Colaboraciones

Las esclavas

Creo que todos sabemos qué es la esclavitud. Basta con viajar en el tren de la historia e ir viendo por la ventanilla todo lo que el ser humano, en nombre de Dios o de quien sea, ha sido capaz de hacer con otros seres humanos.

Los esclavos eran tratados como cosas, como negocios, como mano de obra por un plato de comida.

Aunque la esclavitud haya quedado abolida en la Declaración Universal de los Derechos Humanos solo es una declaración de intenciones pues otros tipos de esclavitud invisible cohabita en nuestras mismas narices y en las napias enormes de la humanidad: empleados de la contrucción en Qatar, trata de blancas, niños en la India trabajando para Amancio Ortega, currantes de la empresa Hércules que son noticia todos los días en El Faro, mujeres sin papeles que son “acogidas” con derecho a comida, cama y ducha en casas de señores trabajando mil horas siete días a la semana. Camareros que ven amanecer y atardecer sirviendo comidas, limpiando mesas, fregando vajillas y danzando el ritual de las bandejas cotizando tres veces menos de las horas por las que son contratados.

El miedo y la necesidad mandan al carajo a cualquier conciencia de clase.

Pero este CAÑONAZO quiere contar otra esclavitud.

Esta mujer se llama cualquier nombre que se os ocurra. Representa a todas las alguien de varias generaciones. Trabajó fuera y dentro de casa, su marido era como un hijo más al que había que llevarle el agua a la mesa, la ropa a la ducha y la comida al comedor. Cuidó a su padre, crió a un hermano, se levantaba a las seis de la Mañana para dejar la comida hecha, tuvo cuatro hijos, se puso a estudiar oposiciones con más de cuarenta años y con más de cuarenta años aprendió a conducir pues no le quedó más remedio. Limpiaba, lavaba la ropa, leía cuando sus ojos se cerraban de agotamiento. Luego sufrió el “síndrome de la abuela esclava” y vuelta a empezar. Ese alguien ahora tiene 86 años y, con un dolor insoportable sigue limpiando, cocinando, pendiente de una caterva de familia. Ese alguien se va muriendo cada hora con sus parches de morfina, con sus siete medicamentos diarios, con sus caídas constantes. No puede dejar su esclavitud, no quiere ser libre porque su generación, su circunstancia y la educación recibida la marcaron a fuego para siempre. Estas alguien explotadas, humilladas, anónimas reducidas, encarceladas en ellas mismas representan otra forma de sumisión con la que la sociedad dominó cualquier posible atisbo de dignidad para con ellas.

Ahora, hoy mismo, veo a jóvenes dominadas por sus parejas, veo burkas, veo ablaciones, veo violencia de género que algunos políticos no ven, veo sus dificultades para volar en la libertad conquistada, veo que son asesinadas. También veo a nuestra alguien actual que renuncia a todo porque se considera nada y no llega a plantearse que habita una cárcel de la que no podrá escapar nunca.

Llegará un momento en que las cárceles se abran aunque nosotros no estaremos aquí para verlo.

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