Opinión

Conversación con el navegante errante

A las 6:20 h me desperté. Anduve un rato meditando en la cama hasta decidí levantarme. A esta hora de la madrugada el cielo enfrente de mi casa estaba despejado y contemplé la bella silueta de la constelación de Orión. Sin embargo, unas espesas nubes iban conquistando el firmamento hasta volverlo gris. Dudé entre salir o quedarme en casa. Al final lo que hice fue sentarme a releer parte de “Las Perspectivas democráticas” de Walt Whitman. Vuelvo con frecuencia a este libro precisamente para, -como reza en su título-, no perder de vista la perspectiva de una verdadera literatura democrática. La densidad de contenido de las palabras escritas por Whitman es de tal calibre que caen a plomo hasta el fondo de mi alma. Me recuerdan que voy por el buen camino, aunque sea una senda poco trillada. Hoy es uno de estos días en los que sobre Ceuta cae una columna de aire plomizo, tan pesada que no deja a las ramas de los árboles moverse ni a las personas respirar con normalidad. Los colores están apagados, las banderas mustias cuelgan de los mástiles, la tristeza se apodera de las calles y del corazón de la gente. Las gaviotas, ante la falta de una visión clara de los paisajes, se avisan unas a otras sobre la cercanía o alejamiento de la costa. Y a pesar de estas circunstancias meteorológicas la imaginación sigue su curso. No hay obstáculos para la expansión de un alma vigorosa. Como si fuera el mismo “Holandés Errante” navego a través de un mar que no veo. El mar está en calma. El rumor de las olas apenas se hace audible. El sentido de aventura es indescriptible. Noto ese cosquilleo en la barriga y esa excitación que siente los niños cuando planean explorar un pasadizo secreto o entrar en un misterio bosque plagado de inquietantes sombras y sonidos espectrales. En cualquier momento podría aparecer un barco antiguo perdido en el ancho mar del tiempo y del espacio, como sucede en el Triángulo de las Bermudas. ¿Qué podrían contarnos estos navegantes del pasado? ¿Cuál sería su impresión de nuestro presente que es al mismo tiempo su futuro? Quizá llegaríamos a la conclusión, después de una larga conversación, de que los hombres y mujeres siempre hemos sentido las mismas inquietudes y similares aspiraciones. Nada nos distingue en cuanto a las necesidades exteriores e interiores que empujan a los seres humanos a trabajar, pensar y actuar en pro de unos ideales más o menos elevados y trascendentes. Lo único que cambia es la manera de satisfacer tales necesidades. Uno de los aspectos que más sorprenderían a nuestros imaginarios visitantes sería la gran altura de nuestros edificios, el asfaltado de las calles y los extraños carros metálicos que llenan los aparcamientos que en otros tiempos fueron casas, huertas y corrales. ¿De qué se alimentarán estas gentes? Pensarían. ¿Dónde están los animales y las plantaciones? ¿Qué extraña fuerza hace que estos carros se muevan a tanta velocidad? ¿Por qué no hay gentes en las calles? ¿Qué ha sido de las fortificaciones que el pasado hicieron de Ceuta una plaza inexpugnable? Todo está hora arruinado y abandonado. La suciedad lo inunda todo. ¿Qué les ha pasado a los hombres y mujeres para que dejen de considerar sagrada a la naturaleza? Intento contestar a las preguntas de mis amigos los viajeros del pasado, como los que comienzo a conversar. Y así les explico que todo lo que necesitamos lo compramos en tiendas grandes o pequeñas. Ceuta ha dejado de ser una tierra de militares, marineros y pescadores, para convertirse en una ciudad de burócratas, comerciantes y desempleados. Ya nadie vive de lo que da la tierra ni de lo que, con gran esfuerzo, se pescaba en el mar. Nuestros niños y niñas no saben distinguir una col de una lechuga, ni han ordeñado una vaca en su vida. Es más, les comento, apenas pisan la calle y mucho menos la naturaleza. Toda su infancia la pasan entre la escuela y la casa. Están más seguros, pero su existencia es más triste. ¿Cómo puede ser, me dicen, estos niños no sobrevivirían ni un día en nuestra época? Llevas toda la razón, pero ésta es una característica de este inocuo y estéril tiempo. ¿Y estos carros? ¿Para qué los necesitáis? ¿Acaso viajáis mucho lejos? No, le respondo. La mayoría del tiempo circulan por las calles de esta pequeña ciudad generando humos y ruidos. No entendemos este mundo vuestro lleno de edificios enormes y estereotipados, de carros infernales que escupen sulfuro y molestos ruidos, de acantilados llenos de basura, de niños tristes y huertas convertidas en eriales. ¿Qué vida es ésta? Vivís, según me dices, muchos más años que los de mi época. Pero, ¿De qué os vale? Cualquiera de mis aventuras y viajes en mi mísero barco vale más que vuestras largas y confortables vidas. Los navegantes los únicos que tenemos son nuestros trabajos y días. Puede que esta niebla nunca se levante completamente, o incluso puede que nuestro barco nunca llegué a tocar puerto. No nos importa. “Sentir el fresco rocío del mar en el rostro y montar las olas un tiempo es todo lo que un marinero necesita para ser feliz. Un minuto es una muestra de la eternidad” (Lewis Mumford, The Little Testament of Bernard Martin). …Me quedo sin palabras después de escuchar al intrépido marinero venido de otros tiempos. Cuando todavía me había recuperado del impacto de sus palabras me dice: “No envidio la vida que lleváis. Más bien me siento apenado por tanta falta de ambición espiritual que aprecio en este mundo vuestro. Estáis ciego ante toda la belleza que os rodea. No escucháis ni entendéis la voz de la naturaleza. No es de extrañar que así suceda con tanto ruido ambiental. ¿Qué os pasa? ¿Qué han hecho de vosotros todas las máquinas que os rodean? ¿Acaso habéis perdido el sentido de la vida? Mirad, mirad a vuestro alrededor. Emocionaros con los colores que nos trae el sol, con el sonido del mar que en estos momentos llega a nuestros oídos como si fuera la misma banda sonora de la vida de las gentes del mar. ¿Habéis olvidado lo que sois? ¿Qué han hecho con vuestra memoria histórica? ¿Por qué abandonáis las murallas y fuertes construidos por los que lucharon para defender esta tierra? Oh, Dios Mío. ¿En qué os habéis convertido? El más humilde de mis marineros tiene más cosas que contar y más sabiduría vital que vuestros más afamados dirigentes”. El sol ha llegado. La niebla empieza a disiparse y yo no deseo permanece en esta tierra de locos. Me vuelvo al mar para seguir navegando hasta la eternidad. Pero, antes de zarpar, una cosa os digo. Dentro de cada uno de vosotros reside un inabarcable mundo de sueños y fantasía. Esta emoción que sentiste al acercarte esta mañana al mar, rodeado por la niebla, fue lo que me atrajo hasta este afamado puerto. Hacía milenios que no tocaba tierra y me ha apenado mucho lo que he visto, pero no vuelvo triste a mi barco. He adivinado en ti esa chispa vital que permite ver el mundo con los ojos de un poeta. Siéntete un hombre afortunado. Lo que tú tienes vale más que cualquier de los tesoros que mis amigos los piratas escondieron en islas secretas. La mayor riqueza que puede poseer un hombre o una mujer es la que encierra en su interior. Nadie puede robártela. Puedes compartirla sin que el tesoro disminuya. Es más, cuanto más des, más aumentará tu fortuna. Te diré un secreto, que no me importa que compartas con el mundo. La felicidad que todo el mundo anhela es muy sencilla de lograr. Sólo tiene que seguir una regla: se tú mismo, confía en lo que eres, descubre la misión que te ha sido encomendada por los dioses y una vez que la descubras pon el timón firme hasta tu destino. …Veo atento, con lágrimas en los ojos, como mi amigo vuelve a su barco. Su barca navega sobre el mar en calma. El del pie me mira y yo lo miro a él. Nuestras miradas se abrazan entre la niebla que se disipa. Algún día navegaré junto a él, sintiendo las salpicaduras del agua marina en mi rostro.

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