiritualidad para nuestro sosiego y los que no han perdido sus tradiciones religiosas están mucho mejor preparados para afrontar esta crisis que aquellos que viven en un desierto espiritual. Pues cuando el dios Pan acecha el estremecimiento nos ataca y no sabemos que hacer y lo que es peor donde acudir para calmarnos, entonces lo tiene fácil para infundir pánico y cobrarse víctimas, ya no tenemos rituales ancestrales de exorcismos y los templos están vacíos, pues muchos han confundido espiritualidad con las curias y los representantes oficiales de las religiones.
Es más, gracias a las desnortadas reformas educativas se han dejado de estudiar los fenómenos religiosos y los cultos desde el punto de vista histórico, filosófico y antropológico y nadie sabe nada de su importancia. Muchos de los creyentes tampoco pero al menos siguen rituales y liturgias que les ayudan en momentos importantes como el que estamos viviendo.
Lejos de mi intención está hacer una apología de las religiones para que se acuda en masa a los templos sin convicciones claras pues tampoco serviría de nada, más bien se trata de preguntarse sobre la importancia de los asideros simbólicos para saber vivir y conocernos a nosotros mismos.
Por otra parte, los virus son los entes más simples que solo se replican dentro de otros pero realmente el concepto de vivo difícilmente podría aplicárseles. Más bien son cosas que pululan con orígenes muy desconocidos y posiblemente extra-planetario. Son capaces de provocar respuestas inmunes descomunales y matar indiscriminadamente por lo que cabría preguntarse de dónde ha salido este nuevo ente (Coronavirus) y si tiene un origen artificioso pues existe tecnología de sobra para desarrollarlos. No es muy descabellado pensarlo si atendemos al desequilibrio del capital y en manos de quienes está el mundo humano.
Justamente, como indica H. G Wells en su magnífica obra “La Guerra de los Mundos” nos hemos ganado el derecho a caminar en el planeta por nuestra adaptación con respecto a estas diminutas criaturas. El origen de la vida fueron las bacterias y organismos primordiales semejantes y desde entonces lo sigue siendo pues somos una montaña de asociaciones y simbiogénesis en constante evolución y cambio y nuestro cuerpo un gran ecosistema con fecha de caducidad pues pertenecemos a la biosfera y cumplimos sus inercias. Es cierto que los virus no encajan en la historia de la vida o todavía hay que buscárselo.
Sin embargo, el boom demográfico es nuestro principal Armagedón y junto al estilo de vida insostenible el origen de la mayor parte de los desequilibrios ecológicos y de los sistemas naturales. El apoyo mutuo continua fluyendo sin cesar y las muestras de altruismo continúan existiendo y conviviendo con el vacío espiritual, pero si algunos piensan que esto por sí mismo cambiará el comportamiento egoísta y consumista de nuestras sociedades y cambiará las formas de ejercer el poder en los estados nación está muy equivocado.
Sin embargo, es un buen momento para replantearse la existencia y como hacer del mundo humano un lugar de encuentro y convivencia mejorándonos a nosotros mismos. Quizá llegar a ser mejor persona y más consciente de la importancia de la naturaleza y su preservación podría ser un buen objetivo pensando en el futuro inmediato cuando todo esta reclusión termine.
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