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El confinamiento, un reto diario que no olvida a los que sufren alzhéimer

Luis Ordoñez Alemán cumplirá 80 años el 14 de diciembre. Algunos días sale a pasear por las tardes junto a su hija, “aunque al principio decía que él no iba a hacer el ridículo poniéndose la mascarilla y tenemos que estar muy pendientes de que no toque nada”. Luis ha dedicado toda su vida al fútbol: jugador de la AD Ceuta, en el CP Cacereño y en el Algeciras Club de Fútbol. Desde hace algunos años tiene alzhéimer, aunque no en una fase muy avanzada, y por culpa del coronavirus hace ya casi dos meses que no va al centro de día de la Fundación Eduardo Gallardo Salguero, en el que pasaba unas tres horas diarias.
Desde que comenzara el estado de alarma y el centro cerrara al público, sus terapeutas son su mujer y sus dos hijas, una va por las mañanas y otra por las tardes. Por las noches, una de sus dos hijas se queda con ellos a dormir, aunque sus cinco hijos están siempre muy pendientes. Su mujer, Antonia Rondón Pérez, le despierta, le prepara el desayuno, le coloca la ropa después de bañarse, le viste y le hace de comer, pero todavía “él lo hace todo bien solo, aunque siempre estamos muy pendientes”.
Luis y Antonia solían ir juntos los lunes, miércoles y viernes de 9.30 a 12.30 al centro de la Fundación para hacer las tareas de memorización, cálculo, ejercicios físicos y dinámicas de entretenimiento. Luis iba todos los días, pero Antonia faltaba los martes y jueves porque tiene una discapacidad del 66 por ciento y esos días era cuando una chica del Servicio de ayuda a domicilio iba a ayudarle. También, confiesa que esos dos ratos sola le servían para despejarse.
Ahora, “aunque Luis no se da cuenta de que ya no vamos al centro ni de todo esto que está pasando con el coronavirus”, ambos echan en falta esos ratos. Incluso Antonia cree que el no ir está afectando a la capacidad de reconocimiento de Luis. “Hoy ha venido mi hija y se pensaba que era una prima”, comentó Antonia.
“Dormir, duerme bien, come bien y todo. Yo le ayudo a bañarse porque de eso sí es muy consciente y le da vergüenza que mis hijas le vean. Le pongo el albornoz y luego ya mi hija me ayuda. Lo llevamos bien. Pero hay momentos que se desorienta muchísimo”, continuó.
Por las tardes Antonia y Luis juegan al dominó, a las cartas, hacen los deberes que por las mañanas les entrega Claudio Alarcón, psicólogo de la Fundación, por lo que llevan bien los casi dos meses que están confinados, aunque echan mucho en falta el ir al centro y “poder hablar con otra gente”. “Él, sobre todo, es el que más lo nota”, explicó su mujer.
El marido de Paulina Serrano Aguilera iba también al centro de día de lunes a viernes de 10.00 a 13.00 horas y “le venía muy bien porque se entretenía, hacía sus actividades y hablaba con otras personas allí”. Durante esas tres horas su mujer podía dedicarse a ir al supermercado, limpiar o cocinar. Evaristo Núñez Caballero, su marido, es de los más jóvenes del centro que padece esta enfermedad pues solo tiene 70 años.
Se encuentra en un estado más avanzado del alzhéimer, “aunque como anda por aquí no me gusta decir esa palabra”, indica. “Cada mañana él se iba solo al centro porque vivimos muy cerquita y yo lo recogía después, pero ahora después de este tiempo tendré que llevarlo yo. Desde que no va al centro con el confinamiento se nota, está mucho peor. Aunque hacemos todo lo que nos mandan, el estar con gente le hacía mucho bien”, comentó Paulina.
Se vale por sí mismo para asearse, pero su mujer tiene que indicarle dónde están las cosas. “Toda la capacidad cognitiva es lo que más ha perdido. Ya empieza a no conocer cosas y ya no sabe por ejemplo cuál es la nevera. Si yo no le doy la espuma para afeitarse, se podría echar pasta de dientes. Eso es lo más duro”, prosiguió.
No obstante, con mucho cuidado, salen cada tarde sobre las ocho y media a pasear y “vamos dando un paseo durante una hora”. Evaristo y Paulina, ambos administrativos jubilados, no tienen hijos. Ella es la que está todo el día con él. “Lo llevo bien, estoy muy a gusto con él, pero es muy triste darme cuenta de que está perdiendo capacidades y memoria”. Aunque la enfermedad de su marido le ha servido para darse cuenta de que tiene más paciencia de lo que imaginaba.
Ahora Paulina confía en que pronto puedan irse a pasar el verano a su casa de Estepona como hacen todos los años y sentarse en una terraza a tomar algo, que es lo que más les gusta.

Importancia de ejercitar la mente a diario

Para los mayores que acudían cada día al centro de prevención de la dependencia y promoción de la autonomía personal de la Fundación Eduardo Gallardo Salguero este “encierro” ya está teniendo consecuencias “perjudiciales” para su capacidad cognitiva, especialmente cuando se trata de personas que padecen esta enfermedad silenciosa.
“En el contacto diario con la familia han perdido capacidades y no reconocen a familiares. Se trata de fases habituales en la enfermedad, pero que se ven ahora multiplicadas por este confinamiento y la falta de los tratamiento personalizados. De ahí la importancia de que sigan con sus tratamientos”, explicó el psicólogo sanitario del centro, Claudio Alarcón.
Así, para el psicólogo es fundamental que estos días nuestros mayores tengan una rutina de trabajo para que después no aparezcan consecuencias cognitivas y psicológicas severas debido al confinamiento.
Por ello, en grupos de dos, cada día Claudio y sus compañeros mandan por email a los mayores unas dos fichas para hacer en el día, tras lo que deben enviarle una foto para que ellos puedan corregirlas. Sin embargo, para aquellas personas que no se manejan con las nuevas tecnologías, ellos mismos se las llevan a casa “para que no pierdan la rutina y puedan seguir ejercitando la mente”.
De esta manera, Claudio trabaja la estimulación cognitiva con los 68 mayores que acudían al centro, para los que crea un plan de trabajo distinto dependiendo del nivel de deterioro cognitivo en el que estén.

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