En octubre de 1977, cuando aún se estaba elaborando el texto de la Constitución, las Cortes, ya democráticamente elegidas, aprobaron una Ley de Amnistía Total, cuya aplicación valió para que, entre muchos otros, salieran a la calle todos los presos de ETA. Sin embargo, de mi memoria no se borra cierta frase que, allá por los comienzos de los 80, nos dijo el entonces Presidente Suárez a los miembros del Grupo Parlamentario de UCD, durante una reunión mantenida en el Palacio de la Moncloa. Sus palabras, y creo poder citarlas textualmente, fueron: “Me engañaron. Los de ETA me engañaron”. Ignoro que le habían prometido, pero lo cierto es que, por aquel entonces, el número de sus víctimas crecía constantemente.
Por eso mismo, y aunque el último comunicado de los terroristas haya supuesto un evidente alivio para el conjunto de los españoles, al anunciar el abandono “definitivo” de lo que denominan su !lucha armada”, no dejo de recordar aquella frase de Suárez, quien, por desgracia y a consecuencia de su enfermedad, ya no puede refrendar, pero que muchos de los allí reunidos y que actualmente vivimos oímos y no hemos olvidado. Cuidado con echar las campanas al vuelo, pues hay que dar tiempo al tiempo y ver cómo se desenvuelven los acontecimientos.
Lo afirmo porque en el tan celebrado comunicado no solo se anuncia ese abandono definitivo, sino que también se incluyen propuestas -o exigencias- tales como el establecimiento, con los Gobiernos de España y de Francia, de negociaciones directas (es decir, entre ETA y dichos Gobiernos) para la resolución del “conflicto”; el refrendo social -modo suave de referirse a su ansiada autodeterminación- y, a larga o a la corta, lo que Iñigo Urkullu, el lider del PNV, ha venido en llamar “Euskadi, nación europea”, es decir, la independencia, desgajando a Navarra y al País Vasco español de España y al francés de Francia.
Ningún Gobierno que se precie, tenga dignidad y sienta el patriotismo puede acceder a tales pretensiones. Nuestra Ley de Leyes, la Constitución, dice bien claramente en su Texto Preliminar, artículo 2, que se fundamenta en la indiscutible unidad de la nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y en su Título X, artículo 168, que cuando se tratara de modificar parcialmente algo que afecte al mencionado Título Preliminar, se exigirá una serie de trámites (disolución de las Cortes que hubieran aprobado por mayoría de dos tercios la revisión, elecciones generales, ratificación por las nuevas Cámaras de la decisión y sometimiento a referendum, evidentemente de carácter nacional, para su ratificación). No sería, pues, suficiente, una limitada consulta a los electores vascos y navarros en España, porque somos todos los españoles los titulares del derecho a decidir en tal cuestión. En ésta y algunas similares, y lo digo, entre otras cosas, porque no sólo se habla de independencia en Euskadi. Con España, con su unidad e integridad, no se puede jugar.
En cuanto al tema de los presos, para los cuales vienen pidiendo machaconamente otra amnistía, creo que las victimas tienen mucho que decir al respecto. Sin contar con ellas, que merecen todo el respeto, y sin que, en su caso, sean debidamente indemnizadas por aquellos condenados por delitos de sangre en sentencias donde se prevé el abono de indemnizaciones a los afectados, si salieron con vida, o a los familiares de los asesinados, no deben caber ni puestas en libertad ni subterfugios equivalentes.
No hay que olvidar que, además de los que resultaron heridos, esas bastante más de 800 víctimas mortales causadas por ETA a lo largo de casi medio siglo perdieron la vida por la unidad de España y porque los sucesivos Gobiernos no cedieron ante tan dolorosa presión. Casos como el de Miguel Ängel Blanco así lo patentizan. Ni esas vidas se han podido perder en balde, ni tampoco los sufrimientos de heridos y familiares. Máxime cuando el comunicado de ETA ha sido calificado como una victoria de la democracia.