Opinión

Rituales

Dicen que nos estamos haciendo mayores como país, pero tenemos mucha Historia a las espaldas. Si quieres oírla, te la cuentan a poco que lo pidas. Yo lo hice y descubrí muy poco odio y mucha resignación, pero también ganas de restauración, de memoria y de que las verdades salgan.

Supongo que el problema es que no oímos porque nos es más cómodo pensar en modas, en diretes y en eventualidades que en lo real que nos comprime y asusta. Parece más cierta la gente que no conocemos o la bondad de una frase, que el vecino al que le apestan las ideas. Es mejor el trato social que el acostarte, ver las canas y oler las axilas perfumadas en los vaivenes de un bus curricular. Dicen que nos estamos haciendo viejos para muchas cosas y es verdad; Viejos de solemnidad como aquellos que farfullan por necedades que nunca llegarán más que a las puertas de un cementerio, un hospital o un juzgado. Somos carne de cañón por mucho que nos aligeremos en el laberinto del hámster. Han pasado por delante de nosotros tantas cosas que ya no las asimilamos porque cuesta- y mucho- reconocer que te has equivocado. Es muy absurdo no querer que la gente recupere a sus muertos, a los que perdieron enterrados de cualquier manera, a las bravas porque las circunstancias así lo habían mandado. Duele recordar para ver por los aires cómo se desprende la Historia de su época más casposa para darle un último suspiro de valor a la democracia. Porque en ella estamos, casi todos menos los que no quieren reconocer que las tuvieron todas en la palma de la mano. Porque perder molesta cuando te sabes el capitán de los gallos enjaulados.

Es imposible para algunos tener el valor y el orgullo de saber cuándo has metido la pata hasta el corvejón y rendirte a las evidencias de que la gente ya no calla, ni mira al suelo porque no puedes encañonarle con tu prepotencia barata. No creo en la radicalidad y sí en el dialogo. Pero hay quien no quiere ni siquiera mirar los guiones que encabezan las frases porque solo hacerlo ya le hace merecedor del mismo nivel de aquellos a los que odia, creyendo que así acabaron con años de impunidad, tejemanejes y fantasías tituladas en blanco y negro.

Nos hemos hartado de mirar al suelo, de ver en las pantallas de los móviles gatitos apergaminados, por eso miramos- ahora- al cielo para encontrar a alguien volando sobre el nido del cuco petrificado. No significa nada para mí más que limpieza, pero fíjense si ya es importante hacerse un Marie Kondo en un cuarto para nuestro equilibrio mental, cuánto más uno para desempolvar páginas erráticas y difusas de un Nodo superlativo. No estará Paco Artola, ni Pepe Mesa, ni otros tantos que echaron raíces y aguantaron para verlo morir entrando la democracia. Pero sí que están los suyos, los que como yo, oyeron relatar sus penalidades y aun así los vieron trasegar la tierra, convergerla y aplanarla para hacerse uno con ella.

Eran grandes luchadores, tiernos, románticos, guerreros y muchas veces tan culpables o inocentes como cada uno de los que mueren por sus creencias. Lo único que eran sus padres los que participaron- o no- en una guerra, ellos solo niños que convivieron con las consecuencias, que lloraron lágrimas de sal para sobrevivir- sin odios, ni rencores- que no les dejaran disfrutar de su propia existencia. Niños que fueron huérfanos con menos de diez años, luego abuelos consagrados a nietos y memorias, a rescatar a cadáveres que nunca fueron hallados porque bien que los escondieron porque la memoria duele e hiede.

Dicen que como país nos hemos hecho mayores, pero no estoy segura. Creo que andamos más bien en muletas desde que levantamos cabeza y nos vimos con colonias y esclavos; Hispania que pisaron romanos, galos y visigodos para dejarla con las enaguas expuestas. Tenemos tanta Historia que se nos seca la lengua de pasar páginas de una enciclopedia. Por eso el vuelo de un halcón muerto no hace tragedia, ni los lloros simulados, ni las banderas envueltas en lavanda, ni los vivas de meme escolástico, ni los comentarios soeces, porque nada vale más que un niño de 90 que abraza la cuneta donde cree que enterraron a su padre.

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