Como agua del cielo, y como cada año, diez días (desde el viernes de Dolores hasta el domingo de Resurrección) de Semana Santa, se detienen en nuestra rutina diaria. Y en un ambiente primaveral, la gastronomía, lo religioso, el descanso y el turismo nos nutren desde nuestro interior y nos agasajan desde el exterior.
Pero en todo este escenario, se representa además una cuestión: ¿necesitamos todavía a la religión?. Y sí, sí que la necesitamos. La seguimos necesitando para las declaraciones de interés turístico nacional o internacional de las procesiones o rituales religiosos. La necesitamos para mantener un turismo de sol, playa, nieve o campo. La necesitamos para enaltecer ese sentimiento mágico que fortalece las emociones a través de la fe o de la escenografía de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo.
La religión la necesitamos en cuanto que necesitamos enfrentarnos y dar soluciones a nuestros problemas y conflictos. Y la práctica religiosa, sus rituales, sus cantos, sus actividades devotas, la oración, el mensaje del evangelio y su escenografía dentro y fuera del templo, nos proporcionan un paisaje terapéutico. Un paisaje de interacción social que nutre y fortalece nuestras emociones, que nos da oportunidades para ser mas solidarios con los demás, que alivia nuestro stress y ansiedad, y en definitiva que puede beneficiar nuestra salud sicológica.
Desde nuestro siglo XXI, desde nuestra evolución social y política, se puede ver con más claridad la idea anticuada y precaria del marxismo al proclamar que la religión es el suspiro de la criatura oprimida, o el opio del pueblo. Y esta censura marxista se puede contrastar con más claridad, si observamos como las conmemoraciones religiosas de estos diez días de esta Semana Santa, constituyen una gran respuesta cultural a nuestra vida emocional. Una vida emocional que nos integra a unos con otros.
De modo que la religión no solo es una cuestión del pasado sino también de nuestro presente. Mediante nuestro acceso a internet, podemos constatar que más del 80% de la población se identifica con algún grupo religioso. Siendo la religión cristiana el grupo más numeroso, aunque no con un gran margen. Con previsiones de crecimiento. Dentro del cual, el resurgimiento religioso de China predice que para 2030, tendrá la población cristina más grande del mundo. Claro que, en todo este escenario mundial, tenemos dos grandes impactos. Por un lado, los innumerables conflictos impregnados de cuestiones religiosas que ha habido a lo largo de la historia (hasta nuestros días). Por otro, los millones de personas de fe, que se han comprometido a lo largo del mundo en acciones sociales de ayuda al pobre y al marginalizado.
Y es que la fe, la fe en el mensaje de los valores religiosos producen conductas saludables y resultados positivos. Conductas y resultados que se enaltecen, durante día y noche, mediante el sonido, el clima, y la escenografía de las procesiones. Todas conmemorando el misterio de la Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión de Jesucristo. Solemnizando la profundidad del mensaje cristiano, del mensaje del evangelio. El mensaje de que la vida, muerte y resurrección de Jesús, ilumina el camino de la humanidad y de que la vida no queda perdida para siempre.
Pero la Semana Santa, es también la Semana Grande en otras direcciones. Ya que son 10 días grandes para la industria del turismo. Días que promueven el consumo emocional. Y promueve unos buenos resultados económicos. En esta línea, el Plan de turismo de 2020 considera al turismo religioso como un sector emergente en España. A nivel mundial, y de acuerdo con la Organización Mundial de Turismo (OMT), más de 300 millones de personas viajan anualmente, motivados por razones religiosas. O viaja al menos por lo que cada uno de nosotros puede sentir, la curiosidad de lo sagrado.
Y ya conocemos que la Semana Santa de nuestras ciudades y pueblos no solamente es seguida por aquellos que están interesados o implicados en la religión, sino también por aquellos movidos por el turismo religioso y por esa curiosidad de lo sagrado. Donde, en cualquier caso, cualquier visitante tiene para observar, al menos, un personaje singular y una importancia notable. El personaje del Nazareno, la imagen más común de todas las procesiones, vestido con su indumentaria procedente de tiempos medievales, en una gran variedad de formas, tallas y colores. Y la enorme importancia que la religión y el Catolicismo ha tenido y mantiene en la sociedad española.
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