Comenzaré contando (repitiendo) una anécdota que ilustra con mucha nitidez la idea que voy a exponer en este artículo. La selección de un emplazamiento para la construcción de una cárcel es un asunto siempre delicado y controvertido. Ninguna población lo acepta de buen grado. Es por ello que entre las partidas económicas asociadas a esa infraestructura se incluye una para desarrollar previamente una campaña de imagen que, de algún modo, tranquilice y persuada a la ciudadanía de las bondades de esta inversión. En el caso de la prisión de Ceuta, esta partida no consumió ni un solo euro. Los técnicos del departamento correspondiente no podían dar crédito a este hecho. “¡Se lo han tragado a la primera!”, “¡esto no ha sucedido nunca!” decían estupefactos. Y así fue. Los tímidos atisbos de contestación fueron rápidamente aplastados por la formidable maquinaria de propaganda al servicio de la hegemonía política el PP local. Entonces gobernaba el PSOE en España y Vivas en Ceuta.
La relación de Vivas con el poder es la de absoluta sumisión. Nuestro veterano presidente tiene otras cualidades (sin duda), pero es evidente que la valentía no figura entre ellas. Ante el poder siempre se arruga, balbucea y acata. La cobardía es inherente a su personalidad. Y esto es un serio problema cuando se dirigen los designios de una Ciudad que es causa de un tenso y prolongado contencioso internacional (con un país aliado); y que como consecuencia de ello tiene obturadas todas las vías de promoción y desarrollo. La situación de Ceuta exige una actitud firme, reivindicativa y combativa. Y Vivas representa justo lo contrario. Dócil, apocado y conformista.
El Presidente Vivas, que atesora una innegable capacidad para la elaboración de argumentos falsos con apariencia de veracidad y coherencia, ha transmutado su cobardía en lealtad. Ha convencido a los suyos (militantes y votantes del PP) de que a Ceuta le conviene ser prudente y silente en sus relaciones con el Gobierno de España… por lealtad. Ha hecho de este noble principio una burda coartada para disimular el vértigo (insoportable) que le provoca la mera concepción de un enfrentamiento. Lo que sucedes es que la lealtad, para ser fiel a su significado, se practica bajo dos premisas: que se produzca entre iguales, y que no rebase los límites de la dignidad de ninguna de las dos partes implicadas. En este caso no se cumple ninguna de las dos. Estamos en planos palmariamente diferentes, y han ultrajado nuestra dignidad sin el menor pudor. No estamos ante una relación de lealtad sino de sumisión de la peor especie.
No hace falta extenderse mucho en explicar que la posición de Marruecos respecto a cada una de las decisiones trascendentales que afectan a Ceuta es determinante. Los Gobiernos de España sólo están dispuestos a hacer aquello que Marruecos tolera. Así, el presente y el futuro de nuestra Ciudad se dilucidan en un dramático “juego de la cuerda”. De un extremo tira el Reino de Marruecos (primer socio comercial de España, aliado de EEUU, socio preferente de la UE, policía de facto de la inmigración ilegal, y colaborador distinguido en la lucha contra el terrorismo islámico); del otro extremo tira el pueblo de Ceuta (no se me ocurre nada que poner en el paréntesis).
Un cambio de Gobierno conlleva, obviamente, una reformulación de las coordenadas políticas. Y una nueva fijación de posturas sobre los nudos estratégicos. Por ese motivo la primera visita oficial de todos los Presidentes del Gobierno de España tiene Marruecos como destino. Este caso no será una excepción. “Las cosas con Marruecos, bien claras desde el principio”.
Cada una de las partes en litigio (los que “tiran de la cuerda”) ya ha declarado explícitamente sus intenciones para este recién estrenado periodo. Marruecos, con la sutileza que le caracteriza, se ha relajado deliberadamente en sus labores de contención de la inmigración (es su manera de hacer visible la importancia de las funciones que ejerce y el riesgo que corre España si toma decisiones que la incomoden). Por su parte, el Presidente de Ceuta ya ha advertido de que piensa ser leal (o sea, sordo, ciego y mudo), y se muestra como si fuera un militante socialista de toda la vida, dispuesto a la transigencia infinita con lo que haga el Gobierno de España… por nuestro bien. Al PSOE le toca ahora decidir. Aunque a la vista de tan pintoresca correlación de fuerzas, la elección parece cantada. Seguimos perdiendo.
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