Colaboraciones

Ceuta y Melilla

Tal vez lo primero que se requiera para aproximarse a nuestro contencioso más complicado, sea la consideración certera de la contraparte, sobre la que, cuando se plantea el tema, se viene repitiendo de manera reiterativa, inercial su carácter moderno, sólo existe desde 1956, lo que siendo exacto desde la técnica política como entidad estatal, no pasa de descriptivo a efectos contenciosos, donde resulta afuncional, amén de enfatizar gratuitamente el aspecto colateral de los pasados coloniales de los causantes. Son conceptos correctos y simultáneamente operativos los que facultan para centrar la cuestión, como el ineludible por evidente “Marruecos es un país antiguo”, con la carga que el término conlleva. En la línea de los viajeros clásicos del XIX que para conocer en profundidad los países musulmanes se hacía pasar por árabes, soy de los contados europeos que hace mucho tiempo, acompañado por amigos marroquíes que me habían transformado en un distinguido sidi mudo, como doble salva conducto, introdujo la cabeza bajo el catafalco de Muley Idriss, fundador de Fez, origen de Marruecos, que en cuanto entidad política incipiente y diferenciable en el mundo árabe, como reino de Fez, comienza con la dinastía Idrissita, constituida por Idriss I, en el 172/788, y que es nuestro vecino del sur. Asimismo habría que definir si se quiere -o no, como hasta ahora- implantar una técnica mejorable para nuestros contenciosos, lo que empieza por un organismo coordinador que faculte para su debido tratamiento congruente, ya que como también he insistido ad nauseam administrativa, están tan entrelazados como en una madeja sin cuenda, donde al tirar del hilo de cualquiera de ellos para desenredarlo surgen automática, inevitablemente los otros dos.(La única diferencia de estrategia diplomática entre los tres, radica en que a diferencia de Gibraltar y los diferendos con el vecino lusitano, Las Salvajes y Olivenza, que constituyen asuntos de gobierno y así se están llevando, cuestión diferente sería la del acierto, que ya he tratado en distintas ocasiones y excede de esta síntesis de urgencia, radica, decíamos, en que resulta aplicable la diplomacia regia, con los límites que corresponden; cualquier otra lectura habría que desestimarla par no profesional). Sólo una ver se estuvo cerca de la creación de una oficina - antes asistí al final de un intento con Fernando Morán, aquel ministro a veces ridiculizado con “chanzas de origen infantil”, en la valoración de La Cierva, y quizá despedido por la puerta que no correspondía, cierto que por matizar la política exterior pragmática de González- de un Comité del Estrecho para cubrir ambas orillas, donde yo me integraría con media docena de diplomáticos y militares/marinos, pero se anuló, quedó nonato, porque al parecer el asunto, secreto, se filtró en un periódico creo recordar que de Melilla-. “La crearemos cuando yo sea ministro”, me dijo Moratinos ante mi insistente propuesta, que además no implicaba gasto adicional significativo, dado que nos incluiríamos en la Oficina de Gibraltar, potenciada por unos optimistas en el 2002,“esto, Gibraltar, está hecho para antes del verano”. Pero cuando fue ministro, no se hizo. Aunque, claro está, el carácter siempre complicado y en la actualidad particularmente acuciante, por el Brexit, y por el empecinamiento alauita , fuerte en su redoblada alianza con la Casa Blanca, que cree permitirle una táctica acelerada, de quemar etapas, a diferencia de Hassan II, cauto en el manejo de los tiempos, hace que los aspectos “académicos” queden postergados a causa de la necesidad de respuesta ante la puntual, amén de persistente, acción exterior, en una partida en la que para colmo, y por falta bastante de previsibilidad, España no juega con las blancas. En tan procelosa esgrima, incurrir en un movimiento erróneo podría traducirse en recibir un touché, sin finta previa, de harto difícil devolución. Y esto es lo que ha ocurrido con el movimiento sanchista, solo o con acólito, sobre el Sáhara, del que hay que salir cuanto antes, cuya última ratio sigue siendo inscribible en tácticas no enteramente conocidas ni publicitadas, más allá de un elíptico y exiguo “la situación era insostenible”, teniendo en cuenta las voces, autorizadas u ocurrentes, que referencian a “Pegasus”, y si ciertamente no está en nuestro estilo hacernos eco, hasta con todas las reservas que se quieran, de la rumorología, quizá tampoco, vistas su amplitud cuantitativa y cualitativa, deberíamos omitir, obviar. Entre otros, dos de los pocos diplomáticos conocidos, más el primero que el segundo, y con actividad, estando jubilados, Chencho Arias (“ ¿con quién hablaba Sánchez y qué decía cuando su teléfono fue interceptado por los marroquíes? de algo muy grave, que (de conocerse) le haría perder probablemente las elecciones”) e Yturriaga (“en caso contrario, resulta inexplicable que Sánchez siga tragando sapos y culebras y que su deseo parezca limitarse a no tragarse muchos y a que los españoles no nos demos cuenta de que sigue impertérrito engulléndolos”). Quizá “los sapos” sean a los que se ha referido sin ambages mi viejo amigo y eurodiputado socialista Juan Fernando López Aguilar, “si para mejorar las relaciones con Marruecos hay que tragarlos, se tragan”, o algo así, y que se han plasmado en el marcado voto socialista en contra en el Europarlamento condenando las violaciones de derechos humanos de Rabat en el Sáhara, y de manera total en Madrid, contra el proyecto de ley -obligado aunque tardío- de concesión de la nacionalidad española a los saharauis y descendientes, equiparándolos a los sefardíes. Increíble, y más si se recuerda a González, “! estaremos con vosotros hasta la victoria final!”. Cuando censé a los 339 españoles que quedaron en el territorio, en lo que quizá fue una de las invocables operaciones de protección de compatriotas del siglo XX, a mí, sin ningún tipo de instrucciones, que (casi) todo hay que decirlo, no se me planteó tramitar la inscripción de ningún saharaui con documentación española, a la que naturalmente tenían derecho, porque muy dignos y quién sabe si desconfiados, no se acercaron al único representante oficial que veían tras nuestra poco honorable salida. El movimiento sanchista, por encima de ese punto concreto insectil, en todo caso más que procedimental, ha terminado provocando una crisis sin precedentes, dejando a Madrid en posición insultante, inauditamente subordinada, y a los efectos de este artículo, de la actualidad de Ceuta y Melilla (e islas y peñones, por supuesto), que en la RAN, tras subrayar la alineación de Moncloa, Santa Cruz et alii con Marruecos sobre el Sáhara Occidental, ni siquiera aparecen mencionados en el comunicado final. La explicación es simple: Marruecos no renunciará nunca en horizontes contemplables a su reivindicación, que es histórica y programática, imprescriptible. Ese es el punto nuclear, cuyo “cuándo” no puede precisarse aunque sí las incidencias que lo aceleren o demoren. Aunque va de sí que es tema para especialistas, militares y de contrainteligencia, y de que el supuesto 0 no consta en potenciales variables de conflicto, frente a los agoreros, interesados, conocedores, indocumentados y hasta aficionados de turno, parece haber margen suficiente para pronosticar con fundamento que no existe amenaza militar con entidad suficiente, mientras el trono sea el interlocutor. Situación diferente sería tras un golpe de Estado, el tercero y definitivo, con el militarismo irredentista desatado y buscando legitimaciones, pero en el estado actual no es previsible. El debate sobre la cobertura de la OTAN - fallo todavía no corregido diplomático-militar o al revés, “me di cuenta de que lo importante para España era entrar en la OTAN antes que en la CEE…”, apuntó Calvo Sotelo en 1982- resulta rayano en lo inoperante porque Rabat en principio no va a desencadenar ningún ataque contra España, y sus numerosas, bien pertrechadas y en incremento fuerzas armadas, están en función regional y en particular, bilateral ante Argelia, en una justificada carrera armamentista entre vecinos. Sí existen, por descontado, amenazas híbridas, algunas visibles y hasta cierto grado materializadas por lo demás, y son las que requieren respuesta adecuada que sólo puede encontrarse en el desarrollo de las ciudades, impostergable desde la realidad y los esquemas constitucionales españoles. Y centradas en los ámbitos, bastantes, promocionables, comenzando por el turismo y el comercio. La Fundación Interservicios, con José María Campos, viene elaborando un catálogo continuo, que nos exime aquí de ulterior comentario y que se refrenda desde el Instituto de Estudios Ceutíes, y aunque en Melilla no ocurre lo propio y la situación sea diferente, resulta irrelevante en la práctica, porque ciudades, islas y peñones constituyen un todo a efectos contenciosos. La gran tarea y exigencia indeclinable -espabílense políticos locales, los activos, los pasivos y los acomodaticios, en detectar la puerta a la que hay que llamar, en Bruselas/Madrid- consiste en sacar adelante los territorios españoles, caracterizados por la hipostenia de la posición y el animus hispánicos, en un ascendente do sostenido mayor, acentuado por la actualidad, que connota, en nivel relativo, claro, su evolución, y que la sitúa en un plano casi abierto ante una opinión pública ya madura en asuntos exteriores.

El movimiento sanchista, por encima de ese punto concreto insectil, en todo caso más que procedimental, ha terminado provocando una crisis sin precedentes, dejando a Madrid en posición insultante, inauditamente subordinada,

La amenaza/salida real se sitúa en vía diplomática, “pendiendo sobre la cabeza del gobierno español hasta que a Rabat le interese reactivarla en Naciones Unidas, donde desde el 13 de agosto de 1975, está congelada la posible ampliación del Estatuto de Territorios No Autónomos”, en la acuñación un tanto efectista pero autorizada del diplomático Francisco Villar, que fue representante permanente ante la ONU. Entre sus correligionarios socialistas diplomáticos, destaca Max Cajal, “¿Dónde termina España?”, propugnando la devolución de las ciudades a Marruecos, “y saldar así una deuda histórica”. Todo ello y más, supone un iter, clónico y clivoso (saludos admirado y desconocido Secretario Perpetuo de la Lengua, que se está tomando un tiempo, haciendo honor al apelativo, para responderme sobre la lista de vocablos en desuso, que intento muy modestamente recuperar) salpicado por manifestaciones tan oficiosas como impactantes con la expresividad típica de Juan Carlos I:“el gran asunto bilateral son los enclaves españoles”, desde “en un plazo corto podríamos ceder Melilla, donde sólo viven diez mil españoles, lo que disgustaría a los militares que protestarían, pero en dos meses se les habría pasado y yo podría controlar la situación; diferente sería Ceuta, con unos sesenta mil, que se podría poner bajo un protectorado internacional, como el régimen que tuvo Tánger”, hasta “no le interesa a España recuperar pronto Gibraltar porque inmediatamente Hassan II reivindicaría las ciudades”. En la hipótesis de que eventualmente Rabat se decidiera a sustanciar el asunto de “los presidios” ante el Comité de los 24, cuya composición es la habitual en ese tipo de organismos decisorios, y se resolviera la inclusión de las ciudades en el Estatuto de Territorios No Autónomos, cualquiera de las salidas a privilegiar desde la óptica de civilización que corresponde, se vertebraría en la autonomía de sus habitantes, base fundamental de cualquier derecho internacional que se proclame moderno. Ya he analizado en numerosas ocasiones e in extenso, y quizá no esté de más volverlo a traer a colación, este punto crucial y sus potenciales derivas de la canalización en la autonomía de la población, en definitiva, en la autodeterminación, principio cardinal de la normativa internacional. Incidentalmente se señala que la exigüidad territorial, Ceuta, 19.300 Kms2, Melilla, 13.300, no significa elemento determinante, recordemos que Mónaco tiene dos kms. cuadrados. A partir de aquí la viabilidad sería otra cuestión, lo que emplaza el tema ante la posibilidad teórica de la libre asociación, en el estado políticamente casi puro de Puerto Rico con Estados Unidos o en los más peculiares pero igualmente operantes de “la amistad protectora” de Francia-Mónaco o Italia-San Marino, y dentro de esos regímenes, interesan -seguimos como siempre al inolvidable profesor de París, Charles Rousseau- los aspectos económicos, es decir, las uniones financieras del tipo Mónaco-Francia o Liechtenstein-Suiza…

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