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Contextualizar el cambio climático

Lo peor del cambio climático es la absurda forma de enfocarlo, o mejor dicho, de desenfocarlo, es como no tener interés por esta cuestión aireada por científicos del clima (y muchos otros de diferentes disciplinas) y por las preocupadas voces de colectivos de ciudadanos alarmados por las inmediatas e inevitables consecuencias. La banalización de todo lo significativo e importante para nuestra especie caracteriza nuestra época de abobados y de sesudas mentes, que bien pueden enredarse en tautologías en torno a cualquier futilidad superficial, como por ejemplo “la cocina de autor”, o sobre la última disertación del ya propuesto a Beato, e incluso al premio nobel de cocina por los friquis de la cocina creativa. En fin, ¿qué podemos hacer cuando una ingeniosa delicia de un supercocinero es muy capaz de revolucionar a las mentes de “grandes hombres” del intelecto, las artes o como no de la política? Estaba claro que el I+D para investigación gastronómica estaba al caer como un fruto digno de nuestra sociedad de vividores. En Ceuta, tan poco ajena a la decadencia en general, y muy proclive al tonteo con ínfulas, ya se veía venir que los cursitos para “entender de vinos” estarían a reventar de audiencia, porque en nuestro santo país las apariencias sobre el conocimiento de vinos es algo simplemente inexcusable, si se desea quedar como un buen y orondo cateto provinciano ante un buen aficionado y conocedor del néctar de uva y de toda su cultura. Recuerdo también que la pasión por las sevillanas de todo tipo de carpetos llegó a ser indispensable para sentir a España de verdad y por los cuatro costados. Hoy día la fiebre se ha disparado también a las cofradías y las romerías donde en nuestra ciudad también todo el mundo desea participar. Obviamente, ante tanta chanza y diversión asegurada, los avatares climáticos y los procesos geológicos resultan realmente aburridos y carentes de interés general. Podemos comprender el escepticismo sobre las particularidades del cambio climático, y sobre todo en relación a ciertos comportamientos precipitados que pretenden un cambio radical del sistema económico actual en un tiempo record. Escepticismo indica razonamiento y reflexión ante el transcurso de los acontecimientos, los cuales parecen indicar que estamos acelerando nuestra entrada en un nuevo periodo climático más extremo y radical, que el que alumbró toda nuestra flamante civilización humana. Los cambios climáticos son una constante en la evolución de nuestro clima y, como cualquier persona puede entender intuitivamente, afectan crucialmente a la biosfera en su conjunto. La geología y el clima, ambos relacionados con nuestro origen en el sistema solar se reducen a dos calores: el interno de nuestro planeta que lo hace estar vivo y el que proviene del astro rey, nunca mejor dicho. Tener dudas sobre cualquier cuestión acerca del clima es legítimo y denota inteligencia, además un conocimiento mínimo sobre la historia de la biosfera muestra tantos cambios atribuibles al clima como para relativizar nuestro pequeño papel en toda esta historia. Lo que nos parece bastante incalificable es no tener conciencia de lo importante que es para nosotros, más que como especie, que también, como civilización, entender el funcionamiento de nuestro sistema climático y con él todos los cambios que estos pueden desencadenar. A pesar de las acertadas previsiones sobre el tiempo inmediato del que vamos a disfrutar, todavía no comprendemos los procesos desencadenantes de los grandes cambios en el clima de la tierra y eso sí que merecería nuestra urgente atención, si comprendemos que el clima es la dualidad en esencia, un motor y un aniquilador de la vida. Lo mismo podríamos aplicar a la dinámica geológica de nuestro planeta y a su inevitable enfriamiento paulatino. Nuestra civilización es efímera y está rodeada de amenazas reales que no está enfrentando, se trata de grandes retos, y todos tienen que ver con cuestiones importantes y decisivas, nada banales. Estas provienen del conocimiento de la naturaleza planetaria en los aspectos de clima, geología y biología, y otras están relacionadas con la dimensión moral del ser humano y su búsqueda de la belleza y de la felicidad. En este contexto, la tecno-ciencia, y con ella todo lo bueno y lo malo, debería ser alojada en un lugar particular donde se pudiera desarrollar a la medida del ser humano, sin que se erija en una nueva fe o religión mayoritaria, banalizando nuestras vidas y destruyendo recursos y culturas al servicio del capital. Ya va siendo hora de ser mayores de edad en el planeta y que como signo de madurez empecemos a aceptar sus limitaciones e imposiciones, y especialmente los de nuestra propia especie. Una de ellas es la vana acumulación de riqueza, un potente narcótico que nos neurotiza apartándonos de objetivos mucho más apropiados para nuestra naturaleza moral. Siguiendo la pluma de uno de los genios de la literatura, Albert Camus y particularmente uno de sus ensayos “El exilio de Helena” nos podemos adentrar en su literatura, hastiada por la vulgaridad e improvisación de la sociedad y su falta de ideal humano, tal y como lo imaginaba el autor norteafricano. A lo largo de este pequeño, pero a la vez agudo ensayo, el autor pone el dedo en varias yagas supurantes de nuestra joven, loca e imperfecta sociedad. Escribía Camus para referirse a la inmadurez infantil de la sociedad humana capaz de caer muy bajo en muy poco periodo de tiempo: “presunción infantil y que justifica que pueblos niños herederos de nuestras locuras, conduzcan hoy en día nuestra historia”. La infelicidad que se torna locura bajo la esclavitud del trabajo burocrático es reflejada como sigue “Nosotros volvemos la espalda a la naturaleza, nos avergonzamos de la belleza. Nuestras miserables tragedias arrastran olor de oficina y la sangre que derraman tiene color de tinta de imprenta, por eso es indecoroso proclamar que somos hijos de Grecia…”. El desajuste burgo-tecnológico se expresa brillantemente como sigue “Vivimos, así pues, en el tiempo de las grandes ciudades. Deliberadamente el mundo ha sido aniquilado de aquello que constituye su permanencia: la naturaleza, el mar, la colina, la meditación de los atardeceres. Solo hay conciencia en las calles, porque sólo en las calles hay historia, ése es el decreto….., Desde Dostoievski buscar paisajes en la gran literatura europea es inútil. La historia no explica ni el universo natural que había antes de ella ni la belleza, que está por encima de ella”. Como una muestra de racionalismo radical y positivista que niega la belleza comenta que el hombre “Se tensa para alcanzar el absoluto y el imperio, quiere transfigurar el mundo antes de haberlo agotado, ordenarlo antes de haberlo comprendido. Diga lo que diga deserta de este mundo”. Es un brillante grito de basta de arrogancia e inmadurez y de jugar como niños con las cuestiones de gran calado, con el espíritu moral del ser humano, una contribución notable desde el mundo de las ideas literarias. El espíritu de su lamento literario sigue en perfecto vigor unas décadas después de su desaparición y los resultados del dictamen economicista del crecimiento y de la infelicidad del bienestar están a la vista. Por fin hemos conseguido desterrar la belleza de nuestras vidas. Basta de tomárselo todo a pitorreo, basta de arrogancia inexcusable, de vivir en torres de marfil y de hacer análisis atolondrados que llevan a plantear soluciones improcedentes a los problemas del mundo (lean o intenten leer en el país del domingo 12 de agosto, 2012, un artículo sobre un necesario cambio en la política europea). Necesitamos enfocar otros objetivos que conecten las dos grandes áreas de creación humana: las artes y el conocimiento concreto de las realidades que nos ayuden en nuestro torpe deambular planetario. Por todo esto, la crisis climática que estamos viviendo, debe cuestionar nuestra actitud ante el mundo y comenzar a crear los cimientos de una nueva era de relación hombre-planeta. También, retomar ciertas actitudes dejadas de lado por anticuadas o primitivas. Dejar la improvisación impenitente como especie y comenzar un camino guiado por la madurez, que ofrece la experiencia cultural acumulada que nos permita una mayor y mejor adaptación a nuestra casa común y en especial al cambiante pero bendito clima que nos ha sido otorgado compartir con otros sin hacer nada para recibirlo. No es nuestra intención hacer una declaración utópica de corte new age o al estilo de la ecología profunda escandinava, solo pretendemos comunicar que necesitamos centrar nuestras prioridades como especie cultural que somos y no como simple masa de levadura en expansión, que diría Lobo Larsen, gritando desde la proa de la goleta “El Fantasma” en la genial obra escrita por Jack London.

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