Chafarinas I

El verano de 2022 se inauguraba para la FMM de Ceuta (nuestra asociación colabora activamente en diversos proyectos con esta institución desde hace años) en las islas Chafarinas; así en junio científicos de la mentada FMM se disponían a explorar con gran profundidad el minúsculo archipiélago, cargados de ilusión y muchas ganas de trabajar. Esta misión estaba dentro del proyecto MesoAlborán que llevamos divulgando en otras colaboraciones este año 2022. Para llegar a las islas, solo el transporte marítimo autorizado por el Ministerio puede acercar al misterioso lugar por el que se albergan siempre grandes expectativas por realizar descubrimientos biológicos novedosos.

Comenzamos la navegación, zarpando desde la bella ciudad de Melilla, al mando de una dicharachera y simpática patrona con el pelo a lo afro y dos lacónicos marineros en prácticas. El barco de nombre “Picha” milita en la lista sexta que es la requerida para navegar en estas aguas alejadas de la costa y porder transportar víveres y todo tipo de material científico. No se pueden llegar a imaginar la de cacharrería que pueden transportar los científicos, además teníamos que llevar el alimento porque hay que abastecer la estación biológica: nuestro hogar durante los diez días siguientes. Los días previos en Melilla transcurrieron apaciblemente dando los últimos retoques a las actividades a desplegar en las islas, y preparando algunas cosas más antes de embarcarnos. Se me pasó el tiempo volando entre tareas diversas, asuntos atrasados que atender con la oficina ambulante que son hoy en día un ordenador y un móvil, y la asistencia a la Eucaristía en la preciosa iglesia del Sagrado Corazón; a la sazón, también vicaría de la ciudad perteneciente a la Diócesis de Málaga. El templo data de principios del siglo XX y es de estilo neorrománico rematado con torres puntiagudas que le da un aire gótico a toda la construcción. Ahora conserva provisionalmente la imagen de la Virgen de la Victoria, patrona y alcaldesa perpetua de la ciudad, por reformas de la iglesia a la que pertenece sita en Melilla la Vieja.

“Para llegar a las islas, solo el transporte marítimo autorizado por el Ministerio puede acercar al misterioso lugar por el que se albergan siempre grandes expectativas por realizar descubrimientos biológicos novedosos”

Durante todo el trayecto vimos bandadas de pardelas, los bandazos del barco impidieron que pudiera hacer buenas imágenes con mi teleobjetivo; los delfines no se asomaron a nuestro viaje de ida pero si al de vuelta. Al divisar ya tierra insular, la primera es la isla de Congreso, la más moderna geológicamente hablando y más elevada a pesar de los fuertes desprendimientos que la jalonan. Congreso parece un pulpo con su manto extendido y con la cabeza orgullosa que se eleva en su cima. Solo una pata asoma del agua en la punta que llaman del embudo, y muestra sus gigantescas ventosas. Es un kraken petrificado que mantiene esta isla unida bajo un manto protector y guarda celoso insondables secretos de gran belleza. Llegamos a Isabel, la única isla poblada, en las otras solo hay cierta vigilancia militar para evitar el tráfico de personas y el contrabando. Desembarcamos en un pequeño muelle que tiene una escueta guarnición militar formada por legionarios que nos reciben en pantalones cortos en el dique de Isabel II. Muy pegada a Isabel II se encuentra la isla de Rey Francisco, la más alargada, de menor altitud y notablemente afectada por la erosión en su cara sureste. El archipiélago, muy conocido desde la antigüedad por los navegantes mediterráneos, fue ocupado por nuestra armada de guerra a mando del general Serrano, antes de que el siglo XIX se despidiera. Al parecer, la amenaza francesa, y su interés como puerto natural seguro durante los temporales de levante, era un hecho que no pasaba despercibido para los navegantes galos que siempre han sido fuertes competidores en la colonización moderna del norte de África. Nuestra reina Isabel II, aconsejada por el canciller de estado, hizo consultas sobre los derechos históricos españoles a la academia de historia. Los académicos dieron argumentos de cierto peso para decidir la ocupación y así se produjo sin tener que utilizar munición ni lamentar víctimas de guerra. Jacinto López Tirado explica todo esto y mucho más en su libro “Islas Chafarinas, un paseo por su historia”. En sus páginas se recopila el día a día de las islas en las que residió y trabajó como funcionario de correos. No faltan las anécdotas de la pequeña sociedad establecida en el minúsculo territorio; se percibe un gran amor y sentimiento de fidelidad a estos volcanes, quizá apagados para siempre pero nunca en el corazón de los que residieron, ni en el de sus parientes y amigos. Por extensión cabe indicar que ya también están dentro de nuestros recuerdos y el de tantos científicos, vigilantes, viajeros, pescadores, militares y estudiosos que han pasado y pasarán por su territorio. Estas islas tienen algo de mundo perdido, quizá olvidado por el tiempo, un reflejo de otras épocas y necesariamente un sistema geobiológico de gran interés para el naturalista científico. De estos temas geológicos, y de la exploración de los organismos marinos de las Chafarinas, también daremos unas pinceladas que se publicarán en este mismo medio. Hoy terminaremos esta colaboración comentando los interesantes yacimientos arqueológicos que se han estudiado. Obtener información de otros aspectos culturales y ambientales es para algunos espíritus humanos inquietos, una obligación de la voluntad. Personalmente, no me quedo tranquilo, sino hago un bosquejo de las realidades que están fuera de mi especialidad científica. Esto me sirve mucho para captar el “genius loci” de los territorios a los que viajo por razones profesionales y para preparar mi mente, establecer conexiones y puertas a las sincronías y acontecimientos. Todo esto, es una preparación previa para captar mucho mejor los propios fenómenos que estoy estudiando. Las entendederas se abren si se incluyen otras formas de conocimiento, y estamos receptivos al aprendizaje de otros expertos. Los análisis holísticos son tan útiles como necesarios para cualquier persona con intereses culturales y científicos, y nunca deben dejarse de lado por un mal entendimiento de las labores profesionales y una especialización lacerante que nos limita mucho. Sobre todo, este tipo de actividad mestiza en el conocimiento, emociona y anima a que se capten los acontecimientos que explican algunos hechos que estamos observando. Todo esto, más que complementos son aspectos fundamentales de cualquier viaje científico y de conocimiento, pues por raro que pueda parecer, nos ayudan a ser más dichosos con los trabajos que realizamos. No se trata de dar rodeos sin ton ni son, sino de trazar círculos de conocimientos alrededor de nuestros estudios, así sin darnos cuenta, terminaremos discriminando aquellos aspectos que son esenciales para entender los significados de todo el conjunto de las realidades naturales que estamos observando.

Isla Congreso parece un pulpo con su manto extendido y con la cabeza orgullosa que se eleva en su cima

Resultan de especial interés los estudios sobre el yacimiento de Zafrin, que pude consultar gracias a la biblioteca de la Estación Biológica a disposición de los visitantes. Sobre ella llamó la atención nuestro guía y vigilante para la conservación del medio natural de Chafarinas Javier Costeau. Este yacimiento, es una especie de zona estival de aprovisionamiento de los recursos marinos que las islas ofrecían a los seres humanos del Neólitico. En aquel tiempo las islas se encontraban unidas al continente por una lengua de tierra que habría permitido el paso, y la estancia en el archipiélago, de grupos humanos de cazadores-recolectores. Posiblemente también un refugio de frescor para escapar de los rigores del verano; al parecer se aprovechaban las ladera para establecer pequeños refugios familiares en la isla de Congreso. Estos pequeños habitáculos cubiertos con materia vegetal eran utilizados para cocinar los mariscos y trabajar la carne, hueso y piel de las focas monjes cazadas en estos lares por su abundancia. Los diversos autores encabezados por el investigador en arqueología Manuel Rojo Guerra nos hablan de un poblado establecido a lo largo de la ladera levantina de la isla de Congreso. Toda una población neólitica con cerámica bien terminada y decorada de diversas formas y estructuras. Los utensilios de cortar más importantes eran hojas de sílex que posiblemente habían traído del continente cercano, dado la escasa presencia de yacimientos de este mineral en las islas. Solo se encuentra algo de sílex en la isla de Rey Francisco. Estos volcanes, son peñones duros, agrestes y muy desolados cuyas respectivas bellezas hay que ir descubriendo paulatinamente enfocando bien los elementos que las construyen.

Una de las cosas que más me cautiva de este fabuloso lugar es su belleza imaginada si volamos hasta la época de las erupciones volcánicas que las sacaron de la nada construyéndolas sobre el mar. Todavía se podría sentir el trepidar del magma de entonces bajo los fabulosos domos volcánicos, desde donde emergieron desbordándose con ímpetu. Si nos fijamos bien en su orografía costera accidentada y cavernosa, podemos recrear a las familias de focas y sus sonidos profundos, propios del paraíso salvaje que tuvo que ser todo este enclave tan extraño. Hubo un tiempo en el que estarían tranquilamente soleándose en las zonas bajas de las islas, al cobijo de las plataformas intermareales, bien a salvo de las maldades de los hombres.