Opinión

Los contenciosos diplomáticos y el mejor derecho de España

Los balances anuales sobre los contenciosos diplomáticos españoles, que vengo haciendo sistemática, casi religiosamente, facultan para formular, desde su déficit general, una conclusión clave, que si no constituye una ley matemática sí lo es diplomática: mientras España no resuelva o encauce de manera adecuadamente ortodoxa su en verdad complicado expediente litigioso internacional, no normalizará su situación en la comunidad de naciones.
En efecto, la atipicidad internacional de España viene dada por la subsistencia del problema colonial, connotación que si bien no le es predicable en exclusiva, provoca que la obligada resolución de la cuestión se presente todavía, ya entrando en la tercera década del XXI, de forma incompleta e insatisfactoria. Podría sorprender que una nación que figura entre las fundadoras del derecho internacional por varios conceptos, comenzando por el más importante, la incorporación del humanismo al derecho de gentes, no haya logrado desbloquear, no ya resolver, su ciertamente complicado dossier de diferendos.
La explicación parece simple y sobrepasa el marco jurídico para inscribirse abiertamente en el ámbito parapolítico, ya que en sus contenciosos inciden diversas servidumbres de la política exterior amén naturalmente de algunas de las imperfecciones del derecho internacional, todo ello nucleado por un factor geoestratégico que lleva a lecturas del siguiente tenor: ¨ningún estado permitirá que un mismo país detente las dos orillas del Estrecho¨, en la formulación de Hassan II, el gran dosificador de los tiempos con España, que constituye el punto central de la doctrina táctica alauita, completada con el corolario ¨cuando Gibraltar sea español, Ceuta y Melilla volverán a Marruecos . ¨ (Cierto que con España en la OTAN se introduce una matización de nivel) Asimismo, tras el dato de coincidencia geográfica de los dos principales contenciosos en un área hipersensible, también emerge en directo la conexión rabatí con el tercero: ¨la reivindicación de las ciudades ocupadas está vinculada por la resolución del asunto Sáhara¨, que al mediatizarlo prácticamente, introduce un elemento añadido de alta complicación –término omnipresente en la problemática, que la preside en definitiva y que en estas líneas ya se ha citado tres veces- para la delicada ingeniería diplomática de la zona.
El abordaje de las controversias territoriales de España- los tres grandes contenciosos, Gibraltar, el Sáhara Occidental y Ceuta y Melilla, y los tres diferendos, una especie de contenciosos menores, las Salvajes, Perejil y Olivenza- comporta en primer lugar discernir su fisiología, asumiendo así la complejidad de su tratamiento, porque los tres principales contenciosos están tan interrelacionados en una especie de madeja sin cuenda, que cuando se tira del hilo de uno para resolverlo, aparecen automática, inevitablemente los otros dos. Además, se requiere la creación de un oficina, en presidencia del gobierno, que centralice su manejo coordinado, hoy disperso entre distintos centros competentes, o bien su integración en la oficina para asuntos de Gibraltar, que se amplió cuando unos optimistas creyeron, en el 2002, que el contencioso se solventaría ¨antes del verano¨.
Y tercero, la identificación de las variables e instrumentos, de la técnica a aplicar, que no sólo radica en las normas jurídicas sino además en los factores que permitan su matización, su adecuación, en otros términos, su desbloqueo, con la realpolitik a la cabeza, es decir el posibilismo superador de los dogmatismos, más, en las cuotas que correspondan, las dos lógicas, la diplomática y la de la historia, esta última esgrimida por Hassan II, ¨respecto de las ciudades, el tiempo hará su obra o mejor, lo hará la lógica de la historia¨. La lógica diplomática por su parte, la patentó Metternich para vencer al genio de la guerra, según la recoge Rojas Paz y yo mismo la he citado varias veces: ¨Napoleón sólo es invencible en el campo de batalla; el resto del plan es cuestión de lógica¨.
Y por encima de todo, el interés nacional, la cabal y más que factible defensa de España, a la vez de cumplir con sus responsabilidades históricas, que hace tiempo he formulado así: a pesar de contar con unas credenciales impresionantes o quizá por eso mismo, España, a veces, da la impresión de tener más dificultades que otros países similares no ya para gestionar sino para definir y hasta para identificar cumplidamente, el interés nacional.
Como entiende perfectamente el animoso lector que haya llegado hasta aquí, lo anterior no supone más que un esquema, cuyo desarrollo requiere otros parámetros, sobre los que llevo escribiendo y conferenciando tiempo ha y en distintas latitudes. Y siempre sometidos a un apotegma vertebrador: el mejor derecho español, que refulge en general de manera incuestionable. Incluso en alguna disputa, como Perejil, podría aceptarse que no hay un único derecho de España pero desde luego sí el mejor. Olivenza no es una cuestión jurídica sino ética, inscribible dentro de las relaciones de –buena- vecindad. De ahí, la bondad de mi propuesta de hacer un referéndum para superar el incómodo statu quo, que según están las cosas parece que arrojaría color español. En las Salvajes está abierta la discusión sobre el mar circundante, que es lo verdaderamente importante por las riquezas que atesora, y que permitiría atenuar y hasta superar la situación en superficie, escasamente 2,7 kms2, amen de inhabitables, donde los lusitanos han ejercido una diplomacia más incisiva.
Sobre Ceuta y Melilla, vengo relanzando, como otra defensa de las ciudades, de futuro naturalmente, el potencial Estatuto de Territorios No Autónomos, de la independencia, a la libre asociación o integración, o cualquier otro estatuto político, y así surgiría la posibilidad teórica de su libre asociación en el estado políticamente casi puro de Puerto Rico con Estados Unidos o en los más peculiares pero igualmente operantes de la amistad protectora de Francia con Mónaco o de Italia con San Marino y dentro de esos regímenes, para su viabilidad, interesarían las uniones aduaneras, del tipo de Francia-Mónaco o Liechtenstein-Suiza. Su exigüidad territorial-19,3 kms2 Ceuta y 12,5, Melilla, más en ambos casos las islas y peñones- no resulta elemento determinante; recuérdese que Mónaco tiene 20 kms2.
Respecto del Sáhara, donde siempre cuento que fui el primero y único que tuvo el honor de ocuparse in situ de los compatriotas que alli quedaron hace más de cuatro décadas, en lo que fue quizá una de las mayores operaciones de protección de españoles del siglo XX, ya está todo dicho. Ahora hay que llevarlo a la práctica, habría que terminar con una situación dramática e inaceptable, que ya dura más de cuatro décadas, de la única mano que parece invocable, por realista, esto es, la realpolitik, lo que quizá condujera, en su posibilismo, a la partición. No es, en efecto, la solución legal sancionada por Naciones Unidas, pero en el estado de degradación del conflicto, en su carácter quién sabe si casi inamovible dada la actitud prima facie inmovilista de los actores, se antoja como la más factible en el horizonte contemplable.
¿Y Gibraltar? pues ya se sabe ¡español! Pero claro, el iter, sobre el que tanto he escrito y hablado, se presenta todavía sinuoso, intrincado, lo que a pesar del Brexit -cuyos efectos sin duda complicarán la situación de los llanitos hasta por definición, que si bien no serán dejados in the lurch, como yo mismo hiperbolicé, sí quedarán tocados- excluye ocurrencias, lo que se menciona a elementales efectos didácticos, como la del ¨pondré la bandera en cuatro meses¨, donde el ministro aquel a quien sin duda se le podría tildar de forma apropiada, encima privatizaba la acción nacional, ¨pondré¨, no pondremos como corresponde, en la línea de otra situación en los contenciosos, ya publicitada, cuando en la crisis Perejil, ante el impertinente requerimiento del presidente francés de que devolviéramos Ceuta y Melilla a Marruecos, el presidente español respondió, ¨no tengo nada que devolver¨.
En fin, como es sabido, son tres los planos sobre the Rock, el contemporizador, casi en la vertiente de seducción de mi viejo conocido el presidente argentino Menem, a los kelpers en Malvinas, y que ha sido el de Moratinos, uno de los titulares de Santa Cruz más sólidos y recordados, a quien mucho he tratado, en la foto histórica, por ser la primera vez, en el antiguo mirador de Gibraltar, con su colega británico y el ministro principal, más, como es de suponer, los macacos al fondo, claro que inexpresivos. La línea dura, es decir el cumplimiento exhaustivo, maximalista, hasta donde proceda, hasta donde se pueda, del tratado de Utrecht, que hubiera preconizado Gondomar, uno de los embajadores más positivamente activos que ha tenido España ante la corte de San Jaime: ¨A Ynglaterra metralla, que pueda descalabrarles¨ y eso que Gran Bretaña todavía no había tomado el Peñón. No menos citable en este elenco sería el marqués de Santa Cruz, de quien se cuenta que todas las mañanas y los defensores de los animales añadimos que también por las tardes, llevaba a su perrita a exteriorizar su protesta delante del mismísimo Buckingham, de forma más que simbólica. Y tercero en esta síntesis, el que marca el derecho internacional, Naciones Unidas, al tratarse de un tema de descolonización, que tiene como límite el veto inglés en el Consejo de Seguridad, lo que autoriza para insistir en las imperfecciones del derecho internacional ya avanzando el siglo XXI, pero que asimismo realza las posibilidades de un efectivo lobby iberoamericano, que debe de ser uno de los primeros objetivos de la diplomacia española en el foro mundial.
Parece claro que tan fangoso asunto aconseja, requiere diríamos, la fase intermedia, previa, de la cosoberanía, que es la etapa que se viene abriendo paso desde Madrid; insinuando más o menos abiertamente por algún que otro político pragmático desde Londres; y es de esperar, que asimilando de manera correcta por los gibraltareños.
En julio del 2013, el Times – que yo leía en la biblioteca del muy británico Reform Club, con la memoria viva de sus ilustres miembros, Churchill, Gladstone, Russell o Palmerston, que todos ellos se ocuparon de the Rock y como Fox cantaron su carácter inexpugnable- recordaba para conmemorar el tercer aniversario del tratado de Utrecht, que el 13 de julio de 1713 se estrenó en la catedral de Saint Paul, el Grand Te Deum for the Peace of Utrecht, de Haendel, junto con el Jubilate, para coros, solos y orquesta. Y yo escribí: ¨Todos queremos creer que cuando vuelvan a sonar este verano, sus grandiosas notas envolverán la buena voluntad que permita comenzar a trazar el iter hacia el mejor entendimiento entre las partes ¨. No fue así. Diríase que sigue sin ser así. Pero no perdemos la esperanza.

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