Hace muchísimos años oí por primera vez dicha expresión, de boca de mi padre. Me quedó profundamente grabada. Según me aclaró, alude a esas personas que se pasan la vida almacenando cuidadosamente en su mente cuantos hechos consideran como injusticias dirigidas contra ellas o contra su entorno. Olvidan pronto cualquier favor, cualquier gesto amable, cualquier elogio, mientras guardan celosamente lo que juzgan como afrentas, aunque en realidad no lo sean. A lo largo de mi vida he podido conocer algunas que respondían a tal patrón. A veces, tales coleccionistas estallan, y dejan salir el veneno que llevan dentro. Entonces es cuando se demuestra que son ellos los injustos, pues no recuerdan más que lo que, a su retorcido juicio, fue negativo, sin retener en la memoria ninguna actuación de los demás que debiera haberles significado algo positivo.
Ahora tenemos en España un modelo perfectamente definido de coleccionista de injusticias profesional. Se llama Artur Mas, el Molt Honorable President de la Generalitat de Catalunya, ese anunciador de consultas imposibles que, impulsado además por Esquerra y explotando los sentimientos populares con su falso victimismo, está creando un preocupante estado de opinión en aquella querida región española (ahí lleva otra supuesta injusticia más para su colección). Del Espanya ens roba –España nos roba– se ha pasado al Espanya contra Catalunya, Una mirada histórica (histérica, diría yo), ese lamentable Simposio organizado para seguir sembrando odio contra la Nación de la que desde siempre ha formado parte Cataluña. Según ellos, una demostración de cómo durante tres siglos, y a través de normas legales, España se ha dedicado con fruición a fastidiar a una parte de sí misma. Vamos, como si fuese una nación masoquista. Todo un absurdo contrasentido.
Pensando como ceutí, estoy seguro de que si nos pusiéramos a rebuscar en el Boletín Oficial del Estado encontraríamos disposiciones perjudiciales para este trozo de España. Se han olvidado los fueros portugueses que los monarcas españoles se comprometieron a respetar; se ha forzado una conciencia fiscal que antes no existía; se han eliminado prácticamente las ventajas que suponía nuestra consideración de Territorio Franco, reduciéndose notablemente la competitividad de nuestro comercio, al igual que la del Puerto; se ha disminuido en forma sensible la guarnición… Pero nada de ello podría servirnos de argumento para ni siquiera pensar que España está contra Ceuta. Porque a la vez se han reconocido exenciones y beneficios fiscales, se han reducido las cotizaciones a la Seguridad Social, se han edificado –y se siguen edificando– viviendas sociales, se ha apoyado económicamente a la Ciudad, se han sufragado Planes de Empleo, se ha salido al paso de reclamaciones territoriales, se han construido dos embalses y una estación desalinizadora… No podemos dedicarnos aquí a coleccionar injusticias sin reconocer que también se han hecho cosas positivas. Los ceutíes nunca hemos sido desagradecidos. Al menos, hasta ahora.
¿Y que se podría decir de Cataluña, una de las regiones españolas de mayor desarrollo económico? ¿Quien decidió que la SEAT se instalase allí? ¿Quién favoreció, en general, ese desarrollo? ¿Quién ayudó a reconstruir el Teatro del Liceo, destruido por un incendio? ¿Quién sufragó los gastos de los Juegos Olímpicos de 1992? ¿Quién hizo y hace tanto por aquella tierra (AVE con enlace a París, Fondo de Compensación Interterritorial)…?
Recuerdo que en 1962 se produjeron unas terribles inundaciones que afectaron esencialmente a la comarca catalana del Vallés, en la que se encuentran Tarrasa y Sabadell. Hubo más de 800 muertos, calculándose las pérdidas en torno a los 2.600 millones de pesetas de las de entonces. Una enormidad en todos los sentidos. Pues bien; España entera se volcó materialmente en favor de los damnificados. Aquí, desde los micrófonos de EAJ-46, Radio Ceuta, un joven y entusiasta Andrés Domínguez se esforzaba, noche tras noche, en conseguir donativos de los ceutíes para hacerlos llegar a los damnificados catalanes. Y a fuer de sincero que logró alcanzar una cantidad muy respetable, porque nuestra gente es solidaria y sabe responder cuando se les pide para una causa justa. Todo lo recaudado fue remitido para que se distribuyera en Cataluña. Estoy seguro de que esto ni se habrá mencionado en el desafortunado Simposio de Barcelona, esa especie de repugnante aquelarre de desagradecidos.
Lo que digo, coleccionistas de injusticias. Lo peor es que en Ceuta parece que también empieza a haberlos, si fuera cierto –Dios no lo quiera- algo que, a modo de amenaza velada (al menos, así me lo pareció) leí en “El Faro” del pasado jueves.
P.D. Dedico esta colaboración a L.G. Álvarez, abrumado por sus excesivos elogios del anterior domingo. Creo que no nos conocemos, pero observo que me conoce bastante).