La pérdida de los ecosistemas nos deja sin recursos espirituales. El reflejo de la eternidad está impregnado en la naturaleza; tal y como sostienen los Judíos el término usado en hebreo es la “Taba” o el sello de Dios pues, al parecer, no tienen exactamente una palabra similar a la nuestra para los hábitats y las especies y todo lo que denominamos mundo natural. Los árabes también utilizan un término derivado del anterior hebreo y la llaman “Tabía” que quizá podría traducirse como la sellada en referencia también a la obra del Creador.
Antes de continuar con este articulo, debo aclarar que fue inspirado por una entrevista que me hicieron hace unas semanas en la estación de ferrocarril de Algeciras, cuando llegaba de participar como ponente en la presentación de un libro colectivo cuyo título “Naturaleza y Espiritualidad”, ya indica la intención del título de esta colaboración. Después de estar dos días intensos, en compañía de la mayor parte de los autores de la mentada obra, todos ellos clérigos o maestros de sus respectivas confesiones religiosas y caminos espirituales, llegaba a Algeciras rodeado de una atmósfera propicia para realizar este tipo de comentarios.
El medio periodístico radiofónico, en cuestión, tenía interés en recabar una opinión más, después del amplio artículo en el Decano, explicando nuestra posición sobre todo esta desagradable tragedia natural; una más para la colección de infamias contra el medio forestal que debemos incluir en el libro de la historia trágica de Ceuta. Realmente, utilizando como guía la mentada colaboración, me dispuse a ofrecer una visión complementaria a la que ya habíamos expuesto. Lo que fue escrito ya, fue en realidad, el lógico desenlace de vivir en un mundo en tinieblas, centrado en el materialismo, el individualismo y sin querer aceptar que nuestras acciones alteran el mundo en el que vivimos para bien o para mal; algunos de nosotros pensamos y sentimos que tendrán repercusiones más allá de esta existencia material. Si vivimos sin un mañana y por lo tanto pensando que no tendremos que rendir cuentas de todas las desviaciones de la ley natural, algo que todos llevamos dentro, la brújula moral que nos indica hacia el bien constantemente y separa nuestras acciones en buenas o malas; un aspecto común al conjunto de los seres humanos y que viene de fábrica por haber sido puesta por el gran hacedor en nuestro espíritu, si se es creyente de las religiones monoteístas. Incluso la filosofía Budista o Taoísta y sus creencias reconocen la inmortalidad del ser y por tanto una consciencia o poder superior que lo inunda todo.
Muchos seres humanos, que solo cuentan con sus conocimientos racionales, y se encuentran alejados de las creencias religiosas, ven en toda esta ley moral natural un proceso evolutivo de la propia biosfera. Según este criterio, la evolución biológica incluye el comportamiento, y por lo tanto, se encuentra dentro de las reglas del juego de la vida y las transmite de una forma compartida entre todos los seres. Después de mis experiencias con las especies y las lecturas de los libros de K. Lorenz y Frans de Vaal no voy a ser yo quien niegue la conciencia del mundo natural, y que hay conductas buenas y altruistas que no pueden explicarse dentro del ámbito del instinto pues son aleatorias en muchos casos. De todos modos y estando muy de acuerdo con C.S. Lewis: “los seres humanos tienen la curiosa idea de que deberían comportarse de una cierta manera, y no pueden librarse de ella. Pero también es bien cierto que no se comportan de esa manera que dicen querer comportarse. Es decir, conocen la ley moral de la naturaleza, y la infringen. Esto constituye el fundamento de muchas ideas claras acerca de nosotros mismos y del universo en el que vivimos”.
Solo la luz increada, la luz eterna que sale de los corazones puede iluminar a ratos todo este mundo nuestro
Aunque lo parezca, no es fácil distinguir cuando estamos en tinieblas morales, en este caso con respecto a la naturaleza y su conservación. Cuando echamos basuras, y nos acercamos solo a la naturaleza con afán extractivo, y puro afán de divertimento, estamos en las tinieblas, pues se producen violaciones de un ámbito sagrado y movemos la balanza hacia la oscuridad. El universo decae y las acciones se reflejan tanto en lo que vemos (mundo material), como en el invisible. Un buen indicador del estado de la cuestión, sería conocer cuantas personas de una ciudad, se acercan a contemplar el medio natural con afán de observar, comprender y sanar su propio espíritu, buscando armonía con el universo. Ir a la naturaleza por menos, es acercase a ella con gran anemia, y seremos proclives a desarrollar desviaciones de entretenimiento fútil. Sería como acercarse a un parque de atracciones para personas sin profundidad de mirada, o que solo cuentan con la mirada de sus ojos materiales. La destrucción del mundo natural es el mayor indicativo del avance imparable del mal, que a la vez va adormeciendo las mentes que están dominadas por el materialismo y el consumo, o por la inacción crónica. Si se vacían los interiores de los seres humanos de bondad y humildad, y se los llena de soberbia y carnalidad, obtenemos un producto deformado que camina entre tinieblas sin percatarse de ello. Solo por este motivo desarrollar conocimientos espirituales merece la pena, pues nos conectan con el bien supremo, que nos hará limpiar las telarañas interiores, para dejar que entre el espíritu de vida y despertar la conciencia. División entre los humanos para gastar las energías y alimentar el odio y las rencillas es una buena estrategia para aumentar la negatividad; consumo desaforado y fiesta continua como ingredientes que adormecen y conforman sin satisfacer espiritualmente. Si nos llenamos de banalidad, no pueden crecer las virtudes, y sin la necesaria humildad no nos sentiremos pequeños, y no podremos acercarnos al asombro de la vida y sus milagros cotidianos. De esta manera el Gran Espíritu no puede desarrollarse en nosotros. A la naturaleza se va a disfrutar de sus esencias, se va a entrar en sintonía con el árbol y la roca, el manantial y el viento, la lluvia y las aves, los insectos y todo lo que es bello por sí mismo, sin intervención directa de nuestra mano. Solo la sintonía nos transporta en el espacio y el tiempo para mostrarnos ecos del pasado, y conversar con la eternidad, haciéndonos uno con la obra creada para alimento del alma y puerta del mundo por llegar.
Cuando paseamos por el destrozo del incendio, transitamos por el valle de las sombras y la obra del mal, este ejecuta eficazmente estas acciones, influyendo en determinadas mentes frágiles, para poner en marcha la cadena de las maldades y expandir el reino del caos, alejando la luz de nuestros corazones.
La incapacidad de prevenir estos problemas y de atender nuestro medio forestal como se merece, además de todas las negligencias comentadas en nuestro anterior artículo de opinión en referencia al incendio, constituye la prueba más clara del mar de tinieblas en el que estamos todos sumergidos. Solo la luz increada, la luz eterna que sale de los corazones puede iluminar a ratos todo este mundo nuestro. Para ello, es conveniente predicar en el desierto para convocar fuerzas benéficas que nos asistan y se apiaden de todo lo que estamos sufriendo y padeciendo con la destrucción de todo lo bello y salvaje que nos rodea.