Explotar la aflicción frente a los derechos fundamentales como individuos o como sociedad es una manera, entre otras, de establecer el disfuncionamiento de la responsabilidad e identidad de las políticas. Donde la coordinación y la cooperación entre todas esas fuerzas políticas tendrían que prevenir el mal funcionamiento de la actividad social y cualquier estado de desolación.
En ese devenir y bajo la presión de la UE condicionando el ingreso de los fondos de reactivación, el Gobierno de Sánchez ha propulsado ciertas medidas ambiciosas para limitar el abuso de los empleos temporales. Ya que según Eurostat, el 24% de los salarios españoles tiene un contrato de duración temporal; mientras que en la UE el empleo temporal representa una media de un 3,5% del total. Pongamos por caso, que a veces incluso la Administración Pública ha evitado remunerar los correspondientes periodos vacacionales, incluyendo los fines de semana. Y agreguemos que la subida de la inflación, a un 5%, ha creado el círculo vicioso de que ese coste caiga finalmente sobre los consumidores.
Parte de esta subida de los precios habrá venido para quedarse, y podrá restar fuerza a la recuperación. Fuerza en la que interviene el reparto de los fondos europeos. Y que ya nada más comenzar, ha entrado en un ambiente árido de denuncia. Como lo han hecho, la impugnación judicial por parte de Ayuso, el requerimiento de Feijoo al Consejo de Ministros, y la repulsa de unos 138 alcaldes del PP, solicitando la anulación de ese reparto por regirse por el criterio de política electoral y beneficiando a dedo a ciertos territorios.
Fondos que son también para sintonizar a los Veintisiete y poner a la UE en movimiento con el ritmo la economía mundial, y en concreto con el de Estados Unidos y de China. En este sentido el encuentro entre Scholz y Sánchez, además del acercamiento entre España y Alemania, puede haber representado la complementación entre los ejes Paris-Berlín y Roma-Madrid. Olaf Scholz gobierna en Alemania en coalición tripartita, muy diferente a la de España, los socialdemócratas SPD, los verdes y los liberales FDP. Y gobierna, según sus propias palabras para “crear más progreso” y para, como cualquier político que se precie, la reelección de él y su coalición. Sin embargo la coalición se ha adentrado ya en tangibles divergencias, entre los Verdes y el SPD, sobre la utilización del gaseoducto Nord Stream 2 como herramienta de sanción contra Rusia.
Este gaseoducto lleva el gas ruso, a través del mar Báltico, directamente a Alemania, sin pasar por Ucrania. Y además acarrea cierta gravitación política como proyecto; al que Estados Unidos siempre se ha opuesto. Pero además, el gas junto con la energía nuclear, están previstas ser incluidas por parte de los Veintisiete en la lista de actividades sostenibles, y necesarias para la transición ecológica frente al alto precio de un cambio rápido a la economía verde. Y ello posiciona a Europa en una situación de dependencia de un importante proveedor de gas, la Rusia de Vlad(imir) Putin.
A Vlad, como si de un personaje de novela histórica se tratase, le caracterizan una ilusión y una nostalgia. La primera, su permanencia en el poder, para ser reelegido en 2024, y sucesivamente. Y la segunda, el poder y la gloria que la madre Rusia tuvo en los países del Pacto de Varsovia durante la Guerra Fría. Ya en 2005 declaró que la disolución de la Unión Soviética fue la catástrofe geopolítica más grande del siglo XX. Pero además, delante de él, tiene unos escenarios y un proceso.
El escenario de un Biden actualmente considerado como débil sobretodo en su política interior, y respaldado por la contradicción que constituye el fracaso de la retirada de Afganistán en 2021 y su declaración de que fue un “éxito extraordinario”. El escenario de una OTAN debatiéndose (durante 4 años la administración Trump ha influido en ello) sobre su existencia y diagnosticada por Macron en 2019 de estar en “muerte cerebral”. Y el escenario de una Europa que tiene que superar sus divisiones internas, principalmente en el conjunto de los Veintisiete, para mostrar un frente cohesionado haciendo prueba de firmeza.
Y, un proceso acelerado de Ucranización de una nación soberana, que ha sido un baluarte en el apogeo de la Unión Soviética, y que ahora es libre de disponer de ella misma, como por ejemplo su posible adhesión a Europa. Pero que viene sufriendo, según los servicios de seguridad ucranianos (SBU), la estrategia de una “guerra híbrida moderna”.
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