Con apenas diez meses de experiencia como director general, maneja ya con soltura el timón de una organización que se ha erigido en uno de los referentes españoles en el área de la ayuda y la cooperación con el Tercer Mundo.
José María Vera (Madrid, 1965) es desde agosto pasado el máximo coordinador en España de Intermón Oxfam, un ente que intenta luchar contra las hambrunas, la desigualdad y la exclusión social en medio planeta. Por si tuviera pocos, ahora debe lidiar con un nuevo obstáculo: los recortes presupuestarios por efecto de la crisis, la misma que combate a diario en las cuatro esquinas del globo.
–¿Cuál es el secreto para continuar salvando vidas en medio mundo pese al drástico tijeretazo que la Administración ha aplicado a las ayudas al desarrollo?
–Efectivamente, ha sido un tijeretazo bestial en la política pública, con un 70 por ciento de recorte desde 2010. El secreto, si lo hay, es doble. Por un lado, estamos captando más financiación pública de las instituciones internacionales. El hecho de acumular muchos años de experiencia en el exterior hace que podamos acceder a financiación de ámbito europeo, de países nórdicos, de EEUU... Esto hace que lo que no financia la Administración española se compense con lo que está llegando de fuera. Y por el otro lado, lo que sí permanece es la fidelidad de los donantes y socios, lo que nos permite seguir cuadrando los números.
–Desde fuera se tiende a pensar lo contrario, que la crisis en España merma la solidaridad porque los bolsillos están vacíos.
–Tenemos bajas, pero también altas. Pero más que de altas y bajas me gusta fijarme en ciertos casos. Te encuentras llamadas de socios que te dicen que se han quedado en paro, que no pueden mantener toda su cuota, pero que quieren seguir colaborado por ejemplo con la mitad. Y no es un caso aislado. Hay un grado de sensibilidad muy alto, de ahí que nosotros debamos tener un nivel de responsabilidad altísimo, sacar el máximo partido posible a esa financiación que la sociedad española nos está dando.
–¿Estos recortes evidencian que, en el fondo, la ayuda al Tercer Mundo es más un lenguaje pomposo y políticamente correcto que una vocación de los gobiernos?
–Lo que se ha demostrado claramente es que es prescindible. No hay otra política pública en la que haya habido un recorte mayor, ni de lejos... Lo que releja es el desinterés, que tiene una lectura de cortedad de miras. Y, además, denota que se quiere construir una política exterior en la que nos pretenden vender la marca España, de la que se habla tanto ahora, pero muy orientada hacia la vertiente comercial, con muy pocos valores, muy poca conexión con la vocación social de la sociedad. Lo que llega a muchos lugares del mundo, mucho antes que las ayudas, son los cooperantes. Bien por organizaciones religiosas, laicas... Antes que las empresas, antes que los turistas, antes que las culturas. Incluso si me apuran, antes de que sepan qué es el Real Madrid o el Barça, lo que se escucha primero es a los cooperantes. Es una cuestión de principios, de ética, canaliza la sintonía con esa solidaridad de buena parte de la sociedad.
–¿Quiere decir que nos preocupamos más de vender productos al Tercer Mundo que de ayudarles?
–Sí. Una política exterior no se construye basándola en una relación con los países desde una óptica comercial, de lo económico, sin tener en cuenta la cooperación, ésa que los países esperan y piden y que son esenciales para hacerse un hueco en el contexto internacional. España no puede pedir un asiento rotatorio en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y reducir al mismo tiempo sus aportaciones a los fondos globales al desarrollo. No tiene sentido.
–¿Aquella reclamación del famoso 0,7 por ciento que movilizó a miles de personas en los años 90 se ha convertido décadas después en una entelequia?
–Pues fíjate, ahora estamos en el 0,15 por ciento. Y lo significativo es que se han producido unos dientes de sierra excesivos: en 2008 se planificó llegar al 0,5 por ciento y se alcanzó un máximo del 0,47 por ciento. Pero es que en unos años hemos caído al 0,15... Esto no es sostenible, porque hay una parte de esa ayuda humanitaria que es para catástrofes urgentes, se envía de forma rápida, pero la mayoría se destina a proyectos a largo plazo, procesos que requieren de perseverancia. De repente subir y bajar, asumir compromisos en países que no se cumplen, que tienes que dejar colgados, supone tirar los fondos. Hay que lograr una perseverancia mayor. Hemos dejado la acción humanitaria, la mayor tragedia, bajo mínimos. El presupuesto total de acción humanitaria del Gobierno español está en unos 20 millones de euros, que es menos de lo que sólo Intermón Oxfam dedicó al Sahel en la última crisis.
–¿Estamos siendo demasiado ombliguistas con ‘nuestra’ crisis? Quiero decir que para alguien del Cuerno de África que desconoce si podrá comer mañana le sonará a chiste que digamos que en España no hay luz al final del túnel...
–Es que todo es muy relativo. Hay una crisis fuerte en España, es obvio, que está incrementando la exclusión social y la pobreza. Y esto es un dato absolutamente fiable, como dicen nuestros informes y estadísticas, tanto oficiales como de Cáritas y otros. La situación española puede leerse de forma significativa con el dato de incremento de la desigualdad, que ya se estaba dando antes de la crisis. Los más vulnerables están sufriendo en mucha mayor medida los efectos de esta crisis. Pero los que somos sensibles hacia la pobreza lo somos en el fondo en cualquier lado. Establecer fronteras cuando estás ante un ser humano que sufre privaciones, que ve vulnerados sus derechos fundamentales, no tiene sentido, ya esté dentro, fuera, más o menos cercano... Dicho esto, la diferencia de renta entre un país medio del Sahel y España es de 50 a 1, y la renta per cápita española, pese a la caída por la crisis, sigue siendo el doble que cuando las movilizaciones por el 0,7 por ciento de los 90. Hay datos incuestionables y otros que tienen que ver con las percepciones, con el miedo y la inseguridad que nos está creando esta crisis.
–Me refería a que hay puntos del planeta en los que las crisis no son de déficit público ni de caída del PIB, sino que son eternas...
–Eternas y en la que no hay alternativas. En los campos de refugiados de Malí, de Mauritania, de Burkina Faso... donde estamos trabajando haciéndonos cargo del agua, si nos vamos nosotros se acabó, no hay agua. No hay nada intermedio. No sé cómo explicar que no hay ninguna frontera más, nada que proteja de la muerte por sed si no somos nosotros los que actuamos. Esto es lo que nos hace seguir exigiendo que incluso en esta situación haya un crecimiento de la financiación para la ayuda humanitaria. Porque no caben alternativas.
–Aunque sea duro plantearlo, ¿la solidaridad también se guía por la actualidad? ¿Es más complicado recaudar hoy, por ejemplo, para paliar la catástrofe de Haití, que parece que hemos olvidado, que para combatir la hambruna del Sahel?
–Hay un poco de todo. Hay gente que se mueve más por situaciones de gran emergencia, en la frontera mediática. Y es muy curioso. En el Cuerno de África, en 2010 y 2011, se rompió la frontera mediática y captamos mucha financiación privada porque la gente se dio cuenta de que allí se estaban muriendo de hambre. Sin embargo, en la del Sahel, en 2011 y 2012, llegamos pronto, anticipamos una respuesta que impidió que se diera la situación extrema. Ahí no logramos casi nada de financiación privada, pero mucha de pública de ámbito sobre todo internacional. Hay gente que nos apoya sólo en situaciones de emergencias, en catástrofes concretas, pero tenemos 160.000 socios estables que pagan su cuota de forma puntual, que no sólo aparecen en emergencias, sino que están ahí de forma estable y sostenida.
–¿Han sopesado centrarse mucho más en España para combatir el azote de la crisis?
–Como acción directa seguimos fuera por una cuestión de necesidad extrema: si nos vamos de allí no quedaría nadie. Es lo que sabemos hacer mejor y además creemos que es imprescindible. Dicho esto, no está sobre la mesa aún centrarnos en España, pero estamos haciendo cosas diferentes. Lo último en lo que queremos caer es en el dilema de enfrentar a pobres de aquí, de España, con los de allí. La pobreza es una tragedia y hay que pelear contra ella esté donde esté. Estamos estrechando nuestra alianzas con cooperantes que trabajan aquí, intercambiando experiencias y planteando estrategias comunes. La ayuda al desarrollo no puede plantearse tanto como un reparto, una parte para aquí y otra para fuera, sino como una unión, algo que queremos que solucione de una manera común.
–Hay organizaciones como Cruz Roja que en sus últimas campañas mediáticas sí apuestan de forma decidida por los desfavorecidos más próximos, por el vecino de la puerta de al lado.
–Todos debemos tener cuidado, un cuidado que es mutuo. No podemos absolutizar, ir contra el otro. Ni en un sentido ni en el otro. Ni siquiera cuando había bonanza sólo dedicarse a la emergencia, porque incluso en los mejores tiempos de la economía española había exclusión y marginación social que no se consiguió vencer... Por lo tanto, desde la cooperación tenemos que ser sensibles, ahora y en cualquier momento cualquier mensaje que se lance en relación con la necesidad de estar más atentos a la exclusión social en España no debe competir, ni obviar que hay situaciones extremas de las que no nos podemos olvidar. De hecho estamos estrechando alianzas comunes contra la pobreza en la que estamos todos. Está en marcha la campaña Somos, en la que agrademos desde 35 oenegés la solidaridad de la sociedad española, desde todos los sitios y sectores.
–¿La continua presión de la inmigración ilegal sobre Ceuta y Melilla confirma la necesidad de apoyar a los países en vías de desarrollo, el foco de origen de esos dramas humanos?
–Ceuta y Melilla siguen siendo unas de las fronteras con mayor gradiente de desigualdad. Y seguirá siendo un foco de atracción. La razón para justificar la cooperación para el desarrollo con los países del África Subsahariana no puede y no debe ser principalmente la contención de los flujos migratorios. Hay un imperativo humano y ético que está antes. Si se consigue que en estos países haya una posibilidad de tener empleos dignos, de generar ingresos, servicios sociales, derechos económicos y sociales, la gente no recorrerá los miles de kilómetros por el desierto ni se someterá a los riesgos de alcanzar Europa. No es una frivolidad.
–Pues los gobiernos europeos parecen no tenerlo tan claro. La apuesta sigue siendo más la protección de las fronteras que la cooperación y la ayuda al desarrollo...
–Pero eso se debe a una mirada cortoplacista: no por poner más vallas lograremos ponerle puertas al campo. No sólo en Ceuta y Melilla, que son los ejemplos más cercanos, sino en el resto de los casos. A los gobiernos les resulta más fácil subir muros y levantar mallas que apostar por la cooperación, que son políticas más a largo plazo, a veces más evidentes y otras más escondidas, con menos titulares pero consiguiendo muchas cosas. Toca defender esto en este momento, todo lo que hemos conseguido con el desarrollo y la cooperación española. Estoy viajando a los países y hay cooperativas que llevamos años apoyando que han logrado unos grandes niveles de gestión, de profesionalización, de capacidad de exportación, de dinamización de los mercados locales que es envidiable. Pero hace falta tiempo.
–¿Qué cara se le queda cuando al mismo tiempo que intenta evitar que la gente muera de hambre contempla cómo en Europa se intenta convencer a los ciudadanos para frenar el despilfarro de comida?
–Esas campañas son estupendas, lo trágico es que se despilfarre tanto. Están arrojando datos dramáticos de lo que se podría hacer con toda esa comida que acaba tirándose en todos los lugares. En los supermercados, pero también desde el origen en las propias cosechas, en el procesamiento, la comida que consideramos fea, los tomates y las naranjas que creemos que no sirven. Deberíamos inculcar un elemento más valórico, que es ser consciente de lo que tenemos, de los recursos, del uso que se le puede dar, de la sostenibilidad y de los límites que el propio planeta tiene, un consumo más responsable y mucho más consciente. Qué podemos hacer, qué alternativas habría, y cómo se ha producido, qué hay detrás. Por ejemplo, la ropa que llega de Bangladesh... ¿Tiene que caerse una fábrica con mil personas dentro para que podamos hacer llegar la voz de los cientos de niños y trabajadores explotados? Esa ropa que compramos a 5 euros... Preguntémonos por qué cuesta 5 euros.
–En plena oleada de casos de corrupción, de fondos públicos malversados o mal gestionados... ¿suele pensar “lo que habría podido hacer yo con todo eso”?
–Continuamente. Por ejemplo con la pensión de un solo banquero, en este caso la del consejero delegado del Santander, Alfredo Sáenz, condenado y uno de los pocos indultados de los últimos años. Se va con una pensión de 88 millones de euros. A mí me resulta vergonzoso. Es más que todo el presupuesto de Intermón Oxfam, con el que llegaríamos y salvaríamos a millones de personas en un año. Lo que podrían hacer esas asociaciones que están muriendo porque se les ha caído la financiación de la obra social de las cajas de ahorros, de los ayuntamientos... Hay corrupción expresa, despilfarros, salarios desorbitados que deberían dar rubor a quien los cobra...
–¿La desigualdad está abonando los conflictos del futuro?
–Totalmente. Son un foco de injusticia que podríamos arreglar, el problema es que no lo abordamos. Podemos acabar con el hambre de esos 846 millones de compatriotas, parafraseando al ministro de Asuntos Exteriores. En una década podríamos solucionarlo. Es injusto que no se intente. Vuelvo al imperativo ético. Y sin lugar a dudas, sería un mundo mucho más seguro.
–¿Hay que desterrar el argumento fatalista de “siempre ha sido así, no hay solución”?
–Esto tiene solución porque hay alternativas, pero es imprescindible querer hacerlo.
“Que el sector financiero pague por la crisis, aunque sea por una vez...”
–Intermón Oxfam se ha sumado a la campaña que reclama la imposición de una tasa financiera. Con los bancos siempre se pincha en hueso...
–Es la famosa tasa Tobin, la tasa Robin Hood... Lo que se plantea desde las plataformas europeas, en las que estamos integrados, es que el 50 por ciento de la recaudación de esa tasa que gravaría las transacciones financieras se dedique a luchar contra la pobreza y la exclusión social en España, y destinar el resto a emergencias y cooperación para el desarrollo internacional. No tanto como un reparto, sino como una unión, algo que queremos que sea de una manera común. En este caso, que paguen quienes más responsabilidad tuvieron en la crisis, que es el sector financiero. Aunque sea por una vez...
–¿Cala el mensaje de que consumamos productos que respeten las normas del comercio justo?
–Cala, pero lentamente. La buena señal es que cada vez encontramos más productos en las tiendas, pese a los tiempos difíciles del comercio minorista. En los supermercados, incluso con identificación en los estantes. Café, chocolate... No son más caros y además son de mayor calidad, y en condiciones de producción dignas. Tiene efecto importante de sensibilidad y de renuncia a las comisiones que cobran las empresas intermediarias.{jaimage crop="TC" /}