El Gobierno de la Ciudad se muestra histérico y crispado. Quienes alardean hasta el empalago de mesura, prudencia y sosiego, se han transformado en furibundos gladiadores de la dialéctica del insulto y la descalificación. Su legión de mercenarios, generosamente remunerados con fondos públicos, ha sido ordenada en línea de combate, presta y dispuesta, para la agresión omnímoda. Saludable, aunque inesperada, reacción. Este súbito cambio de estrategia no debe obedecer a la típica incertidumbre preelectoral, ya que según ellos, en esta ocasión, probablemente alcancen los veintisiete concejales sobre un máximo de veinticinco. La causa habrá que buscarla en el virulento proceso de descomposición interna que sacude al PP. No es fácil convivir en una ciénaga de inmoralidad, entre bandas organizadas, que rivalizan sin escrúpulos por ocupar parcelas de poder para cultivar la corrupción. Incluso la infalible sonrisa de Vivas se revela impotente para ocultar tanta podredumbre. Cunde el nerviosismo a medida que la verdad brota. Por eso atacan. No les preocupa el reiterado y exagerado abuso que cometen los bandidos enrolados en el Gobierno para su propio beneficio, lo que les incomoda es que se haga visible.
Los abnegados gregarios de Vivas han concentrado su ira en la coalición Caballas. Más concretamente en el PSPC y en Juan Luis Aróstegui. Su único argumento, recreado en mil y una versiones diferentes, es que Aróstegui es un político fracasado al que la ciudadanía no quiere. En esto llevan toda la razón. Que yo soy un político fracasado es una verdad rotunda e inapelable como demuestran fácilmente los hechos. Llevo más de veinticinco años reivindicando que Ceuta sea Comunidad Autónoma, luchando contra el paro, propugnando la integración social, combatiendo el racismo y promoviendo la igualdad. El resultado no puede ser peor. Vivimos en un régimen político ignoto en la constitución, rodeados de paro y fracaso escolar, y moralmente asfixiados por el racismo y las desigualdades. En lo que se refiere a las cuentas electorales, poco que añadir a la frialdad de las cifras. Sólo cuarenta y siete personas de cada mil se identifican en las urnas con el proyecto político del PSPC. Evidentemente, una exigua minoría. No obstante, y a modo de paréntesis, es curioso comparar esta opinión con la expresada públicamente, en su momento, por el PP cuando decía que “algún día, el pueblo de Ceuta reconocerá todo lo que le debe al PSPC, que es mucho”. Juan Vivas asentía y aplaudía enardecido tales valoraciones. Este Juan Vivas, no. El otro.
En cualquier caso, lo que realmente llama la atención es el hecho de que esta obviedad, que no es novedad, se haya erigido en el recurso casi exclusivo del todopoderoso PP. Su plan es convencer a UDCE del gravísimo error que está cometiendo al aliarse con tan desastrosa opción. Y es precisamente aquí donde surge la extraña contradicción que invita a la reflexión. El PP considera a UDCE, desde su fundación, como un enemigo acérrimo. No se debe perder de vista que el PP es el partido que alberga a la inmensa mayoría de los racistas que pululan por nuestra Ciudad. Son conscientes de la insoslayable pulcritud que deben observar en sus declaraciones públicas, para evitar una indeseable confrontación racial; pero en sus comportamientos y actitudes privadas exhiben su racismo sin recato y en plenitud. Para ellos, Mohamed Alí encarna el peligro de la invasión islámica, que es preciso frenar a toda costa. Este corolario lo adornan con expresiones de elevado contenido espiritual tales como “la cabra siempre tira al monte” o “si no te la dan a la entrada te la dan a la salida” (es conocido que el racismo nace de una atrofia intelectual provocada por el odio, que obstruye la circulación natural de emociones y pensamientos). La lógica nos lleva a concluir que una coalición que arruine el futuro de UDCE sería una magnífica noticia para el PP. Se quedarían definitivamente sin oposición (el PSOE hace mucho tiempo que se transfiguró voluntariamente en un zombi inofensivo) Y sin embargo sucede todo lo contrario. A todos los voceros del PP les ha sobrecogido una enorme preocupación por la salud electoral de su otrora irreconciliable adversario. Todos quieren romper la coalición para salvar al “pobre” Mohamed Alí de su inexorable autodestrucción. Sabio consejo del enemigo.
Sin embargo este enigma, aparentemente indescifrable, tiene una sencilla explicación. La aversión del PP a Caballas no nace de la aritmética. Tienen miedo al concepto. Saben que un proyecto político nuevo, fundamentado en el abrazo profundamente sincero de culturas, con la mirada puesta en el horizonte, honrado, inteligente, valiente y luchador, los desnuda por contraste, independientemente de su tamaño a corto plazo. Ellos representan el pasado rancio y viscoso, el despilfarro más ruin y obsceno, y la corrupción como norma básica de conducta. Con Caballas enfrente, les espera un calvario. Sudan. Por eso quieren impedir, con todos los medios a su alcance, que cuaje esta hermosa idea. Y es que el PP, a fuerza de ir vaciándose, se ha convertido en un partido tan pobre y decrépito que sólo tiene votos.