Serge Lama es un cantante francés (verdadero escribidor de versos musicados) con un arte especial para fijar, de forma magistral, porciones de vida con palabras y acordes. Con una voz privilegiada y unas composiciones sublimes, Serge Lama es capaz de transportarnos a la guerra de Argelia de principios de los 60, de sufrir con él con su “je suis malade” (estoy enfermo… de amor) que le dedicaba a su mujer, o de relatar una complicada infancia con “les ballons rouges” (los globos rojos). Soberbio.
Divertido a veces, provocador en otras, hábil con los juegos de palabras siempre y constantemente capaz de innovar, Lama llevó a cabo más de 200 representaciones en Francia (aunque en Québec también actuó) con un espectáculo en el que cantaba exclusivamente acompañado por un acordeón (accordeonissi-mots). Un lujo para las amantes de la magia musical.
Las canciones de Serge Lama tienen que vivirse a corazón abierto, sin temor alguno a dejarse transportar hasta tierras sin retorno porque, en esto tampoco, el camino a la inversa tiene sentido.
Aunque con más de doscientas canciones en su tintero, el natural de Burdeos es capaz de remover las entrañas a la más insensible. En unos textos tan despiadadamente autobiográficos que a veces tienen hasta tintes vitriólicos. Buena muestra es su trabajo “Les poètes” (los poetas):
“Los poetas, ya lo ves, no hay que vivirlos,
Hay que tropezarse con ellos por la noche, en la esquina de un libro.
Que una espesa bruma por siempre te proteja,
De sus invernaderos de pájaros sepultados bajo la nieve.
Sus quejas sólo son una expresión del viento,
Pero si hay que quererlos muertos, vivos hay que huir de ellos…
Imagínalos,
Todo lo que quieras y te apetezca,
Libres y locos,
Pero, sobre todo,
Quédate a distancia de mirada
Y nunca te acerques a ellos…
Los poetas, ya lo ves, son aves sin alas
Que cayeron del cielo por perseguir un destello.
Y aunque te adornes de oro y de perfume,
No se consuela a un pájaro desplumado.
Quédate a distancia de mirada
Y nunca te acerques a ellos…”.
Sin palabras.
Serge Lama también es un autor con la capacidad de transformar un hecho cotidiano en una acuarela que derrama su sensibilidad por todos los lados del cuadro, y con el talento para escribir en cualquier sitio, en cualquier cosa y de cualquier manera.
La siguiente anécdota define perfectamente al personaje. En un momento de sus muchos conciertos, tuvo que posar sobre el escenario para un fotógrafo de prensa en un acto de promoción. El profesional del iris le pidió que cogiese papel y pluma para cargar de contenido el instante y evitar lo que se llama en el argot “fotero” una foto “plana”.
Lama se sentó en una pequeña mesa y empezó a escribir, en principio, para cumplir el trámite. Pero, poco a poco, lo que había empezado como una tarea de obligado cumplimiento, se transformó en una de sus producciones más sublimes: “El 15 de julio a las 5”. En esta canción, un hombre describe un momento de paz como si de una foto fijada en mitad de la vorágine estival se tratase. Con frases de una extraordinaria calidad literaria (“mi piano se duerme por fin tras una noche de lamentos”), Lama nos muestra una serie de placenteros momentos en los que, como toda sensación extraordinaria que nos tomamos la molestia de alimentar, vuelve inexorablemente a la aburrida y cómoda monotonía, con una estrofa que te envuelve, como la hiedra del día a día acaba sepultando cualquier intento de que las mariposas puedan volar:
“Mañana,
es triste la vida de artista,
Retomaremos la vida de antes.
El piso en el que nos aburrimos,
Invitaremos a Federico,
Mis Hermanos, tus Hermanas, a todo el mundo,
Y ya solo quedará un leve aroma
Del 15 de julio a las 5”.
Brutal.
En aquel momento, Serge Lama había llegado al “click”, ese punto de no retorno en el que la magia empieza a brotar sin posibilidad de admitir diques, o de ser conservada en infértiles embalses que mansamente esperan autorizaciones para vivir tiempos mejores. Allí, en una sala cualquiera de conciertos y a raíz de una petición anodina, alcanzó el axiomático cruce del sempiterno Rubicón, ese punto en el que ya nada es igual porque, por fin, ha surgido en un estallido de luz el germen dormido de la creación, o de la conciencia, que para el caso...
Alcanzar ese punto es el anhelo de cualquiera en cualquier ámbito. O debería serlo, claro.
Cada cual persiste a su manera -o debería persistir, insisto- para indagar dónde se halla ese punto preciso de explosión, y todo en un constante empeño de búsqueda de Luz entre tantas inmundas tinieblas.
El filósofo anarquista alemán Johann Kaspar Schmidt (más conocido como Max Stirner) abogó por una humanidad en la que las personas fuesen individualidades pensantes y no una acumulación de serviles cabezas sin cerebro. Ello supuso, obviamente, una brutal contraposición a las tesis de su contemporáneo Marx que defendía el establecimiento de una élite que guiase a la “masa” hacia una más que hipotética [y falsa] libertad. Stirner buscaba provocar el “click” de la Libertad en las mentes, mientras que Marx defendía el autoritarismo como única forma de supuesta liberación. El librepensamiento como forma de vida frente al autoritarismo y las cadenas. Nada nuevo, es cierto.
Stirner, a pesar de las “severas recomendaciones” del que escribió “El capital”, siguió manteniendo sus tesis de que la Libertad solo se alcanza con Libertad. Aquello acabó significando una severa reprimenda pública de Marx en varios escritos; las totalitarias de todo pelo se instalan invariablemente en el concepto de la “despótica libertad ilustrada”. Lamentablemente, la historia lo corrobora. Una y otra vez. Sin que importe color o idioma. Los grilletes y los tiros en la nuca jamás supieron hacer distingos. Un clásico.
El desenlace de la polémica es tristemente conocido: mientras que las seguidoras de Marx siguen pretendiendo, aún hoy, asaltar los poderes para instalarse en los muchos sillones de mando, las que respiran como Stirner siguen pensando [y defendiendo] que la persona está por encima de dogmas, ideas o banderas. Las marxistas culminaron, en su momento, el asalto a los cielos tomando el Palacio de Invierno. Las consecuencias aún las estamos pagando.
Las otras continúan persiguiendo la Utopía.
¿Inutilidad romántica y desfasada? Algunas probablemente opinarán que sí, en una suerte de refrendo de ese imbécil soniquete que asegura, a modo de insulto, que las utópicas nunca tienen los pies sobre la tierra. Esto merecería un alto en el camino para pararnos a pensar que, si esa afirmación fuese real, cómo podríamos hoy, cien años después, disfrutar de esa idea/propuesta/iniciativa que en su momento se tildó de descabellada pero que ahora ya nadie duda en calificar, a boca llena y sin reparos, de genial e irremplazable. O las locas que supuestamente pasan el tiempo con la cabeza en las estrellas no están tan locas, o nosotras estamos más encadenadas de lo que podemos imaginarnos.
“La Vida, mamá…la Vida” como sentenció una genial analista de situación. Vergüenza debería provocar todo esto… si aún tuviésemos alguna capacidad para ello, claro.
Las hay, cierto es, que no dudan en afirmar que no existe ni el “non plus ultra”, ni “la única verdad es la que proclama el partido en todos sus escritos” (sic). Cuando esto ocurre, se produce una axiomática situación: sufren el fuego cruzado de dos grandes tribus. Primero el de las que quieren que todo cambie para que todo siga igual; y después están los disparos de las que quieren que todo siga igual, pero envuelta en un disfraz de cambio radical de esos que te hacen ganar votos. Pensar te transforma invariablemente en antisistema. Librepensar te convierte en el enemigo a abatir. Siempre.
Brutalmente alejadas de romanticismos absurdos o de acomodaticias posturas contemplativas, las que se atreven a querer ver más allá de los horizontes permitidos siguen tirando a diario del alba para que la Luz alumbre por fin un futuro fraternal. Cuestión de elección vital.
Estas inconscientes sobre las que se suele alegremente escupir, defienden una sociedad en la que la Libertad sea la base, la Igualdad el medio y la Fraternidad el fin, tal y como proclamaba el francmasón Ricardo Mella, afín a Stirner.
Algo perfectamente asumible por todas y fácil de entender, ¿verdad? Pues, a pesar de la evidente simpleza de la declaración de intenciones de Mella, nos empeñamos en no querer comprenderla. Es un “que inventen otras” en toda regla trasladado a lo social, a nuestro cercenado presente, a nuestra domada vida y a nuestros prefabricados anhelos.
El caso es que nos guste o no, a día de hoy, en esas estamos.
Somos esa mayoría llamada silenciosa que, con la misma atención que suelen prestar las vacas al ver pasar el tren, contemplamos impávidas cómo el planeta se va literalmente a la mierda a cambio de estériles intereses económicos (Brasil es un buen ejemplo, pero no el único… que no le engañen) sin querer implicarnos en nada. Asco.
Somos esas mismas que, apelando a la defensa de una supuesta parcela de libertad individual, nos empeñamos en no querer ver que el nuevo asalto a la Bastilla ya no se hará para proclamar la “Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano”, sino para aplicarla de una vez por todas. Pero claro, estas cosas están tan alejadas del ideario que supuran los programas de Telecinco y similares que ni siquiera nos planteamos que podríamos atrevernos a pensar, no vaya a ser que se sepa. No hay peor ciega…
Continuamos siendo esa masa siempre ávida de salvadoras que, en lugar de cuestionar a quien aprovecha el envenenamiento de nuestras vidas con miles de toneladas de plástico, no dudamos en mandar a la hoguera a quienes osan mostrarnos la verdad. Las poderosas están literalmente asesinando cualquier forma de vida por tierra, mar y aire mientras que, dócilmente, nosotras las disculpamos. Brutal y repetida imbecilidad en grado sumo. Se me agotan los calificativos
Demostramos un cinismo a prueba de remordimientos cuando, con ahínco y anteojeras bien caladas, buscamos mil millones de excusas para justificar que personas idénticas a usted y a mí, que solo pretenden vivir como nosotras, se sigan muriendo en mares cuya espuma sirve de mortaja. Eso sí, el soniquete de que las ONG que rescatan a personas en los mares están en connivencia con las mafias sí sabemos repetirlo. Siempre se nos dio bien repetir consignas sin pensar. En definitiva, un “circulen, no hay nada que ver” en toda regla.
Evidenciamos no tener intención alguna de cambiar de latitud mental cuando, de forma servil y probablemente con más miedo que determinación, cedemos sin apenas resistencia nuestras endebles parcelas de libertad ante el implacable avance de los nuevos totalitarismos dogmáticos que ya anuncian la vuelta a las galeras de todo tipo. Pobre de Saint-Exupéry, si levantara la cabeza y viese a tanta supuesta seguidora dispuesta a prostituir su rosa en cualquier esquina...
Definitivamente, manifestamos no querer entender nada cuando no dudamos en dar un vergonzoso carpetazo a la palpable existencia de desigualdades, tildando de exageradas y desproporcionadas las evidencias que demuestran que se sigue considerando a la mujer como un sujeto de segunda categoría a todos los efectos.
De la misma forma, y con la misma hipócrita alegría, ignoramos que la esclavitud es una pujante y rentable realidad en países como Libia y similares, esos mismos territorios que no dudamos en calificar de perfectamente seguros para los migrantes. Sin embargo, pasamos alegremente por alto que no visitaríamos esos países ni con la pulsera fosforescente de “todo incluido”. Reconozco que esto supera los límites de mi indignación.
Usted, como siempre, sabrá lo que más le conviene, pero en este H2SO4, al igual que Serge Lama, seguimos empeñadas en continuar buscando nuestro particular “15 de julio a las 5” ese “click” que busca nuevos amaneceres, nuevos horizontes y sobre todo, ese compromiso con el género humano que permita avanzar hacia lo que proclamaba el citado Mella.
¿Y para qué tanto esfuerzo si dentro de cien años todas calvas?
Pues para que, dentro de varios decenios, las hijas y nietas de las que ahora prefieren los guantes estériles a mancharse las manos de realidad, puedan caer en la cuenta que tan locas no estaban las que creían en ese mundo mejor que albergaban en el corazón y lo dibujaban con el alma mientras trabajan menos días, menos horas y gozan de más derechos.
Claro que si lo suyo no se refleja en este “15 DE JULIO”, siempre le quedarán las anestésicas nanas y los cuentos edulcorados sobre los que libremente versaba León Felipe:
“Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto:
que la cuna del hombre la mecen con cuentos,
que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos,
que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,
que los huesos del hombre los entierran con cuentos,
y que el miedo del hombre...
ha inventado todos los cuentos.
Yo no sé muchas cosas, es verdad,
pero me han dormido con todos los cuentos...
y sé todos los cuentos”.
El problema estriba precisamente en el hecho de que preferimos seguir durmiendo y ser alimentados artificialmente a despertar para tomar las riendas de nuestro futuro.
En fin, y a modo de consuelo podemos vitriólicamente decirle que siempre le quedará el Monopoly para sentirse rica. Con suerte, igual pilla la ironía…
De nuevo, nada más que añadir, Señoría.
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