Finalmente decido responder a quienes, sorprendidos, me preguntan qué es lo que me mueve para mantener con vida el Club de Letras, ese recinto “cordial” que propicia que nos miremos de vez en cuando, que nos leamos y, sobre todo, que nos escuchemos. Pienso que, en el encuentro de ayer se me escapó la verdadera explicación: la amistad.
Más, mucho más que las letras, que la lectura, que escritura y que la literatura me interesan vuestras presencias y vuestras palabras. Por eso acudo para veros y escucharos. Parto del supuesto de que más gratificante y más enriquecedor para conocer y para vivir la vida humana, es el contacto directo con los seres humanos, por eso alimento el afán de veros y de escucharos.
No estoy de acuerdo con quienes afirman que, a partir de cierta edad, las amistades no se renuevan, que el mundo se estrecha y que no hay más remedio que conformarse con lo ya vivido.
Estoy convencido de que, mirando y escuchando, seguimos creciendo y disfrutando. Con vuestras palabras enriquecéis mis sensaciones, mis emociones y mis sueños. Vuestro entusiasmo –que impregna nuestros encuentros de alegría, con vuestra ironía que limpia la atmósfera en estos tiempos tan afectados de “melodramatismo”, y, sobre todo, con vuestra discreción para expresar vuestros propios méritos, me siento estimulado para seguir creciendo. Por eso, además de expresar mis deseos de bienestar, os muestro mi profundo agradecimiento. Aquí reside la clave de mi decisión de seguir cultivando con palabras claras, con actitudes sencillas y con gestos sinceros las semillas de la amistad.
Estas fechas, mezcla de realismo y de idealismo, de cosas sencillas y de episodios hermosos, deberíamos alimentar nuevas ganas de ser más
buenos y unos sinceros deseos de amistad, de respeto y de generosidad. La sencillez de lo cotidiano, simbolizada de esta manera tan bella, nos descubre, con una singular fuerza comunicativa, las justas dimensiones de la vida. Para calar en la profundidad de estos sentidos, podríamos recordar –“revivir”- las vivencias hondas que nos ayudan –ahora que seguimos siendo pequeños- a acompañarnos, a respetarnos, a comprendernos y a acogernos, esas experiencias que nos proporcionan alegría y nos enseñan a “sentir los sentimientos”, a saber qué es el frío, a palpar qué son los miedos, a soltar nuevos suspiros, a darnos aliento y a querernos.
Felicidades, un beso.
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