No halléis culpable más que a mí si es que os perjudico con mi ciencia. Quiero decir así que mis conocimientos sobre la mente son sesgados; se basan en la observación, en la experiencia propia y en la experiencia compartida; nunca en el grosor de los libros. Pura simplicidad, pura forma.
Al otro lado del despacho, el psiquiatra.
Tengo la facultad de recorrer la vida de los demás en fracciones de segundo. Lo hago y descubro un espíritu de acero; sólo desde la fortaleza y la quietud debe permitírsele a alguien dictaminar sobre la mente.
Pero, ¿qué pasa, qué ocurre, qué pienso, qué digo yo como activista del movimiento pro salud mental En Primera Persona? Lo hago mirar: el sistema de salud gasta casi la totalidad de los recursos a paliar el problema de salud mental cuando ya se ha desatado. El afectado se ve involucrado en un círculo interminable e infumable de pastillas, de subidas y bajadas, de visitas y revisitas, cuando no de ingresos y reingresos. Insuficiente.
Sólo quedan dos pétalos en la margarita: o seguimos con la política de hechos consumados y nos confiamos a la casualidad, o caminamos hacia la conciencia colectiva. Todos a una desde la escuela: “La mente existe y hay que cuidarla”. La modernidad debe llegar a la salud mental, el mayor desafío que tiene planteada la humanidad, pues la mente habilita la condición humana.
Abrid los oídos, la experiencia nos enseña. Sólo existen dos clases sociales: los que necesitan ayuda, y los que están en condiciones de prestarla. Lo que ocurre es que los que prestan ayuda son los que están más cerca de necesitarla. ¿Qué clase de vida estamos alumbrando?
Los necesitados hacen filas mientras se congelan hasta las razones; la mente enferma cuando los pensamientos están desabrigados y sin conciencia.
El otro día asistí a una imagen “inusual”. Esperando a primera hora para mi análisis mensual en la Unidad de Salud Mental, apareció un niño con sus padres. El niño, de apenas ocho años, demostraba gran jovialidad.
“¿Qué le pasará?” Entonces, lo visioné en el futuro. Espero que sus emociones no le traicionen, espero que sus vigilias sean las menos, espero que su vida se asemeje a su sueño, espero que el sufrimiento pase de puntillas y que su malestar sea sólo un malentendido.
Yo, señor, estoy muy agradecido a la tecnología de la clozapina. De hecho, creo que sin ese equipaje, agonizaría de dolor. Pero, aunque existiese una pastilla mágica que borrara los síntomas, luego tendríamos que reconstruir nuestro círculo afectivo, tendríamos que potenciar nuestras habilidades para encontrar trabajo, tendríamos que recuperar la esperanza por un proyecto de vida estable. El verdadero punto de inflexión hacia una conciencia colectiva es comprender que la mente puede fallar, pero que la sociedad está preparada para reconducir esa situación, desde la solidaridad y desde la ciencia.
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