El pasado sábado, día 20 de julio, se publicó en el Boletín Oficial del Estado (BOE) la aprobación definitiva de forma parcial del documento de revisión del Plan General de Ordenación y Urbana (PGOU) de Ceuta. El gobierno y la mayoría de los partidos con representación en la Asamblea ceutí mostraron su alegría por este anuncio. Una satisfacción que debería ser más contenida, sobre todo por parte del gobierno de la Ciudad, ya que ha necesitado cerca de veinte años para obtener un visto bueno “parcial” del gobierno central, quien desde comienzos del siglo XXI ostenta las competencias urbanísticas en las ciudades de Ceuta y Melilla. Se trata de un hecho anómalo que evidencia la falta de confianza de la administración general del Estado en la gestión de los asuntos urbanísticos por parte de sus respectivos gobiernos autonómicos. Tampoco es muy normal que la normativa urbanística de aplicación en Ceuta sea la Ley del Suelo y Ordenación Urbana del año 1976 y el Real Decreto 2159/1978 por el que se aprueba el reglamento para el desarrollo y aplicación de la mencionada ley aprobada cuando las brasas del antiguo régimen aún humeaban.
Como hemos comentado en otras ocasiones, una constante en la evolución y gestión urbana de Ceuta ha sido el desorden y la improvisación. En ocasiones fueron determinados acontecimientos históricos, como el cerco de Muley Ismail (1694-1727), los que obligaron al apresurado traslado de la población desde el istmo a la zona de la Almina que había quedado desocupada, en buena parte, entre la toma portuguesa de Ceuta y el inicio del sitio de Ceuta. Una vez levantado el cerco de las tropas alauitas, el reino de España hizo el ademán de emprender la planificación urbana de la ciudad, tal y como atestigua la construcción del Hospital Real, pero finalmente se decantaron por condenar a Ceuta con su integración en la red de Presidios de Ultramar. Esta consideración penitenciaria perduró hasta la primera década del siglo XX. Cuando el viento viró y limpió la enrarecida atmósfera que envolvió a Ceuta durante casi dos siglos, este mismo aire trajo a las orillas de nuestra ciudad miles de personas atraídas por las nuevas oportunidades económicas y laborales que pasó a ofrecer Ceuta. Ante la falta de viviendas para acoger esta llegaba masiva de emigrantes interiores proliferaron por la ciudad los núcleos de barracas y chabolas. Estos focos de infravivienda se consolidaron durante varias décadas debido al estallido de la Guerra Civil y la postguerra.
Hubo que esperar a los años sesenta para que se ejecutaran los planes de viviendas del régimen franquista que fueron el origen de una parte importante de las barriadas del Campo Exterior. En el caso de Ceuta, la puesta en marcha de esta política de viviendas de protección oficial tuvo que vencer la resistencia de las autoridades militares que fueron liberando suelo de manera lenta y parcial, lo que impidió una planificación urbanística del Campo Exterior. En el centro, por su parte, se ampliaron la anchura de las calles que aún mantenían el entramado urbano heredado del periodo medieval islámico de Ceuta, así como se sustituyeron el caserío de viviendas de dos plantas por inmuebles de cuatro o más plantas siguiendo los estilos arquitectónicos vigentes en el primer cuatro del siglo XX. No obstante, quedaron muchos huecos que se han ido ocupando por nuevos bloques de viviendas desde los años setenta hasta la actualidad. El resultado está a la vista. Nuestro paisaje urbano ofrece la imagen de una abigarrada concentración de edificios cada vez de mayor altura en la que no se atisban espacios libres, al margen de la plaza de África.
A simple vista tampoco es posible reconocer las huellas de su pasado trimilenario, pues ha sido barrido por las sucesivas generaciones de habitantes de la península ceutí. Hay que introducirse por sus calles para observar las evidencias arqueológicas de su pasado, como el yacimiento protohistórico de la catedral, la basílica tardorromana, la puerta califal, los baños árabes de la plaza de la Paz o los restos de viviendas mariníes integrados en la Biblioteca Pública Adolfo Suarez. Dentro de unos años, a estos sitios de interés arqueológico se sumarán los restos documentados en en el Baluarte de la Bandera o en el solar de Brull. La visita de estos lugares arqueológicos son de gran ayuda para reconstruir mentalmente las distintas etapas de la evolución urbana de Ceuta, pero no son lo suficiente para entender y comprender la historia de este estratégico punto asomado al Estrecho de Gibraltar. Para alcanzar este objetivo es necesario contar con un Museo de la Ciudad en el que se explique el pasado, el presente y el futuro de Ceuta.
Hablando de futuro tenemos que retomar nuestro comentario sobre el documento del PGOU aprobado hace una semana. Según la orden ministerial que lo aprueba de manera parcial, los objetivos del nuevo PGOU son la conservación ambiental y la sostenibilidad del modelo de ciudad mediante una estructuración compacta del tejido urbano; la mejora de la dotación de equipamientos, espacios libres y zonas verdes; y la integración de los diferentes grupos sociales, de la ciudad y de los núcleos del municipio. Estos objetivos suenan muy bien, pero no se ajustan a la realidad del contenido del PGOU. Desde nuestro punto de vista, es poco sostenible cualquier planteamiento urbano basado en la premisa del crecimiento mantenido en el tiempo de manera constante sin tener en cuenta la capacidad de carga de un territorio tan limitado como el nuestro y con tantos valores naturales, paisajísticos y culturales. En este sentido, la capacidad de carga del territorio de Ceuta hace mucho tiempo que la sobrepasamos trayendo como consecuencia la desfiguración del paisaje ceutí, la grave alteración de los ecosistemas naturales y la contaminación del mar que nos rodea y de los suelos. Precisamente, este último aspecto, el de los suelos contaminados, es uno de los puntos que debe resolver la Ciudad Autónoma para obtener el visto bueno completo del gobierno central. Puede que no sea un simple despiste, sino la reticencia a reconocer que alguna de las zonas que se quieren ocupar presenten problemas de contaminación del suelo que hagan inviable su urbanización.
La “compactación” del tejido urbano va a suponer, entre otras cosas, la urbanización de parte de ladera occidental del Monte Hacho, la más visible desde el centro de la ciudad, alterando gravemente su imagen. También se pretende aumentar la altura de los edificios de nueva construcción contribuyendo a reforzar la estampa de una ciudad dominada por el hormigón. Sirva como ejemplo de lo que estamos diciendo que la principal razón para denegar la actuación urbanística en el Paseo Recreo ha sido la intención de erigir en este punto inmuebles de siete plantas. Esta negativa parece que no la van a tener para construir un conjunto de torres en el entorno del patio Hachuel y la plaza Vieja. Veremos a ver qué pasa. En definitiva, se asume que un plazo de una o dos décadas llegaremos a 100.000 habitantes en Ceuta sin que se exprese la mínima inquietud sobre las consecuencias de incrementar año tras año la presión humana sobre un territorio tan valioso y frágil como el de Ceuta. Nuestra ciudad se mantiene gracias a un complejo sistema artificial para su funcionamiento que le suministra energía eléctrica, agua y su depuración, sin valorar sus consecuencias ambientales (como hemos expuesto en nuestra anterior colaboración) ni las posibilidades de su mantenimiento en un mundo abocado al agotamiento de los combustibles fósiles. Sin duda este tipo de planteamientos preocupan poco o nada a una clase política y empresarial egocéntrica, superficial y desalmada cuya mirada sólo es capaz de reconocer en el territorio oportunidades de enriquecimiento codicioso y que ignora o desprecia sus valores trascendentes, espirituales, artísticos y culturales. Siguen presos de una concepción de la naturaleza inerte y al servicio exclusivo del ser humano. Por desgracia, este tipo de mentalidad es la predominante en la actual sociedad humana y se alimenta desde el complejo entramado mediático y propagandístico puesto al servicio de la megamáquina. El resultado es un ser humano desorientado, insensible ante la belleza de la naturaleza y el cosmos, carente de ambición espiritual e intelectual y desconectado de los asuntos cívicos. Cada día es más ensordecedor el silencio mayoritario de la ciudadanía ante la destrucción de nuestros pueblos, nuestras ciudades y de la tierra en su conjunto. Las pocas voces que se alzan ante esta situación se ahogan bajo el inmenso peso de la charlatanería política y de la burocracia tentacular.
La revisión del PGOU ha terminado como empezó: sin favorecer la participación ciudadana, sin explicaciones entendibles por los ciudadanos y en clave de una resolución en el BOE en términos incomprensibles para los no iniciados en la jerga de la burocracia urbanística. Este neo-lenguaje oculta un plan general de ordenación urbana que ignora el espíritu de Ceuta y desprecia las semillas sembradas en determinados periodos de nuestro pasado que prometían crecer y dar como fruto un lugar ideal para la espiritualidad, la sacralidad, el cultivo de la sabiduría, el arte y la cultura, así como para rendir culto a la renovación de la vida.