Málaga es una ciudad de moda. Un destino plenamente consolidado, ideal para alternar el sol y la playa con ofertas culturales y gastronómicas de primer nivel. Tras el Museo Picasso y el Centro de Arte Contemporáneo vinieron después los museos Pompidú, Carmen Tissen, el Estatal Ruso de San Petersburgo, el propio de la Ciudad, el teatro romano y, por supuesto, el bello y atractivo complejo de Muelle Uno con su Palmeral de las Sorpresas, convertido en un punto turístico de primer relieve con su trama isotrópica de palmeras, todo un envidiable ejemplo de plena integración de un puerto con su ciudad. Como se ha dicho en diversos foros locales, el desarrollo turístico de Málaga sería un modelo a seguir en Ceuta, salvando las distancias, claro. Soy uno de los enamorados de aquella bella ciudad a la que me encanta dar mis escapaditas cada vez que encarta. Precisamente, en la última de ellas, me he encontrado en la céntrica plaza de la Solidaridad con un bello monumento, en mármol macael, visible en la imagen, dedicado a los trabajadores de la sanidad andaluza por su entrega y sacrificio durante la pandemia Covid-19. Una hermosa iniciativa que no es la única, precisamente, en la vecina Comunidad. ¿Y Ceuta?, me pregunté al encontrarme con él. Ceuta, sí, donde proliferan tantos exponentes escultóricos urbanos, ¿a nadie se le ocurrió homenajear también con un similar presente de agradecimiento hacia quienes estuvieron a pie de guerra en la batalla contra la epidemia? Los aplausos vespertinos desde los balcones y ventanas a los sanitarios resonaron con puntual y emotivo entusiasmo, pero los humanos somos olvidadizos por naturaleza. ¿Quién se acuerda ya de aquellas ovaciones en el día a día? El monumento, en cambio, es algo que permanece ahí, inmortalizando a aquel colectivo de angelicales hombres y mujeres que dieron lo mejor de su profesionalidad y de su corazón en la lucha contra la virulenta pandemia. Según datos del ministerio de Trabajo, más de un centenar de estos profesionales fallecieron en la pandemia y cerca de 1.300.000 se contagiaron. Pero uno iría más lejos de esas cifras. Cuántas de esas cien mil víctimas que la pandemia se llevó por delante, en su aislamiento en la UCI, imposibilitadas de tener al lado a sus seres queridos de los que recibir su consuelo y cariño, no digamos ya en el momento de su agonía final, encontraron en este personal sanitario el calor, la ternura y el consuelo en el momento más dramático y cruel de su existencia. Si en algún lugar dichos sanitarios serían merecedores de tener un monumento, ese es precisamente Ceuta, donde, en septiembre, efectivamente, se les concedió una de las medallas de la autonomía, por su lucha, ahinco y desvelo en el cuidado de los enfermos de COVID. Pero aquí tienen un valor añadido, fuera de la pandemia, por las agresiones y amenazas de las que en tantas ocasiones vienen siendo objeto por parte de los desalmados de siempre. No es Ceuta por otra parte un destino apetitoso para el colectivo sanitario, ciertamente, de ahí las peticiones como la del Colegio de Médicos o de Sanidad pidiendo la declaración de la Ciudad como área de difícil desempeño y cobertura médicas, lo que hace más meritorio todavía el trabajo de nuestros sanitarios. El sindicato Satse ha sido una vez más rotundo esta semana denunciando “el grave deterioro de nuestra sanidad pública” y la necesidad de ampliar plantillas, al igual que el sindicato médico demandando acciones para evitar la huida de estos servidores públicos, y hacer atractiva la llegada de nuevos profesionales.
Por desgracia, tan justas reivindicaciones vienen ya desde muy lejos.