Europa es consciente del problema, pero no da con la tecla de las soluciones. Quizás porque no existen recetas infalibles, mágicas ni inmediatas, pero también porque la singularidad social de Ceuta, y de su entorno cercano, sea complicada de descodificar analizada desde el corazón del continente. Recuerda Carlos Rontomé cómo, a la pregunta del auditorio de cómo combatir el problema y su respuesta de atajar la marginación con dotación económica, se topó con la negativa de los representantes alemanes, que fieles al dictado de Angela Merkel recordaron que la UE debe contener gastos. Otra de las recetas aportadas por el profesor de la UGR fue “reforzar el control” sobre el paso del Tarajal “en la entrada y salida de las miles de personas que lo atraviesan a diario, casi imposible de impermeabilizar en la actualidad”, pero de nuevo el mismo interlocutor de Berlín se negó en redondo argumentando que “no es política de la UE” bloquear fronteras. “Desde el centro de Europa es muy complicado entender que en esta esquina del mapa hacemos frontera con un país islámico”, destaca Rontomé.
Pese a las objeciones de sus compañeros europeos de jornada, su apuesta para “contener el problema, que no solucionar, porque eso de momento es complicado”, incluye entre otras medidas el control en la entrada de extranjeros en la ciudad y la puesta en marcha de programas educativos en los colegios. “Hay una carencia en ese sentido. No hay protocolos específicos que alerten de qué niños están expuestos a entornos radicalizados. Al detectarlo, trabajadores sociales podrían tratarlo con los padres y los propios alumnos”, propone.
Eso neutralizaría, en su opinión, parte del efecto de un fenómeno, el de la radicalización, que atribuye en buena medida “al fracaso de las élites políticas y religiosas de la ciudad”, que “no han sabido frenar el avance de las corrientes más rigoristas del Islam, que están triunfando en Ceuta”. Advierte de que el componente religioso no es el único argumento que conduce a los jóvenes hacia Siria, pero sí contribuye “porque el clima no es el mejor y se legitima de alguna forma la visión más radical y más dura” de la religión predominante en la zonas de donde parten los yihadistas.
Barrios que según Rontomé son también ejemplo palpable del fracaso de una clase política “que ha permitido que en zonas como El Príncipe, pero también en la Cuesta Parisiana, en Juan Carlos I o en Los Rosales, se extienda una marginación que es fruto de unas condiciones socioeconómicas desastrosas”. Un “error gravísimo” que ha “enquistado” el problema en puntos concretos de la ciudad que ahora coinciden con los principales nidos del yihadismo.
Ese extremismo, alerta, aunque no se lleve a sus últimas consecuencias sí que está calando en ciertas capas sociales. “Hay una visión más rigurosa, más de reafirmación. Y eso, más que fractura entre los musulmanes, lo que provoca es que la comunidad decida quién es más o menos musulmán. Ocurre con el tema del pañuelo de la mujer: puede que se use de forma voluntaria, pero también porque así evitas las presiones de familiares o vecinos al salir a la calle”. Y todo ello, “en una ciudad de convivencia en un equilibrio inestable, que funciona porque hay un pacto tácito para que no se mueva nada”.
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