Opinión

Las cadenas invisibles

Al menos habría que reconocer que un amplio, quizás enorme sector de la sociedad vive en un estado de incertidumbre y desconfianza generalizada.
El Estado de Derecho al que nos acogemos como ciudadanos, mediante ese contrato ya secular, entre el ciudadano y el Estado, que obliga a cada ciudadano al cumplimiento de sus deberes y al Estado a garantizarle sus derechos, apreciamos cómo por ambas partes se incumple, se relaja y a veces se resquebraja con demasiada frecuencia, lo que nos hace dudar de la eficacia del Sistema.
Si tanto la conducta de los ciudadanos como la solidez de la institución Estado están basados en normas deducidas de valores de moralidad que se dirigen hacia lo bueno, lo correcto y lo justo, si esto se cumpliese por ambas partes, la sociedad vive sosegada y feliz y avanza en sus propósitos.
El reparto de deberes y derechos tanto de la sociedad como del Estado está descrito y explicado con todo detalle en la Carta Magna (Constitución) del país; de obligado cumplimiento por ambas partes.
El problema para el Estado (Nación) surge cuando en nuestro ordenamiento democrático el Gobierno que sustenta al Estado para que permanezca en el ejercicio de todas sus funciones es incapaz de hacerlo con eficacia, por lo contrario, se manifiesta y resuelve con decisiones de peligrosa arbitrariedad y pone en duda la que debe ser su autoridad. En una sociedad globalizada como la actual cuando en la práctica, en el vivir de cada día, se aprecia que la estructura social se desmorona, es también porque cualquier acontecimiento adverso ocurrido en cualquier lugar puede afectar a todo el entramado del planeta. Esta es una circunstancia peculiar de nuestro tiempo. Es el ritmo de la producción y la apropiación de la riqueza lo que desde siempre y sobre todo desde el siglo XIX marca el camino de la Historia (teoría marxista). En una estructura capitalista donde aún no se ha producido la prevista revolución del proletariado, la sociedad se mueve en el círculo marcado por el dinero (en manos de una minoría) que ordena y dirige los propósitos y proyectos de la mayoría hacia el beneficio de intereses ajenos. Cualquier decisión tomada al otro lado del mundo nos puede afectar directamente haciendo tambalear incluso destruir nuestro estado de bienestar y producir un caos social. Como ocurre con frecuencia en nuestro país donde los gobiernos se prestan a una fácil inversión extranjera que hay que mantener a base de prebendas como subvenciones o inmunidad fiscal: si cualquier holding multinacional decide trasladar o cerrar sus empresas en una demarcación puede suponer un serio revés para la economía de la zona. La actual guerra de Ucrania ha trastocado el orden económico europeo con dificultades graves para el suministro energético y de materias primas esenciales, además del inmenso gasto que supone el envío de ayuda armamentística que sustenta el conflicto. Todo ello propicia el desequilibrio económico que ha supuesto la inflación derivada de todo ello y que nuestro gobierno intenta paliar con un desmesurado endeudamiento exterior, sin límite.

“Si la base del Estado, de la Nación, o del País, que son las personas individualizadas, pero comprometidas en el común anhelo de progreso, no avanzan, toda la estructura se paraliza”

Pero el sistema capitalista imperante nos disuade con falsos argumentos o por la fuerza de los hechos, desvía nuestra atención, nos distrae y así intenta amortiguar el impacto (mucha Tele, mucho futbol, mucho evento) y nos seduce minimizando nuestro interés en la protesta utilizando todo su arsenal propagandístico con la complicidad de los medios de comunicación propios o afines a la política del Gobierno, y cuyo efecto es enmascarar y ocultar la realidad tal como hace el ahumador en las colmenas.
Puede que para algunos la situación expuesta les resulte indiferente, incluso aceptada (privilegiados ellos), pero para la gran mayoría, para la gente “de a pié” (estatus medieval), para el ciudadano que podemos llamar “normal”, para el que vive de su trabajo y ahora teme perderlo, o para aquellos que no lo tienen y se ven obligados vivir de la beneficencia y de la solidaridad, o para los marginado (que son muchos), la situación no puede ser más pesimista. Para estos la existencia ha quedado reducida a la supervivencia. La pirámide de sus necesidades, de sus propósitos y sus proyectos se ha truncado por la base, donde no se llega ni a satisfacer las necesidades primordiales para la vida. En este estado de precariedad deben decir adiós a las enriquecedoras necesidades de relación social y mucho menos pretender estadios de superación que le confieran confianza, respeto y autoestima, es decir, crecimiento personal.
Si la base del Estado, de la Nación, o del País, que son las personas individualizadas, pero comprometidas en el común anhelo de progreso, no avanzan, toda la estructura se paraliza. Esta situación de desorganización social conduce a focos de aislamiento que terminan en la tan proliferada delincuencia, a la desmotivación y a la falta o incongruencia y rechazo de las normas sociales. El individuo, desamparado, se aísla y se radicaliza quedando indiferente ante la sociedad. En el extremo de esta situación se encuentra el inevitable drama personal que es el fracaso de cualquier perspectiva de presente y de futuro …. es la realidad del marginado. Sin llegar a este estado tan lamentable, cuando se reflexiona con cierta profundidad sobre el ordenamiento de cualquier ámbito en los que transcurre nuestra vida, no todo el contenido de las disposiciones, reglas y normas nos convencen y mucho menos nos anima a su cumplimiento. Las reglas de conducta, y sobre todo las normas morales han sido “mamadas” e impuestas desde la cuna.
Siempre es la ignorancia el antagonista de la comprensión y por tanto del conocimiento; pero otras veces es la profundidad de la reflexión la que nos lleva a la duda de la veracidad de las ideas; no se acepta el consenso de los demás, sobre todo en aquello que no es verificable por los sentidos: es el modo subjetivo de nuestra naturaleza y personalidad lo que nos hace ser escépticos, y es por eso que llegamos, incluso, a la devaluación y al rechazo de los valores más arraigados en la sociedad del momento o en la cultura en la que estamos inmersos. Así ocurre en nuestro tiempo que la verdad no siempre resulta liberada, ni tampoco siempre se realiza la justicia; es decir, que esos valores que debieran estar tan arraigados, no siempre están a la altura de nuestras expectativas.
En cualquier caso el ser escéptico no es una actitud exclusiva de nuestro tiempo, pues ya desde la antigüedad esta inquietud por no ser falsamente convencidos de la veracidad de los hechos se transformó en una doctrina, el “ESCEPTICISMO”, tan rigurosa que exigía pruebas y demostraciones a modo de evidencia.

“Puede que para algunos la situación expuesta les resulte indiferente, incluso aceptada (privilegiados ellos), pero para la gran mayoría, para la gente “de a pié” (estatus medieval), para el ciudadano que podemos llamar “normal”, para el que vive de su trabajo y ahora teme perderlo, o para aquellos que no lo tienen y se ven obligados vivir de la beneficencia y de la solidaridad, o para los marginado (que son muchos), la situación no puede ser más pesimista. Para estos la existencia ha quedado reducida a la supervivencia”

El término “moderno” que se identifica con un escepticismo exacerbado y que podría justificar un cambio de paradigma es el “NIHILISMO” que consiste en la doctrina que niega todo aquello que pretenda un sentido trascendental o determinista de la existencia, puesto que no tienen una explicación verificable; sin embargo es favorable a considerar la vida y a sus eventos como un devenir constante y concéntrico sin ninguna finalidad suprior o lineal como propugnan, por ejemplo, las doctrinas monoteístas (entre ellas el Cristianismo). Consiste en rechazar la mayoría de esos valores que sin tu convencimiento fueron asumidos desde la infancia, en la familia, por la costumbre, o por la cultura en la que creciste y que ahora desde la razón te parecen obsoletos y trasnochados. El nihilista crea una nueva escala de valores de manera personal que propugna y defiende hasta el punto de que puedan ser divulgados y universalizados. Ese nihilismo tan personal es la gran dificultad para un cambio de paradigma de toda la sociedad. Aun así comprendemos que en distintos ámbitos de nuestra sociedad actual: en la educación, en el ordenamiento jurídico, en lo absurdo del mantenimiento del ámbito religioso o en la estructura del Estado se precisan cambios esenciales; pero existe una rémora que son los intereses espurios y egoístas de la minoría de siempre que no quiere arriesgarse al progreso, ni a la destrucción de las cadenas que los aferra a la seguridad de las creencias tradicionales, sin pensar que la autoprotección es la forma más peligrosa de autodestrucción.
A pesar de todo eso nos puede consolar que el NIHILISMO en nuestro tiempo es cada vez más popular hasta convertirse en una actitud generalizada hacia un cambio del estado actual del mundo.
Si no somos capaces de romper el Sistema y conseguir guiarnos por una nueva escala de valores, seremos los mismos esclavos de siempre…..

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