Prosigo sin hacer el acostumbrado balance sobre nuestros contenciosos y diferendos diplomáticos, ahora el correspondiente a este 2022. Deliberadamente, a la espera de que mejore la hipostenia de Moncloa, Santa Cruz et alii en tamaño asunto, clásico, recurrente e irresuelto, que no irresoluble, donde los sucesivos gobiernos, en general y con los matices que se quieran pero con un denominador rayano en lo común, se han visto constreñidos a aplicar una estrategia insuficiente en el obligado eufemismo, a jugar con las negras, a la defensiva, en tan proceloso tablero, dejando caer los contenciosos hasta extremos de difícil reconducción. Confiemos, pues, qué remedio, en que el crónico déficit en tan hipersensible como insoslayable asunto se atenúe en alguna manera como la crisis general de valores y de hechos que hipoteca la hispánica harmonía, hasta con h como se puede y he escrito en alguna ocasión.
Hace tiempo que he acuñado la máxima diplomática, al parecer némine discrepante, de que hasta que España no resuelva o al menos encauce debidamente su en verdad harto complicado expediente de política exterior en litigios territoriales, no ocupará el puesto que corresponde en el concierto de las naciones a la que fue primera potencia planetaria y cofundadora del derecho internacional al más noble de los títulos, la introducción del humanismo en el derecho de gentes.
Pero aunque no elabore todavía el balance del 2022, la acuciante actualidad, la derivada argelina y su denuncia del tratado de amistad y buena vecindad, con la potencial variable comercial que lo es también con la UE, a la que corresponde la competencia primaria lo que facilitaría a Madrid recomponer la relación mercantil, con Bruselas instando a Argel como medida cautelar a reconsiderar su decisión, cierto que no materializada que todo hay que decirlo (el gas no tiene que verse afectado al estar cubierto por contrato), obliga a unas consideraciones puntuales, de urgencia, centradas en el tema/río, el Sáhara Occidental, el factor desencadenante que ha vuelto con intensidad inopinada a la palestra a consecuencia del dislate de Sánchez, ya que la resolución a tan enconado conflicto requiere ineludible y previamente la concertación entre los contendientes, radica en el acuerdo entre las partes, como preceptúa Naciones Unidas. Y ni la RASD ni Argelia, parte más que interesada, aceptan la neotérica política de Madrid, que parece no tener en cuenta elemento tan ontológicamente básico, amén de legal.
Entre las aproximaciones profesionales a la búsqueda de una solución definitiva de la controversia saharaui, no debería descartarse sin más una de las tesis que Koffi Annan, “desde el realismo”, lanzó en el 2002, la partición, a la que yo llevo tiempo adscribiéndome con carácter no exclusivo pero sí preferente. Explórese de nuevo en cuanto ajena a los maximalismos, en la línea ortodoxa de la lógica diplomática, auspiciada además desde una elemental realpolitik. Ni Rabat va a renunciar “del todo”, ya que implicaría el fin de la monarquía, otro golpe de Estado ahora definitivo, ni los saharauis van a integrarse en ninguna autonomía porque podría traducirse en que su entidad quedara absorbida dentro del reino alauita, que terminaran extinguiéndose como nación.
Como es notorio las divergencias entre Rabat y Argel, comenzando por las fronterizas, resultan intrincadas de manera particular, agravadas por las injerencias estadounidenses y rusas en zona estratégica de primer nivel. He visto a las partes de cerca. En el Sáhara hace más de cuatro décadas y media cuando censé a los 339 compatriotas que allí quedaron. En Argelia, además de escribir sobre Canarias y Cubillo y nuestros mediadores incluido Don Juan, a quien conocí, llevando a un equipo de arquitectos dirigidos por Julio Cano Lasso, que iban por el honor, a fin de transformar alguno de los castillos que dejó Carlos V en el Oranesado en paradores de turismo. Y cuatro intensos años y medio, más de una vez escuchando a Hassan II, gran dosificador de los tiempos con España, en aquellos crepúsculos calmos y azules del añorado Rabat.
Dejamos aquí esta síntesis de urgencia sobre el Sáhara Occidental, no sin una breve recapitulación sobre nuestros conflictos territoriales. Entre los diferendos, en las Salvajes, han escrito Lacleta y otros tratadistas, que renunciados nuestros derechos en superficie sobre el archipiélago a favor de Portugal en 1997, a los efectos de integración total en la estructura militar de la OTAN y al parecer como peaje a la tradicional alianza luso/británica, la contienda hispano/lusa queda circunscrita a la naturaleza de las pequeñas islas, habitables o no, y de ahí a la extensión de las ricas aguas circundantes. Pues bien, sin novedad, tras años sin sentarse a la mesa de negociaciones, lo que obviamente faculta a una más activa y decidida Lisboa a proseguir asentando su posición. Será ahora de manera incidental por el juego de terceros, para que Rabat formalice la ampliación de su plataforma continental, que se negociarán las aguas, que tocan las de Canarias y las del Sáhara y llegan hasta las Salvajes.
En Olivenza, conflicto no jurídico, ya hemos sugerido, con otros claro, como modo de buena vecindad y nunca mejor dicho, para solventar la incómoda situación, la celebración de un referéndum, que según están las cosas parece que arrojaría color hispánico (el omnipresente, sale no se sabe cuántas veces en el artículo, parece en diplomacia, “la primera de las ciencias inexactas” en la catalogación del conde de Saint Aulaire, por la diversidad de escenarios, por el juego del alors, del en ce cas, en definitiva podría apostillarse en elemental vía didáctica, porque como es archisabido la política exterior no es uniiateral, no depende de uno sino de otro, de otros, es, por definición, bilateral y crecientemente plurilateral). Y en Perejil, de cuyo riesgo como tierra de nadie García Flórez fue el primero en alertar antes del incidente del 2002, ante una eventual disputa jurisdiccional, ciertamente poco probable porque no escapa a la globalidad del contencioso, continuamos manteniendo que existe un mejor, no un único pero sí un mejor derecho de España.
Por último, en los contenciosos, amén del Sahara, en Gibraltar, tras la gestión de la administración socialista, que no resulta felicitable, y visto asimismo en lo que quedó el “pondré la bandera en el Peñón en cuatro meses” de su predecesor en Santa Cruz, se nos ocurre poco más, después de tres interminables centurias con España incompleta, rota, que evocar a Gondomar, “a Ynglaterra, metralla que pueda descalabrarles”, y eso que Albion todavía no había tomado el Peñón, lo que en versión moderna se traduciría en la aplicación hasta donde proceda, hasta donde se pueda, del tratado de Utrecht.
Respecto de Ceuta, Melilla, islas y peñones, la (auto)impuesta brevedad de este artículo conduce a otro artículo de hace un par de semanas, “Metternich no frecuenta Santa Cruz o La mejor defensa de Ceuta y Melilla”, donde reitero una vez más mis tesis de hace cinco lustros y que está en la red. En el plano diplomático teórico, si Rabat sacara adelante en el Comité de los 24 la reivindicación de las ciudades, que Hassan II congeló en Naciones Unidas en el 75 al disociarla en buen táctico del Sáhara, que forma parte consustancial del credo político marroquí, que es histórica e imprescriptible, que nunca va a extinguirse, no parece quedar claro que en ninguno de los supuestos de los Territorios no Autónomos, las posesiones españolas revirtieran a Marruecos, antes quizá al contrario. En el plano diplomático, se insiste. Y siempre el respeto a la voluntad de sus habitantes naturales, a diferencia de la población artificial de los llanitos, base incuestionable de cualquier derecho internacional que se proclame moderno.
Nota Bene para nuestros estrategas ante la Cumbre de la OTAN de fin de mes. Con seguridad resulta innecesario traer a colación que el actual nivel top de la alianza Washington/Rabat, podría minorar el carácter solidario de las intervenciones fuera de zona de la organización. Pero nótese, por prudencia diplomática si se quiere, que no ha sido hasta hace meses, el pasado año, cuando a Ceuta y Melilla, no cubiertas formalmente por la Alianza, se las ha integrado en la Estrategia de Seguridad Nacional, que cuenta con un competente director a quien conozco.
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