Tres marroquíes han cruzado a nado el espigón del Tarajal que separa Ceuta de Marruecos llegando hasta las inmediaciones de la Almadraba. Ellos son el fiel reflejo de las auténticas penurias vividas al otro lado de la frontera, que llevan a arriesgar la vida con tal de encontrar la posibilidad de un trabajo o, al menos, una oportunidad. Es a lo que aspiran y para conseguirlo no les importa nada.
La Guardia Civil ha localizado este sábado, a primera hora de la mañana, a estos tres varones que venían enfundados en trajes de neopreno además de ropa deportiva. Algunos con aletas, otro con manguitos de los usados por los niños para mantenerse a flote pero colocados en los pies, preparado incluso con su gorro de natación y chaleco salvavidas. Así se arrojaron al mar y así empezaron a nadar y nadar venciendo el frío y venciendo unas condiciones marítimas nada propicias. Pero lo han conseguido y han llegado hasta Ceuta en donde, tras ser interceptados por la Benemérita, han sido atendidos por la Cruz Roja. Les espera guardar la cuarentena en la nave del Tarajal, como los compatriotas que, también a nado, han entrado en estos días a nuestra ciudad.
A pie de playa, helados de frío, sus rostros mostraban el cansancio de una travesía que pudo haberles costado la vida pero a su vez la tranquilidad de saber que dejan atrás Marruecos y que ahora, con la imposibilidad de materializar una expulsión a su país, quedarán en Ceuta o intentarán trasladarse a la Península. Las mantas entregadas por los voluntarios de Cruz Roja les han devuelto el calor perdido. En el suelo quedaban los elementos usados para el pase: las aletas, los manguitos, los chalecos… esos que ellos piensan que les garantizan seguridad cuando el conseguir una travesía de éxito depende más bien de la suerte. Son muchos los que se han quedado en el camino, los que han fallecido o los desaparecidos de los que nunca jamás se sabe.
Para estos tres hombres, en la Almadraba ha terminado su periplo clandestino. Para estos tres hombres, en Ceuta ha terminado su travesía. Envueltos en plásticos y dentro de unas bolsas quedan sus teléfonos móviles, guardados como un tesoro, reservando la llamada con la que informarán a sus familiares de que sí, de que ellos sí que llegaron, de que ellos pudieron cruzar. Es la historia de la desesperación que se repite de manera constante en la frontera sur de Europa, en las trincheras olvidadas.
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