Mis lectores permitirán que me cite de entrada. Lo hago en honor a ellos para que constaten que estoy modestamente facultado para tratar nuestras diferencias territoriales. Y segundo, en la espera y con la esperanza de que el gobierno o el siguiente cuenten conmigo en este tema histórico, clásico, recurrente e irresuelto pero no irresoluble y que hasta que no se encauce adecuadamente, España no normalizará su situación en grado suficiente en el concierto de las naciones. En el 2013, en el Gibraltar News, “one of Gibraltar´s most respected British journalists, David Eade”, escribió sobre estas hipersensibles cuestiones en zona tan próxima como esquiva, eso sí, antes de derribar mis argumentos, que todo hay que decirlo, pero como tarjeta de presentación: “Angel Manuel Ballesteros, a former diplomat, ambassador, academic, writer and so on and so forth, so his words are listened to in his native Spain…”.
A) Los diferendos, una especie de contenciosos menores según mi clasificación no discutida, vienen manteniendo al comenzar 2021, el statu quo. Sobre Las Salvajes han escrito Lacleta y otros tratadistas, que cuando en 1997, al parecer como una especie de peaje ante la tradicional alianza anglo/portuguesa y a los efectos de la integración total española en la estructura militar atlántica, se reconocen los derechos lusitanos en superficie sobre el archipiélago, la disputa pasa a radicar sobre el carácter de las pequeñas islas, habitables o no, y de ahí, el alcance en la distribución marítima circundante, de especial interés por sus riquezas piscícolas, léase pesqueras, con escaso entusiasmo desde mi respeto al ecologismo, y potenciales valiosos hidrocarburos.
Como curiosidad todavía insatisfecha, en un asunto lejano, casi desconocido para la por entonces un tanto inmadura opinión pública en asuntos exteriores y por ende escasamente curiosa, salvo los canarios claro, parte directa en el diferendo, tras la negociación, en su intervención parlamentaria el 3 de marzo de 1998, el diputado socialista Rafael Estrella dice, “supongo que nos hemos dejado alguna pluma”, a lo que su correligionario político, el ministro de Defensa Narcís Serra,”tras negar que España haya reconocido la soberanía de Portugal”, responderá “que puedo asegurarle que no nos hemos dejado ninguna pluma”. A este respecto, mientras el jefe de la delegación española en las negociaciones delimitatorias con Portugal, terminadas sin acuerdo, José Manuel Lacleta, ya citado, mantiene, en su informe para el Instituto Elcano, en junio del 2004, que “la soberanía portuguesa sobre las islas no es cuestionable”, Rafael Estrella, luego embajador político en la Argentina de los Kirchner (los mejores deseos de salud para el anciano y viejo conocido presidente Menem, creo que no muchos como yo para embajador en Argentina, a ver si se toma nota) y veterano en la vicepresidencia del Elcano, aprovechando que me había contestado recogiendo mi dedicación a estos temas años después, le pregunté acerca del juego de plumas, pero esta vez la contestación, también por escrito, se limitó a un algo así: “ya ha pasado mucho tiempo y no lo recuerdo”.
En Perejil, asimismo en statu quo tras el incidente de julio del 2002, invariablemente reitero dos puntos. Que en mi opinión y a los efectos que eventualmente pudieran proceder, existe un mejor aunque no un único pero si un mejor derecho de España; y que en asuntos tasados, indicados, como pudo ser, sin acudir con carácter previo a instancias exteriores, la mediación sobre el islote, cierto que desbloqueadora en un santiamén por lo demás, contamos y hemos contado con la diplomacia regia, valioso instrumento, subsidiario más que complementario a la acción de gobierno.
Y Olivenza, controversia no jurídica e inscribible por tanto en las relaciones de, buena, vecindad que con Portugal como con Iberoamérica, tienen que ser siempre las mejores. Yo he lanzado hace tiempo, y es de suponer que otros, la sugerencia de un plebiscito a fin de solventar de manera definitiva tan incómoda cuestión, que según están las cosas, parece, se insiste en el vocablo, que arrojaría un resultado favorable a los colores hispánicos.
B) Los contenciosos. Comencemos por el más delicado, Ceuta y Melilla, punto programático imprescriptible del ideario alauita. “El tiempo hará su obra”, “la lógica de la historia”, ya dejó acuñada su filosofía diplomática Hassan II. He venido planteando, en cuanto ejercicio académico, una veintena de salidas, léxico menos concluyente que el de soluciones, para las ciudades españolas en el norte de Africa, sobre las que el acoso del vecino del sur se acentúa con una cierta, inquietante semiperiodicidad: “Marruecos pretende asfixiar económicamente a las dos ciudades”, ha subrayado sobre la dialéctica aduanera Ignacio Cembrero, uno de los periodistas mejor conocedores de las relaciones con el reino alauita. Evidente que entre los flancos menos consistentes figura el de su vulnerabilidad, hasta el punto de que esta aproximación permitiría en el maximalismo del análisis teórico, estrategias burdamente primarias, al estilo de una recreación similar a la Marcha Verde, con una acción simultánea de cayucos y marea terrestre humana, sí, no duden que Marruecos, como los países árabes y esto constituye un dato antes que un subdato, cuenta con infinidad de hijos del Profeta dispuestos a inmolarse por su causa, donde las defensas que tienen las ciudades en la actualidad se mostrarían insuficientes. Yo mismo caracterizo a las ciudades bajo la rúbrica de la hipostenia creciente en la posición y también quizá en el animus españoles.
Sin embargo no hay que alarmarse, lo que no quiere decir que no haya que ser prudentemente previsores. He dedicado tiempo a escuchar y a leer a Hassan II, en aquellos atardeceres calmos y azules de Rabat, y he reconocido su sagesse diplomática. Pero se me escapan las cuotas de voluntarismo y/o de objetividad que envolvían sus palabras y sus escritos. Porque un reino secular, soy uno de los contados europeos que acompañado por amigos marroquíes y como un distinguido sidi mudo, en cuanto doble salvoconducto, he entrado en el mausoleo de Muley Idriss, fundador de Fez, origen mediato de Marruecos, un reino antiguo, decíamos, seguiría la vía legal en su reivindicación, sin que la anexión del Sáhara Occidental, una operación de técnica diplomática vertebrada por la coyuntura irrepetible de que su antagonista y vejo conocido, el jefe del estado español, estaba prácticamente en fuera de juego, amén de contar, ahí está la táctica diplomática, como aliados/asesores nada menos que con Estados Unidos y Francia, se me antoja, quiero creer que no llega a desvirtuar del todo esa consideración.
Por lo pronto, esa “vía legal” tendría que ser asumida en cuanto paso previo, ineludible, por Naciones Unidas y como es sabido el Estatuto de Territorios No Autónomos contempla varias salidas, desde la independencia hasta la libre asociación, en el estado políticamente casi puro de Puerto Rico con Estados Unidos o los más peculiares de la Amistad Protectora y asimismo operativos, la imprescindible viabilidad económica, a través de las Uniones Aduaneras, del tipo de Francia/Mónaco, Italia/San Marino o Suiza/Liechtenstein Es decir, y éste sería el punto a nuclear en esta síntesis de urgencia: no queda claro, antes al contrario, que las ciudades terminaran en Marruecos.
El Sáhara Occidental. Qué dirían los internacionalistas españoles del XVI, cofundadores del derecho internacional al quizá más noble de los títulos, la integración del humanismo en el derecho de gentes, si vieran el desaguisado, el atolladero, en el eufemismo de cortesía, donde nos metieron los estrategas directivos del franquismo, sin que los sucesivos gobiernos, unos más y otros menos, llegaran a terminar de enmendarles la plana. Por lo que a mí respecta, fui el primer y único diplomático en ocuparse in situ de los compatriotas que allí quedaron a los que censé, 335; años más tarde el Instituto de Estudios Ceutíes, en primera línea de nuestros contenciosos territoriales, pidió públicamente que se me asignara a ellos; y hace dos años, en La Carta de los 43, número simbólico referido a los años transcurridos del conflicto, cuarenta y tres conocedores de la diplomacia, la universidad, hasta un ex JEMAD, me apoyaron ante el gobierno para que se me nombrara a fin de coadyuvar con el representante de Naciones Unidas y asimismo con el objetivo de que España tuviera mayor presencia y visibilidad, como corresponde a su responsabilidad histórica.
"Gibraltar es una colonia, para Naciones Unidas y para la UE, uno de los 17 territorios no autónomos a escala planetaria, y el único en Europa y tierras aledañas"
Hoy, con la contienda sin salida militar, derrotados los polisarios, más los avances diplomáticos de Rabat ante la RASD, espectacularmente reforzados con el reconocimiento norteamericano, lo único que yo alcanzo a hacer, desde la plausible, en su segunda acepción, auctoritas de mi reconocida competencia pero sin la menor potestas ni atisbos de tenerla, es propugnar que se acorte el drama humano, todavía más inasumible desde los standards de la civilización avanzando el siglo XXI, y que el hipnótico referéndum, tal vez irrealizable, deje paso al resolutivo acuerdo entre las dos partes. Y ahí, inamovible el trono alauita por la amenaza potencial de un golpe de estado esta vez definitivo, y para por el otro lado, evitar que pudiera perderse la entidad del pueblo saharaui, tras un tiempo integrados como gran autonomía en el reino de Marruecos, parece que la fórmula casi mágica, de la no preferida en primera instancia pero a la postre inevitable mano de la realpolitik, se encontraría en la partición.
Y Gibraltar. Al finalizar el año con la conclusión de las negociaciones sobre el Brexit, en el principio de acuerdo hispano/británico sobre Gibraltar, se relanza la línea conciliadora en pro de una zona de prosperidad compartida entre el Peñón y el Campo de Gibraltar, aplaudida por Londres y los habitantes del Peñón, y patrocinada en el enunciado de la administración socialista desde el europeísmo, The Rock se integra en Schengen, (“los controles sobre el puerto y el aeropuerto no serán españoles sino del Frontex durante los próximos cuatro años”, ha apostillado en este punto Picardo, quien dice, según cita Carrascal, “Gibraltar y el Reino Unido no han cedido soberanía, jurisdicción o control”); la mentalidad del siglo XXI; el apoyo unánime de los ocho alcaldes del preterido Campo de Gibraltar; y “sin renunciar en absoluto a nuestra aspiración de soberanía”.
Hombre!, aquí exclamación, sólo faltaría eso. En fin, es sabido que existe otra línea. Ya Gondomar, el embajador quizá y sin quizá más positivamente activo que hemos tenido ante la corte de San Jaime, de la que era desde luego buen conocedor, recuerdan los historiadores que “compartía botella con Jacobo II”, recomendaba, y eso que era antes de que los ingleses hubieran tomado el Peñón, “a Ynglaterra metralla que pueda descalabrarles”.
Pues bien, tras enfatizar a la búsqueda de la debida ponderación, que la postura británica mostrándose como paladines de los llanitos y depositarios de su voluntad libremente expresada de permanecer British, les honra sin duda…si los llanitos contaran con el derecho de autodeterminación que Naciones Unidas no les reconoce al no ser la población original, ya hemos mantenido que fomentar la prosperidad de los mentados llanitos, con una de las rentas per cápita entre las cinco mayores del mundo, asentar, reforzar, su posición, parece, al menos prima facie, incompatible con la recuperación de la soberanía en plazos razonables desde la mentalidad del tercer milenio, que por la fuerza de los hechos podría estimarse que se iría, también al menos en alguna forma, difuminando en grado tan visible como indeterminable, en lontananza. En otros términos, la línea conciliadora parece y en litigio tan vidrioso nunca está de más la reiteración terminológica, que retrasa la consecución nacional del interés primario: la soberanía. Ello, naturalmente, sin menoscabo en absoluto del desarrollo imperioso, impostergable del Campo de Gibraltar.
Pero ante y sobre todo porque Gibraltar es una colonia, para Naciones Unidas y para la UE, uno de los 17 territorios no autónomos a escala planetaria, y el único en Europa y tierras aledañas, nótese que el más próximo es el Sáhara, catalogado para descolonización mediante acuerdo entre las partes, Reino Unido y España, desde ya hace décadas. Ese es el iter legal y más directo, si se quiere pasando por la etapa de la cosoberanía, sugerida hace ya tiempo por distintos expertos, hacia la llave que pende sobre la puerta del castillo del pabellón gibraltareño, hacia la soberanía, en base para España al principio fundamental de la integridad territorial. Y ese iter, casi un dédalo a causa de los recovecos y desviaciones que lo vienen jalonando, está marcado inexcusablemente por la legalidad. Inmediata, preceptuada por la ONU, o si se requiere, mediata, con el cumplimiento sin ambages ni fisuras del tratado de Utrecht.