El Pabellón, ubicado en las calles Colón/Padilla, no ha merecido la indulgencia para que quede en pie: la prensa en estos días ya nos está dando imágenes de su derribo. Si se sigue el llamado protocolo,el solar se convertirá, primero en una escombrera, para, después, pasar a ser el consabido aparcamiento, gestionado por el listillo de turno y donde veremos los automóviles de alta gama, procedentes del vecino país alauita. Ya sabemos que destruir este Pabellón, fue una resolución del Patrimonio Militar Local que, allá en 2015, diagnosticó lo de siempre: estado ruinoso.
No somos tan ingenuos como para esperar que, en su lugar, se alce un ‘pulmón verde’. Los especuladores ya se preparan para advertir que la ciudad no está para antojos de ‘boys socouts’. Peor será si, puesta la piqueta en marcha, también arrastre edificios colindantes como el popular Casinillo o el Museo de la Legión, con o sin el ojo de Millán Astray. No, insisto, no ha habido indulgencia para un edificio donde, se dice, (aunque Gómez Barceló opine lo contrario), Franco ocupó una de sus viviendas y que Sanjurjo o Yagüe (“qué mas da, Isabel que Fernando”) dieran una arenga desde uno de los balcones. Nada de extrañar, porque este tipo de sentimentalismo no va con el férreo espíritu de los pretorianos.
El ‘Pabellón indultado’ es otro. A este no pudieron tirarlo. Continúa. Lo tenemos en pleno Paseo del Rebellín, vigilado día y noche por el Teniente Ruiz. Está casi a igual distancia del Mercado Central que de la Plaza de los Reyes, espacios que cambiaron su pasada escenografía urbana.
Si subimos el paseo, nos daremos con el Pabellón, casi de inmediato. Es un caserón gris-cemento y algo masacote. Una amiga de la familia lo llamaba ‘Le petit palace’. Era una cursi y beata, que a todo lo que le daba la gana lo pronunciaba en francés, lengua que había aprendido en el Colegio de las Misioneras Franciscanas de Larache.
Desde la azotea del Pabellón podemos ver en la lontananza, allá abajo, el último ‘ninot’ plantado frente a ZARA. Es el homenaje que la Asamblea rindió a Norma Duval, la super vedette que, políticamente, votaba a José María Aznar. El escultor la medio vistió con un peplo helénico y le colocó joyas con amuletos étnicos. La figura parece responder al icono de una ninfa, ligerita de casco y un tanto despendolada. Se cuenta que engatusó al astuto Ulises, que la preñó, retrasándole el regreso a Ítaca. Allí, la pobre esposa, Penélope, ya empezaba a cansarse de hacer tanto ganchillo y de verse asediada por docenas de libidinosos moscardones. Ulises, como lo canta Homero, no dejó ni uno. ¡Ah! olvidaba reseñar lo más despampanante que luce Calipso, la ninfa: su ‘wonderbra’ justificado, tal vez, como un guiño estético a la modernidad. Algo así como la ‘jarra de cerveza’ en la rotonda de la Plaza de Maestranza. El choque de lo imprevisto.
Por el contrario si, desde la misma altura del Pabellón, miramos hacia la derecha, dirigiremos la vista a la Plaza de los Reyes. Comprobamos que aún se mantienen vivas y revoloteando algunas palomas, las que se refugian del salvajismo infantil, subiéndose a una especie de momumento funerario, recreación kish de la antigua portada de un hospital que existió. Continúan los dragones de la Casa Cerni, escandalosamente repintados; y la novedad más destacada: el homenaje al mundo cofradiero caballa, con ese nazareno de tamaño natural (yo sé quien sirvió de modelo) aunque el protagonismo se lo lleva el botijo del joven aguador. Todo poesía.
La verdad es que de aquella Plaza de los Reyes, solo queda el nombre. Sigue cumpliendo la función de ágora, lugar para los encuentros. De allí se partía para cualquier sitio: “Te espero en la baranda de San Francisco”, se acostumbraba a decir cuando fijábamos una cita. Y como referencia, el hombre de las “estampitas” religiosas que acostumbraba a exponerlas, con pinzas de ropa. Vociferaba las de algunas vírgenes y la ‘Hermanita Pilar’, aquel espíritu de una joven que visitaba a los vivos de noche y se colocaba a los pies de la cama. Si el mero hecho de rozar al vendedor era aterrador, porque respondía con un bastonazo, oirle contar las apariciones de este fantasma, resultaba escalofriante. Pero todo se ha esfumado. Los olores a mar que ascendían por los callejones desde la Marina y el sutil aroma de las celindas, de algunos patios cercanos, como el del Centenero, toda una kabila sin sarracenos. Vaciaron los patios, destruyeron sus casas y chabolas y en lo referente al perfume, hoy se impone el de la carne chamuscada.
Mas lo que pretendía destacar, tras la injustificada paráfrasis, es que el Pabellón indultado se salvó por la tenacidad e inteligencia de los miembros de la Comisión de Patrimonio. Así lo decidieron los que la formaban, a excepción de aquel concejal que llevó a una de las reuniones la sugerencia municipal o suya propia, de quitar del mapa patrimonial este edificio militar y sustituirlo, como se hacía en la Marbella del GIL, por un parking de siete u ocho pisos. El edil regresó por donde vino, con el combate perdido y mascullando que llegaría otra ocasión. Aquí parece que también vivieron los Franco, hecho que pesó a favor de respetar el inmueble.
Pero la ocasión no ha llegado. Incluso se le ha dado utilidad. La planta baja queda como pequeña pinacoteca, mucho más visitada que la de las Murallas Reales; la planta alta, para el Instituto de Estudios Ceutíes, “crisol de poetas, cenáculo de ilustrados”. No es un lema, mas podría serlo.
El Instituto está de cumpleaños. Hace 50 años de su fundación (1986). También su nuevo directos, José Antonio Alarcón, está de “soplavelas”. Ha entrado en los sesenta. Alarcón prepara los próximos fastos del Instituto. La efeméride lo exige. Los que conocemos los ímpetus del director, estamos seguros que la programación valdrá la pena. Y ha empezado cambiando el viejo logotipo por otro, diseño de Antonio Sanmartín.
¡Qué lastima que, como este Pabellón, no se puedan salvar otros edificios, que son los que han escrito la historia de este pueblo, tan desconocida por quienes lo habitan!. Podía haberse hecho lo mismo con el llamado “Cuartel del Rebellín” y transformarlo en un auditorio distinto al que se impuso por esa tendencia a lo faraónico. El proyecto de Siza (arquitecto al que admiro) no acertó en su ubicación ni en lo que perseguía. Hasta tal punto que muchos foráneos, cuando lo cruzan, se preguntan si se trata de un modelo nuevo de mezquita sin minarete. Espero que en el futuro no cumpla esa función.
Me ha encantado, Manolo. Un abrazo