Opinión

El controvertido origen del COVID 19

La terrible pandemia que padecemos en todo el planeta, ha generado un sinfín de versiones explicativas sobre el origen de la misma. Algunas de ellas carecen de fundamentos demostrados y se basan solo en indicios y especulaciones.
Una de ellas es la que vincula su origen a la implantación de la tecnología 5G. La quinta generación de redes móviles, fundamentalmente consiste en un aumento de la capacidad de conexión y de la velocidad de transmisión, unas diez veces mayor que la actual. Hay significativos divulgadores de esta teoría, entre ellos un tal Dr. Thomas Cowan. El galeno considera que los virus son “la excreción de una célula intoxicada” y en este caso, nacida por una exposición a ondas de radiación electromagnética, entre las que incluye las generadas con la 5G. Otros defensores hacen referencias a brotes de enfermedad originados cuando se implantaron las redes 3G y 4G. En general esta teoría, y los que la apoyan, defiende que la 5G afecta de forma negativa, inutilizando el sistema inmune e incluso que la propia tecnología transmite el virus.
Entre las versiones que se relacionan con la creación del patógeno en un laboratorio, ha renacido estos días un reportaje emitido en noviembre de 2015, por la cadena de televisión italiana Rai 3. En el mismo aparecía una investigación realizada en un laboratorio chino que había creado un supervirus pulmonar, mediante la conexión de una proteína de murciélago con el virus SARS. EEUU colaboraba con el proyecto científico y, a pesar de que se retiró dicha participación, se desmintió que el mismo tuviera relación con la actual pandemia.
El astrofísico Chandra Wickramasinghe, nacido en Ceilán – actualmente Sri Lanka– y formación británica, es uno de los defensores de la panspermia, una teoría que defiende que la vida se generó en nuestro planeta por microorganismos y material biológico procedente del espacio exterior. En sintonía con este planteamiento teórico, defiende que el coronavirus causante del COVID 19 se introdujo a través del fragmento de un cometa que se precipitó como meteorito en China, en octubre de 2019. Aunque no puede aportar pruebas científicas, asegura que este suceso es posible ya que los microorganismos pueden estar incrustados en una roca espacial en estado latente, protegidos de la radiación. Su planteamiento es refutado, entre otros argumentos, porque la estructura del coronavirus teóricamente invasor es muy parecida a la de los coronavirus con los que convivimos y, por tanto, sin origen extraterrestre.
En línea con estas versiones espaciales, se encuentran manifestaciones que hablan de supuestas invasiones de seres de otros mundos. Concretamente, se citan las de un experto en investigaciones secretas sobre ovnis que avisa que no existe ningún protocolo mundial, ni plan de contingencia, frente a una invasión de estas características. Una contaminación que afectara masivamente a la población mundial – como la actual– y con la ocupación de personas y recursos para controlarla por parte de los gobiernos, debilitaría la respuesta a una agresión exterior y sería el momento oportuno para realizarla.
La sopa de murciélago es considerada un manjar en ciertas partes de China y en el Este asiático. Contiene el cuerpo, la cabeza y las alas del animal y sus consumidores le atribuyen propiedades medicinales. Al ser el murciélago portador de muchos coronavirus, se culpó a la ingestión del exótico plato como el origen del COVID. No obstante, pudo comprobarse que muchas personas, afectadas de la enfermedad, no habían consumido la citada sopa.
Los ancianos son la población de mayor riesgo y la más afectada. Estrafalarias, tristes e inhumanas manifestaciones, han atribuido la enfermedad a una acción periódica de la naturaleza para avisarnos– como manifestó una concejal de izquierdas de Arrecife de Lanzarote– que estamos llenando el mundo de personas mayores.
Sin duda la versión más difundida – y no cabe duda que apoyada en consideraciones que podían hacerla creíble– es la de una III Guerra Mundial, que no se ha librado con ejércitos enfrentados, ni con el uso de armamento nuclear. Ya no tiene sentido la invasión y la conquista de territorios, como en las guerras de antaño. En el mundo actual lo que prima es conseguir el poder económico. La argumentación de la teoría, parte de la base que China–quizá con el apoyo de Rusia– quiere convertirse en la mayor potencia económica mundial desmantelando a EEUU, a Europa e incluso a Arabia Saudí. Para ello planificó una operación de contagio– que inició en una de sus provincias para disfrazar la operación– sin importarle sacrificar a parte de su población, pero aislándola previsoramente del resto de la nación. Se complementa este planteamiento argumentando que, conveniente y anticipadamente, han planificado la construcción relámpago – en diez días– de un hospital, recopilando materiales, mobiliario sanitario, personal y el proyecto de edificación, para tenerlos disponibles.
La paralización de la actividad de las empresas extranjeras localizadas en China traería, como consecuencia, un desplome en el valor de sus acciones. Este hundimiento bursátil sería aprovechado por China para comprar a bajo precio y hacerse con el porcentaje mayoritario de empresas estadounidenses, europeas y de otros países. Por otra parte, la importante bajada del precio del barril de petróleo, daría un golpe al primer productor, Arabia Saudí, con beneficios para la propia China y para Rusia.
China – posiblemente con una vacuna o antídoto, ya disponible– y Rusia, a la que no afectaría mucho el virus, se recuperarán rápidamente, mientras Occidente estaría diezmado económica y sanitariamente. Se despertará convertido en dependiente del gigante chino.
A mi entender este planteamiento tiene bastante de guion cinematográfico, aunque verdaderamente también la situación que estamos viviendo en el mundo, se asemeja mucho a un argumento de novela o película apocalípticas. Sin duda China está saliendo también perjudicada de este parón económico y desde luego, si esta conspiración hubiese sido cierta, posiblemente estaríamos abocados, ahora sí con seguridad, a una guerra nuclear.
En sus alocuciones Trump suele referirse, con cierto retintín, al causante de la enfermedad denominándolo como el “virus chino”. El portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores del país asiático, sacó a relucir unas declaraciones de un responsable norteamericano ante el Congreso, sobre unas muertes por influenza o gripe en EEUU–no se cita la fecha– que podían haber sido causas por el COVID. Las aprovechó para culpar de la contaminación en China, a la presencia de cientos de atletas del ejército de EEUU, que participaron en octubre de 2019, en Wuhan, en los Juegos Mundiales Militares.
Acudiendo a la cronología del proceso de infección, parece ser que del 12 al 29 de diciembre de 2019–quizá en fechas anteriores– se produjeron en China algunos casos de enfermedad. Hasta el 31 de diciembre, las autoridades no comunicaron oficialmente de casos de enfermos aquejados de neumonía de origen desconocido. Curiosamente todos ellos estaban relacionados con un mercado de mariscos y animales vivos llamado “Huanan Wholesale Seafood Market”, en la ciudad de Wuhan, capital de la provincia de Hubei. El día 7 de enero de 2020 se identificó el agente causante, como un nuevo coronavirus que recibió el nombre provisional de 2019nCoV (2019 novel coronavirus).
Los coronavirus son una antigua y extensa subfamilia de virus, pertenecientes a la coronaviridae. Su nombre deriva de las protuberancias o especie de pelusa de su capa externa, que asemejan a una corona solar. Se estima que existen desde hace millones de años, los portan los murciélagos y ciertos pájaros. Hay muchos tipos y concretamente en la actualidad se han identificado 39 especies. En los humanos se han descrito siete cepas, de la cuales cuatro de ellas solo causan resfriado común o complicaciones en personas con sistema inmunitario débil. Las otras tres si originan graves enfermedades, como el SARS-Cov (Síndrome Respiratorio Agudo Severo) detectado en Asia en el 2002, el MERS-CoV (Síndrome Respiratorio en Oriente Medio) en el 2012 en Arabia y el recientemente identificado en Wuhan que se denomina científicamente SARS-CoV-2.
El 9 de enero se produjo el primer fallecimiento en China, un hombre de 61 años. El 31 de enero se detectó el primer caso en España. El 11 de febrero, la OMS (Organización Mundial de la Salud) bautizó la enfermedad originada por el nuevo coronavirus como COVID19 – acrónimo de COronaVIrus, más la D del inglés disease (enfermedad) y el año del descubrimiento – escrito con mayúsculas por tratarse de un acrónimo. Puede citarse en masculino, como ébola, zika o sida o también como femenino, por tratarse de una enfermedad. El 4 de marzo, se identificó al coronavirus como causante del primer fallecimiento en España, ocurrido el 13 de febrero. El 11 de marzo, la OMS declaró oficialmente la enfermedad como pandemia.
Ciertos sistemas políticos son muy proclives a ocultar sucesos o situaciones que no es conveniente, para ellos, que sean conocidos – Chernobil, por ejemplo– y la aparición del coronavirus no podía quedar fuera de este contexto. El joven oftalmólogo chino, de 34 años, Li Wengliang, detectó entre algunos de sus pacientes, en el Hospital Central de Wuhan, unas neumonías que se parecían mucho a las ocasionadas por el SARS del 2002. A través de un chat privado, compartido con más de un centenar de colegas y amigos, alertó sobre la situación y aconsejó medidas de precaución. La policía tuvo acceso al mismo y sometió al doctor a un severo interrogatorio, amenazándolo con la entrada en prisión por más de siete años, acusándolo de alteración del orden social. Ante tal perspectiva, no tuvo más remedio que firmar el documento que le presentaban, para retractarse de sus manifestaciones. Cuando la situación real confirmó las apreciaciones de Li, el gobierno chino tuvo que reconocerlas – ciertamente con retraso – destituyó a algunos funcionarios, cerró el mercado de Wuhan y prohibió el comercio ilegal de especies animales en el país. El doctor asumió su responsabilidad profesional y se dedicó a atender a los enfermos. Desgraciadamente, sufrió el contagio del COVID de una de sus pacientes y falleció a primeros de febrero.
A pesar de todas las versiones sobre el origen del coronavirus SARS-CoV-2, parece ser que la más acreditada científicamente– aunque ciertamente con algunas indefiniciones, al haberse desmantelado las instalaciones y no poderse hacer comprobaciones – es su aparición a partir de la lonja o mercado de Wuhan.
Lo sorprendente es que no se hayan producido y se produzcan, de seguir funcionando, cantidad de enfermedades en esos mercados denominados húmedos– los suelos están inundados de sangre, vísceras, plumas, escamas, incluso deyecciones y heces de los animales enclaustrados en pequeñas jaulas y sacrificados– que abundan en China y ciertos países orientales.
Los coronavirus se caracterizan por poder saltar de unas especies a otras, ocasionando enfermedades del tipo infeccioso que se denominan zoonóticas. Los murciélagos son reservorio natural de coronavirus similares al SARS-CoV-2, pero solo tienen carácter virar para el ser humano cuando pasan por varios huéspedes intermedios. Así ocurrió en el SARS-CoV de 2002 con las civetas – pequeño mamífero omnívoro– y en el MERS de 2012 con los camellos.
Con todas las cautelas posibles, como hemos señalado anteriormente, la teoría más generalizada es que el coronavirus se originó en el mercado de Wuhan– donde se ofrecían más de cien especies de animales, muchos de ellos exóticos y de procedencia irregular, como civetas, cachorros de lobo, pangolines, aves de corral, ratas, serpientes, camellos, etc. en unas deplorables condiciones higiénicas– teniendo como reservorio primario el murciélago. Se albergó en otros hospedadores intermedios, como el pangolín, –mamífero de piel escamosa, muy demandado– de manera natural. De alguna forma, por contacto directo, se transmitió a personas, evolucionando y desarrollándose, hasta un estado de patología.
En lo que se tiene seguridad es que el virus se alojó en los humanos a partir de una fuente de origen animal, a través de procesos naturales. El análisis de la estructura del coronavirus y de las proteínas de sus espículas –especie de púas o espinas que sobresalen de la cubierta del virus y sirven para romper las membranas de células y alojarlo en ellas– hacen afirmar a los científicos que ni fue diseñado en un laboratorio– porque parece ser que tiene imperfecciones, que lo asimilarían a una chapuza–ni tampoco es fruto de una manipulación de otros coronavirus. Lo ocurrido ha sido un proceso de evolución de la estructura y desarrollo, al azar, que ha permitido a sus espículas poder invadir las células de los humanos.
Rebatidas las versiones de la creación artificial en laboratorio, de su origen extraterrestre, de una conspiración para dominar la economía mundial e incluso de la sopa de murciélago, solo nos queda ahora adoptar las precauciones aconsejadas, para luchar contra la enfermedad. Esperanzadamente, confiar en que la ciencia encuentre los remedios y que los gobiernos planifiquen las medidas necesarias para limitar, en lo posible, la aparición de nuevos virus o la reactivación del actual. En consecuencia, es misión inexcusable la previsión del material y los facultativos necesarios, para reaccionar adecuadamente frente a las nuevas situaciones– anunciadas además por diversos científicos– que puedan presentarse.

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