No han faltado en nuestra historiografía sobre Ceuta opiniones encontradas sobre las causas por las que Portugal decidió en 1415 la conquista de Ceuta. Ya en otra ocasión he hablado del tema, pero continúan surgiendo artículos que amplían el marco de las opiniones sobre la causa de la acción lusa.
Desde la primera interpretación aparecida en 1416 en Livros dos Arautos en la que ya se hablaba de una causa meramente geoestratégica, pasando por la teoría caballeresca de Zurara tan aceptada por los historiadores durante varios siglos por razones que desconozco, se ha ido abriendo el abanico de posibilidades con aportaciones realmente interesantes. Una de esas posibilidades es la de considerar el asunto dentro del contexto de la situación de Europa, la Península Ibérica y Portugal en el complejo mundo del nacimiento de la modernidad allá por el siglo XV.
Los acontecimientos históricos que afectan a una ciudad no pueden ser analizados solamente desde la historia de la propia ciudad, es decir, desde la perspectiva de la historia local. Aunque parezca que el fenómeno de la globalización sea algo muy novedoso y actual, lo cierto es que precisamente en esos años del siglo XV, que rodean a la fecha de 1415, los descubrimientos marítimos y los avances de la navegación, propiciaron un acercamiento entre los pueblos de una misma área geográfica y, como consecuencia, una interacción política. Se hace pues imprescindible abrir el campo de visión y pasar de lo más amplio a lo concreto.
Vicent Barletta (2009) nos proporciona, por ejemplo, una versión cercana a la que proponemos y que se adapta a las líneas de investigación que se esbozan en el próximo Congreso sobre Ceuta en la expansión atlántica, programado para octubre por el IEC. Sin embargo, hay algunas matizaciones en la teoría de Barletta que merecen ser analizadas.
Ceuta jugó sin duda un papel primordial en la expansión atlántica de Portugal, al convertirse en el punto de partida del florecimiento comercial por parte de un reino que en esas fechas estaba en una fase en la que su independencia había forjado una comunidad nacional homogénea, pero donde existían, sin embargo, tensiones sociales provocadas por una economía deficitaria y una enorme desigualdad de clases. Comenzaron, pues, a darse expediciones para ampliar los recursos indispensables para la paz social, entre ellas a las Canarias antes de 1336. Estas expediciones sufrirían una pausa a causa de la peste negra de 1348. De cualquier manera es evidente que esta expansión portuguesa vino dada por razones puramente económicas, como corresponde a toda acción exterior de los reinos medievales.
Henry See (Origen y Evolución del Capitalismo Moderno) admite sin ambages que el capitalismo adquirió una serie de rostros con el que se sucedía sin solución de continuidad a lo largo de la historia. Llegado el siglo XV surgió con fuerza el capitalismo comercial gracias a los avances en las técnicas de navegación, en los planos y en la preparación de los mareantes, pero sobre todo, por los intereses de los comerciantes que necesitaba nuevas rutas para conseguir géneros que, o bien eran escasos en Europa en momentos determinados, o simplemente no los había.
Hasta entonces habían sido los genoveses y venecianos los que habían ejercido este comercio considerados “al por menor”. Pero en esta nueva estadía comercial los burgueses de las pequeñas republicas comerciales fueron sustituidos por los estados con políticas que buscaban rutas comerciales, primero el de Portugal, y más tarde el de Castilla.
A partir de ahí podemos enmascarar este argumento con añadidos menos materiales, pero no cabe duda de que todos ellos solo constituyen la salsa de un plato que había salido del horno de la expansión capitalista del siglo XV.
Por ejemplo, Barletta da valor al conflicto religioso con el Islam, como razón preeminente de la expansión portuguesa. Pero esta opción argumental también esconde intenciones comerciales, sobre todo si tenemos en cuenta que el proyecto de conquista por Portugal del reino nazarí de Granada, que Barletta admite como causa religiosa, tenía a nuestro entender, la intención de dominar comercialmente el Mediterráneo occidental, además de permitir la expulsión de los piratas del Estrecho.
La estrecha membrana que separaba el mundo occidental cristiano del oriental musulmán, no era capaz de evitar la presión entre ambos en puntos determinados como el estrecho de Gibraltar. Pero por encima de valores espirituales prevalecía el deseo de obtener riquezas del otro lado de la orilla, ya fuera de la europea en el siglo VIII, ya de la africana a partir del XV. Hay, no obstante, una diferenciación en ambas motivaciones. Mientras que en lo que respecta al cristianismo el poder de la Iglesia se basaba en sus riquezas, con las que pretendía extender la religión; en el caso del islamismo era la lucha contra el infiel el principal argumento de la guerra. De cualquier modo no debemos olvidarnos de que el corso y la piratería tenían, en lo que respecta a la fricción entre ambas cultura, un papel predominantemente económico para los pueblos islámicos del norte de África.
Otros argumentos inciden en la exaltación del nacionalismo occidental, frente al orientalismo islámico. El orgullo de proclamarse herederos de Roma hizo, para algunos historiadores, que Portugal se lanzara a la expansión africana comenzando con la toma de Ceuta. Ignoramos en qué consistiría esa emulación imperial romana, pero al menos debería comprender también el aspecto mercantil y económico de la expansión de Roma por el Mare Nostrum. La dinastía Avis, una vez probado el pastel africano, con la toma de Ceuta, quiso más, y esto le llevó a Tánger, Arcila, la Mamora, Azamor, Safi, Mogador, Agadir… Todo un argumento del deseo de expansión comercial portuguesa que partió de Ceuta, que se vio frustrado un siglo después cuando los portugueses sólo tendrían Mazagán entre sus dominios, y sujeto con pinzas.
Forma parte también de las razones económicas, como hemos dicho, la lucha contra la piratería en la que algunos basan el interés lusitano en el norte de África. Durante el siglo XV, los piratas musulmanes fueron una inquietud constante para los reinos ibéricos cristianos, que invirtieron gran cantidad de recursos –tanto humanos como materiales– en defender sus costas de sus asaltos, así como las rutas comerciales del Mediterráneo. Hacerse con el control de las ciudades costeras del norte de África fue una forma efectiva de tener ventaja en esta lucha.
Todo ello nos lleva definitivamente a la causa general y suprema de la conquista de Ceuta como paso previo a un dominio africano: el comercio a través de África. Las plazas portuguesas en el norte de África fueron consideradas como un importante punto de partida para las mercancías que se transportaban en caravanas a través de las rutas del Sahara, sobre todo trigo y especias. Pero, por supuesto, la realidad resultó ser bastante diferente, ya que, en la práctica, acabaron por agotar gran parte de los limitados recursos económicos y humanos de Portugal. A pesar de ello, el ahínco de los lusitanos por mantener Ceuta, ya fuera bajo la dinastía Avis como la de los Habsburgo, es ciertamente indicadora del papel que esta ciudad jugó en el problema del Estrecho por su estratégica ubicación.
Por último, considerar la movilidad social como causa exponencialmente elevada de las conquistas africanas como dice Barletta, es ver, en cierta manera, el asunto desde un punto de vista un tanto simple. Es cierto que la expansión por África y Asia permitió exportar la población penitenciaria, que muchos portugueses ascendieran en rango y estatus social y que, al igual que pasó con América, África fuera un excelente campo para que la clase guerrera lusitana se ejercitara, como ya apuntara Joao Lucio de Azevedo en 1929. Pero esto también tuvo como parte negativa, como ha señalado Charles Boxer, la muerte de un porcentaje tremendamente alto de hombres y el despoblamiento de algunas zonas del reino.
En definitiva, y aunque a algunos les parezca nimio este asunto, Ceuta representó en el Mediterráneo occidental un papel importante en ese proceso histórico del desarrollo comercial de Europa. Fue el primer eslabón de una cadena de acontecimientos que desde el siglo XV hasta el XX configuró una introducción de Europa en África, de la misma manera que durante ocho siglos antes, había sido la civilización oriental, de cultura islámica, la que había hecho los mismo en dirección contraria. La frontera que establece el estrecho de Gibraltar es tan permeable que considerar solo el aspecto geográfico de la ubicación de Ceuta en otros Continente como argumento para poner en duda la soberanía española es un error. De la misma manera que los almorávides consideraron sus posesiones peninsulares englobadas en el mismo conjunto estatal, es perfectamente lícito que España tenga las mismas consideraciones, sobre todo en un punto de fricción como es el Estrecho. Esta ubicación y esta fricción es la que ha hecho que, a lo largo de la historia, su soberanía haya sido defendida por España y que se haga necesario el llamamiento a analizar su pasado. Por esta razón, el acontecimiento de su transferencia de ciudad oriental a occidental en el marco de un flujo continuos de influencias entre una y otra orilla, debe ser explicado prolijamente no solo a una gran parte de españoles que aún lo desconocen, sino también a todo el mundo occidental, dejando de un lado las concepciones ideológicas en aras de un planteamiento eminentemente científico.
ANTONIO CARMONA PORTILLO · Doctor en Historia
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