Colaboraciones

Estoy en Extremadura

Hace casi un mes que estoy en Extremadura, mi querida tierra, que sigue siendo un portento de región por descubrir, porque en ella se tiene un encuentro pleno con la naturaleza y también tiene otras muchas bondades que para sí quisieran tenerlas otras regiones. Es todo un patrimonio histórico, artístico y monumental y un emporio de riqueza arquitectónica y museística de arte romano. Como también son poco conocidas las magníficas relaciones que en el pasado mantuvieron el Obispado de Ceuta con Extremadura a través de Olivenza (Badajoz), que fue sede y residencia oficial durante muchos años de los Obispos ceutíes, con su preciosa y monumental iglesia de la Magdalena, que fue construida especialmente para que ellos residieran en esa iglesia oliventina cuando era portuguesa, dedicada a darle mayor relevancia y dignidad como sede episcopal de acogida al episcopado ceutí de aquella época. Y es que, creo que se conoce muy poco que los primeros obispos de la Ceuta portuguesa no llegaron a residir físicamente en esta ciudad, para resguardarse de los continuos cercos y bombardeos marroquíes, haciéndolo en Olivenza hasta el siglo XVIII cuando ésta pasó a ser española. Por eso, la ciudad oliventina fue erigida monumental y artística, para dignificar a aquellos obispos de la Ceuta portuguesa que residían en Olivenza, siendo todo un monumento arquitectónico del gótico tardío, estilo “manuelino” portugués. Como tampoco es conocido que tropas extremeñas participaron muy activa y destacadamente en la defensa de la españolidad Ceuta. Pero hoy me voy a centrar en Extremadura, mi querida tierra. Normalmente, suelo reencontrarme con ella y con mi pueblo, MIRANDILLA, al menos dos veces al año, en otoño y en primavera. Sobre todo en primavera, es toda una delicia disfrutar allí de la eclosión primaveral de verde, luz y colores. Hacía ya dos años que no había podido volver a ella, salvo un viaje fugaz que hiciera en octubre pasado, debido a las restricciones impuestas por el maléfico Covid.

Y es que, cuando se nace y se crece en un sitio, se graban tanto las cosas en él vividas, que ya no se olvidan nunca y se añoran siempre. Por eso, cuando no puedo estar en Extremadura, pienso mucho en ella y en mi pueblo. Será uno de los recuerdos que más han ocupado mi vida, mi imaginación y mis pensamientos

Al llegar, en este mes de abril, la encontré recién llovida, con la hierba ya crecida y frondosa, con las sementeras en flor, comenzando a granar las espigas, pareciendo como si el campo fuera una alfombra verde a los pies tendida, permitiéndome gozar de mis paseos entre la exuberante vegetación, en medio de frondosidad de las encinas y la crecida arboleda, que con sólo contemplarlas soy feliz. Extremadura es todo pureza, repleta de espacios naturales dándose la mano uno con otro, con ambiente apacible y delicioso, limpio y sano, donde se divisan encalmados horizontes, cielos azules y altos, se perciben largas visibilidades hasta allá en la lejanía donde parecen juntarse el cielo y la tierra, con profundos silencios en los campos, libre de ruidos y de polución atmosférica. Es la región de España con menor índice de contaminación y con menos problemas ambientales. En ella se disfruta de un sol deslumbrante que todo lo ilumina y trasparenta, haciendo relucir los objetos para resaltarlos, poniendo en el ambiente notas de nitidez, paz, armonía y sosiego, en pleno contacto con el mundo natural, con paisajes y contrates encantadores que hacen más grande su belleza y relajan los cinco sentidos. El poeta Gabriel y Galán, la cantó así: “Busca en Extremadura soledades/ serenas melancolías/ profundas tranquilidades/ perennes monotonías/ y castizas realidades”. Los días aquí son de mañanas luminosas, relucientes y placenteras. Se percibe una inmensa claridad que todo lo domina, resaltando los objetos, el entorno y el medioambiente para darle mayor realce, vistosidad y belleza. Pero también es bonita Extremadura cuando por las tardes el sol comienza ya a descender lenta y suavemente hasta languidecer para introducirse en la penumbra de la noche. ¡Qué puestas de sol más preciosas tiene!.
Las noches aquí, son románticas, cuando brillan en sus cielos las estrellas, porque, ¿habrá otros cielos en el mundo donde se puedan ver tantas y tan brillantes estrellas como en los cielos extremeños en una de sus noches tranquilas y serenas?. Las estrellas de Extremadura parecen ir por delante cortejando y abriendo paso a la preciosa luna llena, que toda henchida y resplandeciente se asoma por lo alto de la sierra de mi pueblo, alumbrando las encinas y los olivares. Cuánto llevo disfrutando casi un mes dando mis paseos de día entre los verdes y frondosos encinares de las dehesas, desparramados por cerros, valles y entre su exuberante arboleda, presentando esa típica imagen señera que en cuanto se llega a Extremadura se tiene a la vista enseñoreando el ambiente. Otro escritor extremeño, Luis Álvarez Lencero, presenta así una de sus estampas extremeñas: “Anchos atardeceres de nuestra tierra/ bravos campos de Extremadura/ mares de trigo y ejércitos de encinas/ y rebaños de ovejas como espumas”. Me embeleso y me recreo contemplando aquí la naturaleza extremeña, la quietud y firmeza de las encinas con sus raíces profundas hundidas en la tierra, sus grandes ramas y elevada altura de copa ancha, con sus gruesos troncos y viejas oquedades, que durante cientos de años han sido testigo presenciales y mudos de numerosas generaciones de la buena gente que pasea, labora y se afana por estos confines extremeños. Decía el poeta de Mérida, Jesús Delgado Valhondo, que como mejor se inspiraba rimando sus versos era escribiéndolos recostado sobre el tronco de una encina. También el poeta Leopoldo Panero se jactaba de que su vida hubiera madurado bajo la sombra y los silencios de las encinas. Antonio Machado, exclamaba en sus versos: “¡Encinas verdes encinas.../ humildad y fortaleza...!”. Y en el mismo himno extremeño se recoge: “Extremadura, patria de glorias, suelo de historia y tierra de encinas…”. Yo añadiría: “…y gente de paz”. Por las dehesas extremeñas todavía se ve pacer el ganado en la hierba, oyéndose el balido de las ovejas, el tañido de sus cencerros, los quebradizos jugueteos en colectividad de sus corderos, el mugido de las vacas, el relinche de los caballos y el aullido de los perros. De día, arrulla la tórtola, revoletea por los zarzales y los regatos el mirlo, por los cerros arbolados cantan la perdiz, la alondra, la calandria, los ruiseñores y los jilgueros. Yal oscurecer, revoletean los murciélagos, pían los búhos, los alcaravanes y los mochuelos. Todo eso, pueden parecer meras sensiblerías, simplezas o sutiles veleidades, pero yo las percibo y las siento como brotes de vida que nacen de mi tierra extremeña. Y es que, cuando se nace y se crece en un sitio, se graban tanto las cosas en él vividas, que ya no se olvidan nunca y se añoran siempre. Por eso, cuando no puedo estar en Extremadura, pienso mucho en ella y en mi pueblo. Será uno de los recuerdos que más han ocupado mi vida, mi imaginación y mis pensamientos. Y, a medida que voy siendo más mayor, me atrae con más fuerza la tierra extremeña; en especial, MIRANDILLA, mi pueblo; porque cuando no se tienen a mano y se vive lejos, es cuando más se necesitan y se echan más de menos. Cada vez que vuelvo y me reencuentro con los recuerdos de mi niñez, siento que el alma se me estremece, se me ensancha el corazón y se me alegra el alma, creciéndome más mi espíritu extremeño. Ser "extremeño" es el título que más me identifica cuando por todas partes voy pregonando orgulloso que lo soy. Siento a Extremadura como algo mío compartido que llevo ínsito en mi personalidad, algo que me marca, me configura y me determina en todo mi ser y sentir. La tierra que a cada uno nos vio nacer, el solar querido donde la apacible virtud meció de pequeñitos nuestra cuna, el sagrado recinto familiar de nuestro primer hogar, la calle por la que más jugué con los amigos de la infancia, que lamentablemente cada vez van quedando menos, las escuelas y los maestros, las propias vivencias que en el medio y el entorno tuve, la buena gente con la que aquí me crie y conviví, el cementerio donde eternamente reposan mis padres, mis abuelos y demás familiares queridos, ¿cómo no iba todo eso a recordar, si ellos son mis propias mis raíces y la razón de mi ser?. La familia es el vínculo que más nos une en la vida. A la entrada del cementerio de mi pueblo hubo colocada, cuando yo era pequeño, una frase lapidaria en la que se leía: “Lo que eres fui, lo que soy serás”. En ese cementerio quisiera eternamente reposar, cuando me llegue el momento.
Y qué feliz es uno donde nació y se crio, recordando la niñez y la adolescencia en el pueblo, las vivencias infantiles, los juegos por la calle Arenal, por las antiguas eras ya edificadas, jugando al escondite, a los bolindres (canicas) al “guá” (hoyo), al repión (peonza), a antera, a andar en zancos, a correr perdices por el campo hasta cogerlas cansadas volando, gateando por las encinas en busca de nidos y pájaros, cazando lagartos por las rendijas de los canchos. El recuerdo tan íntimo y familiar de volver a reencontrarme aquí con mis hermanos, siempre tan unidos, no se nos olvida ya nunca mientras vivamos.

La familia es el vínculo que más nos une en la vida. A la entrada del cementerio de mi pueblo hubo colocada, cuando yo era pequeño, una frase lapidaria en la que se leía: “Lo que eres fui, lo que soy serás”. En ese cementerio quisiera eternamente reposar, cuando me llegue el momento

Y luego están los ricos sabores que de pequeño aquí degustamos y que llevamos grabados en el paladar de forma imborrable, como la caldereta extremeña, las migas, el jamón de pata negra, el lomo, el chorizo blanco y el colorado, la patatera, el mondongo y el rico pestorejo asado, paladeándolos alrededor de la mesa-camilla toda la familia reunida. Lástima que todo sea ahora tan incompatible con el colesterol y las enfermedades cardiovasculares. Sólo se pueden probar con moderación, pero cuando todavía a uno no le sobraban 60 años, que eran la delicia del paladar y pocos se ponían entonces obesos, ni se tenía azúcar en sangre, ni se era hipertenso. Siempre se tenía a mano la medicina más eficaz: la camiseta sudada trabajando.
Pero Extremadura es eso y es mucho más; es también la historia hecha arte arquitectónico y monumental. Pongo sólo como ejemplo sus tres Ciudades Patrimonio de la Humanidad declaradas por la UNESCO: Mérida, la antigua Emérita Augusta, vieja capital de una de las tres primeras provincias romanas creadas en España: Lusitania (actual Extremadura, más el Algarbe y el Alentejo portugueses) más la Bética y la Tarraconense. Mérida fue capital de la Lusitania romana, También la capital de la visigoda, y todavía sigue siendo la capital de Extremadura. Los romanos la llamaban “Segunda Roma”. Es monumental y artística, con su inigualable Museo Romano, el Acueducto de Los Milagros, Teatro, Anfiteatro, Circo, Templo de Diana, Casa del Mitreo, todo romano; más la Alcazaba musulmana y otros monumentos que forman todo un rico conjunto patrimonio histórico-artístico y arquitectónico. Guadalupe, con su Real Monasterio. Museo de museos, sobre todo, arte pictórico, con valiosísimos cuadros de Zurbarán, plagada de arte de los estilos gótico y renacentista. Y una historia bonita sobre el milagro de su fundación. Cervantes, dijo de ella: "Cuatro días se estuvieron los peregrinos en Guadalupe, en los cuales comenzaron a ver las grandezas de aquel santo monasterio; digo comenzaron, porque acabarlas de ver es imposible".
Cáceres, con su Plaza Mayor, con viejos Palacios de la época medieval en el caso histórico, el de Carvajal, Mayoralgo, de la Cigüeñas, Hernando Ovando, Episcopal, los Golfines, Aljibe árabe del siglo XII. Iglesias de Santa María, San Juan, San Francisco, Santuario de la Montaña, Museo, Muralla morisca, numerosas torres: del Púlpito, algunas mochadas, grandes casonas, etc. Y no puedo dejar de citar aquí a la buena gente de mi pueblo, MIRANDILLA. Sencilla, honesta, acogedora, hospitalaria, entre la que siempre se puede encontrar la mano tendida y el gesto amistoso. ¿Cómo no me iba a sentir orgulloso de ser extremeño?.

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