Alguna que otra vez he visto, de cerca, un potro salvaje y he admirado la fuerza con la que se mueve, corre, salta y hace lo que le apetece. Su estampa es bella y atractiva, en cualquier momento, aunque hay que tener mucho cuidado, cuando se está en sus proximidades, para no recibir una coz o una arremetida. Es plenamente libre pero resulta peligrosa esa libertad si no se anda con cuidado. Hay que comprenderlo y disculparlo y hasta, en ciertos momentos, admirarlo por el derroche de fuerza y astucia que muestra.
Pasado algún tiempo he vuelto a ver a alguno de esos potros una vez domado, con arte y constancia por parte de su domador, y seguía mostrando una gran belleza en sus movimientos, en los que predominaba la elegancia, sobre todo cuando llevaba sobre sus lomos a un buen jinete. No era necesario que se moviera en una competición sino en un simple paseo, pues el potro había aprendido a estimarse en todo su valor, sin necesidad de trofeos; el se daba cuenta de su ser, de su valía y de la forma de comportarse para sentir el aplauso de la gente y el cariño de su jinete,
Con nosotros, los seres humanos pasa algo parecido. Tenemos, desde niños, un ansia de libertad desbocada, un gran afán de movernos por nuestra cuenta y es cierto que hay ocasiones en las que esa espontaneidad resulta verdaderamente maravillosa, aunque no falta de ingenuidad. Hay que saber comprender y disculpar esa actitud y ayudar plenamente a dotarla de esos otros elementos que, todavía, por razón de edad, desconocen. No es una imposición sin fundamento sino una obligación para con ellos por parte de la sociedad, en su conjunto, y por alguna que otra persona en particular.
El trato humano, en cualquiera de sus manifestaciones, requiere un gran respeto lleno de amor. Es algo serio y sumamente importante, aunque la alegría del alma no debe faltar en ningún momento. Hay que comprender algunas actitudes que pueden parecer raras y, a partir de ese conocimiento, hacer el ofrecimiento de lo que se considera que pueda faltar. Un ser humano es siempre sumamente valioso y hay que dedicarle todo cuanto se estima puede necesitar para su mejor y más completa formación. Seróa un acto lamentable volver la espalda a quién está necesitando que se le disculpe porque no sabe actuar correctamente.
Comprender y disculpar no es signo de debilidad sino una actitud completamente necesaria para que cualquier otro ser aprenda a confiar en quien le brinda esa actitud. de forma totalmente generosa. Nos hemos referido, al principio, a la transformación del potro salvaje; ¡Cuánto más importante es la formación del ser humano en el que pueden resplandecer las más nobles y generosas virtudes!. Hay que enseñar la verdad, comprendiendo y disculpando que haya quienes la desconocen.