A la vista de las opiniones vertidas en editoriales y tertulias de los medios de comunicación y oídos los distintos portavoces, va a resultar que Pedro Sánchez nos ha sorprendido con un Gobierno que, a decir verdad, parece haber caído mejor a los partidos que votaron en contra de la moción de censura que a los que lo hicieron a favor, decidiendo su investidura con un puñadito de votos, los de ese PNV me ahora tiembla ante la posibilidad de que su “traición” sea vengada en el Senado.
Ciertamente, el nuevo Gobierno parece acercarse más a la idea de una socialdemocracia a la europea que a la temida izquierda radical o al independentismo que tanto daño le está haciendo a España, precisamente las opciones que auparon a Sánchez hasta la Moncloa. Nos acercamos, pues, a una extraña situación, que quizás pueda salvarse mediante acuerdos de Estado, pues no solo de Decretos vive el BOE. De cualquier modo, ya se ha comenzado a pagar el “favor” de los separatistas catalanes, anulando, con un “gesto”, el estricto control financiero de los gastos de la Generalitat en contra de lo acordado entre Rajoy y Sánchez hace tan solo unos días. Eso y mucho ofrecimiento de diálogo a quienes, si le das la mano, no dudarán en arrancarte el brazo.
Pero tras el pequeño deslumbre del nuevo Gobierno, todo empezó a ir mal. La promesa efectuada ante S. M. Rey por Pedro Sánchez adoleció, lamentablemente, de un detalle que hasta ese momento había sido respetado por todos los sucesivos Presidentes del Gobierno, comenzando por Adolfo Suárez, pasando por Felipe González, Aznar y Zapatero, y terminando en Rajoy. Es posible que Sánchez haya realizado dicho gesto con vistas a esa masa de gente laica que no cree en nada, olvidando que en la izquierda hay también cristianos de buena fe, a los que tal actitud ha podido decepcionar. El problema se agranda, además, cuando todos los nuevos ministros y ministras han seguido su triste ejemplo.
Con mis defectos como humano, soy católico desde la cuna y, al mismo tiempo, español, lo que supone ser hijo de una Patria que destacó sembrando la semilla de su religión en la América hispana, donde fructificó en abundancia, y también en las Islas Filipinas. Como yo, habrá millones de personas a las que ha tenido que doler, aunque ahora sea opcional, la retirada de la Biblia y del Crucifijo que siempre estuvieron allí. De un modo u otro, el Antiguo Testamento está en la base de tres grandes religiones: el judaísmo, el cristianismo y el Islam. Con ese error se ha podido herir a cuantos las profesan.
Por otro lado, y ciñéndonos a la ceremonia de la promesa (el juramento es cosa de otros) de los nuevos Ministros y Ministras, volvieron a brillar en ella, por su ausencia, la Biblia y el Crucifijo. Todos ellos integrarán el legalmente denominado Consejo de Ministros (artículos 115 de la Constitución y 1.3 de la Ley del Gobierno) y casi todos ellos cayeron en la vulneración de lo fórmula establecida para los Ministros en el artículo 3 del Real Decreto 707/1979, de 3 de abril, al prometer guardar el secreto de las deliberaciones de un organismo jurídicamente inexistente, cual es el supuesto “Consejo de Ministras y Ministros”.
Con dicha variante, no solo han infringido lo establecido en una norma vigente, sino que, además,, no se han comprometido a guardar el silencio exigido, todo por utilizar ese invento del feminismo a ultranza, contrario a una regla gramatical de nuestro idioma, cual es la del “masculino genérico”, que engloba a ambos sexos. De modificarse dicha regla –y me temo que se va camino de ello- nadie entenderá en el futuro el sentido de muchísimas obras literarias. Ya ocurre con ese “hacer el amor”, heredado del francés, que puede leerse en novelas no tan antiguas con su inicial sentido de galantear a una mujer, ciertamente muy distinto de lo que se sobreentiende en la actualidad. Si no están de acuerdo con su denominación, que lo llamen por ley “Consejo Ministerial”, palabra que engloba a todos los Ministerios sin tener que diferenciar el sexo de quienes los encabecen. Lo otro empieza a convertirse en una auténtica pesadilla.
En el nuevo Consejo de Ministros hay quienes conocen bien la Unión Europea y saben que España, como país miembro, he cedido parcelas de soberanía a los organismos europeos, esencialmente en materia económica. Entre otras directrices, está la que regula el denominado “techo de gastos”. En definitiva, lo que interesa es que esa idea se inculque en las mentes de quiénes nos van a gobernar. Existe un impulso natural según el cual todos los nuevos Ministros reclamarán una mayor aportación para nutrir sus competencias. Y alguien tiene que salir al paso, cortando entusiasmos y derroches que podrían volver a situarnos ante otra crisis como la que nos legó Zapatero. En todo Gobierno europeo es necesaria la presencia de personas preparadas que sepan hasta donde se puede llegar y, a la vez, equilibrar con habilidad los distintos Presupuestos. Nuevos Ministros, nuevas ansias de gastar Las Ministras de. Economía y Hacienda, con el apoyo de Borrell, tendrán que cargar con esa ineludible e ingrata misión.
Y conste expresamente que nada tengo contra del nombramiento de mujeres para los más altos cargos. En el presente caso, por añadidura, casi todas las designadas presentan un curriculum que las avala. Eso sí, entre unos y otras, Pedro Sánchez ha elevado el número de Ministerios de trece a diecisiete. Crear más gabinetes ministeriales implica, necesariamente, más cargos intermedios y un mayor gasto.
Entre todo esto y lo de los gastos de la Generalitat, mal inicio.
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