Emergió el alumbrado navideño y resucitó el eslogan clásico de los tiempos en los que las vacas se desinflan y se tornan flacas: “Compre en Ceuta, no fuera”. La crisis alumbra miserias, y entre ellas la psicosis de barrer para casa con proclamas válidas aunque trasnochadas. El círculo que describe la teoría del “gasta aquí, no en la Península” es aceptable: lo ingreso y lo gasto a este lado del Estrecho y el resultado, como si lo impulsase un boomerang, rebota en beneficio de todos. El problema es que a ciudadanos del Siglo XXI es tremendamente complicado recetarles ungüentos del XIX. Bienintencionado el mensaje, pero de dudoso efecto. Caso práctico: he intentado comprar en Ceuta, para engordar la lista de regalos de Reyes, un DVD, un CD y un libro que escapa a la lista de best-sellers al uso. Cero de tres, imposible. Conclusión y solución: comprar fuera, traicionando la súplica del comercio local, o hacerlo a golpe de click en internet, sorteando la maldición diabólica del DUA. Primer agujero negro en la recomendación del sector.
El argumentario también patina por otra esquina, o al menos a mí no me termina de cuadrar. Si se supone que todo buen ciudadano debe aflojar la cartera donde reside... ¿se supone entonces que los marroquíes que se han erigido en la salvación del sector y sustentan ya, según cálculos de la propia patronal, el 40 por ciento de las ventas del comercio ceutí deberían consumir en su país y no aquí? ¿Entenderíamos que una patronal de ese país recomendase no consumir más allá de sus límites territoriales? ¿Hay un mensaje tipo para el ceutí y otro opuesto para el resto de la humanidad? Sí, ya, se supone que el marroquí atraviesa la frontera a la caza y captura de lo que no encuentra en su país, pero veremos qué mensaje se moldea el día que, tarde o temprano llegará, las grandes cadenas que ahora desembarcan en Ceuta decidan levantar amarras e instalarse de forma placentera al otro lado.
Otra pregunta. Si asumo el compromiso con mi ciudad y desembolso en Ceuta el máximo de lo que gotee al exprimir mi nómina, ¿me garantizan que a cambio los comerciantes, en un gesto de retroalimentación, reinvertirán sus beneficios al 100 por cien en la ciudad? Si es así asumo el compromiso, pero el listado de políticos que destilaban naftalina y el de gerifaltes populistas que se golpeaban el pecho por Ceuta para luego plegar velas e instalarse en la plácida costa andaluza es sonrojante y, cuanto menos, desalentadora.
Compre en Ceuta si puede pero, sobre todo, si quiere. A esta era de globalización le sientan mal los corsés, las imposiciones y, sobre todo, recela del fomento del sentimiento de culpa. Un amigo, propietario de un pequeño comercio, es sincero en otra de las grandes batallas que se libran en la selva de la compra-venta: “Intentamos convencer para que nos compren a nosotros y no a las grandes superficies, pero luego les compramos a ellos las bolsas de plástico o los vasos en lugar de a otro pequeño comercio”. Y el cliente dejó hace tiempo de ser tonto. Por cierto, yo ya me he perdido: si vivíamos por encima de nuestras posibilidades, ¿por qué nos espolean ahora hacia el consumo?
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