Opinión

La interculturalidad se aprende

La interculturalidad se define como la mezcla de culturas en un plano de igualdad en el que ninguna de ellas es considerada mejor que las demás y todas ellas se enriquecen a través de las relaciones de intercambio y comunicación. De este modo, se elimina la idea de que existe una cultura “normal” respecto a la que el resto se deben comparar. No debe existir una relación jerárquica entre culturas, independientemente de la correlación aritmética entre grupos.

El concepto de interculturalidad puede confundirse fácilmente con el de multiculturalidad o pluriculturalidad. Aunque se relacionan semánticamente, no significan lo mismo. Los términos multiculturalidad o pluriculturalidad se refieren a la situación en la que diferentes culturas coexisten y hasta se influyen, pero esto puede ocurrir independientemente del reconocimiento mutuo o, incluso, independientemente de que las personas se relacionen entre sí. Diferentes grupos culturales pueden coincidir en un espacio-tiempo, pero sin existir comunicación entre ellos.

La interculturalidad apunta a transformar la sociedad, profundizando en la democracia, a través de un proceso de reelaboración de valores y significados llevado a cabo entre los diferentes grupos. Supone la aplicación de una serie de principios, que hacen de este un concepto complejo. Entre ellos podemos destacar: reconocimiento de la ciudadanía plena de todos los individuos que integran la comunidad; reconocimiento del derecho a ejercer la identidad originaria de cada ciudadano; rechazo a las formas de imposición de una cultura hegemónica y marginación de las culturas minoritaria; comprensión de las culturas como fenómenos dinámicos y comunicación horizontal.

La interculturalidad así concebida, constituye la base de un modelo social innovador más acorde con los nuevos tiempos en los que la globalización, entre otros fenómenos, se antoja como un proceso irreversible de convivencia universal.

Avanzar en la construcción de esta nueva forma de entender la vida compartida es un reto de gran magnitud y no menos trascendencia. Pero en nuestra Ciudad es, además, una necesidad perentoria, inaplazable. No en vano, la composición de nuestro cuerpo social (integrado por dos grupos culturales paritarios con evidentes diferencias) convierte la interculturalidad en la única piedra angular de la arquitectura social de un futuro posible. No existe parangón en nuestro país (ni casi ningún otro lugar del mundo). Por eso es un afán (acaso una utopía) tan difícil de concretar. Porque la interculturalidad no es una actitud innata que surja de manera instintiva o espontánea. La interculturalidad se alcanza a través de un proceso dinámico de aprendizaje. Ha de venir precedida de un ejercicio de predisposición intelectual y de la voluntad de forjar un compromiso colectivo. Es por eso que resulta sumamente extraño y decepcionante; pero también intolerable, que el sistema educativo de nuestra Ciudad sea completamente ajeno a esta cuestión. La educación es el mejor y más potente motor para impulsar la interculturalidad. En Ceuta debería figurar entre los objetivos pedagógicos prioritarios. Probablemente ocupando el lugar más destacado. Los jóvenes ceutíes tienen derecho a aprender interculturalidad. Entre otras razones porque de ello depende en gran medida el desarrollo de sus vidas. Más allá de opiniones personales, e incluso influencias familiares, la educación pública tiene la obligación (y la responsabilidad) de hacer efectivo ese derecho. ¿Por qué se produce tan estruendosa oquedad?

Volvemos al nudo gordiano de la decrepitud educativa de Ceuta (y Melilla): somos un apéndice residual desencajado del sistema general. En España el sistema educativo está concebido desde el reconocimiento de la amplia pluralidad que conforma nuestra nación. En consecuencia, está estructurado de modo que reserva un espacio para que cada región pueda perfeccionar el acervo común añadiendo sus propias características. De este modo, se pretende que el sistema cumpla con la indiscutida premisa de adecuarse a la realidad social en la que se encuentra implantado. Así funciona en todo el país. A través de un sistema descentralizado, todas las Comunidades Autónomas disponen de las instituciones, órganos e instrumentos administrativos precisos para dar respuesta a sus demandas educativas diferenciales. Menos en Ceuta y Melilla que carecemos de todo. La gestión (por defecto) del Ministerio se limita a cumplir con los mínimos establecidos en la ley con carácter general; pero carece por completo de capacidad (e implicación) para incorporar una dimensión local al sistema. Nadie se ocupa de ello. Y lo que es peor, a ningún responsable político parece importarle lo más mínimo. Si Ceuta fuera normal (como el resto de comunidades), podríamos configurar una atractiva materia, denominada “Interculturalidad” (e incorporarla a los currículos de ESO y Bachillerato), que permitiera a los chavales y chavalas iniciarse y progresar en la consecución de tan loable objetivo. Esta Ciudad lo necesita. Y mucho.

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