El grado de satisfacción del alumnado de las facultades de Educación, Economía y Tecnología y de Ciencias de la Salud de la Universidad de Granada (UGR) en Ceuta con su profesorado es, en general, alto.
Los estudiantes de Administración y Dirección de Empresas han puesto a sus docentes un 4,7 sobre 5 en su última valoración revisada por la Dirección de Evaluación y Acreditación. Los de Educación Infantil, un 4,5 a los suyos. En general, los profesores también están muy contentos: el del grado de Educación Infantil sitúa en un 4,8 sobre 5 su satisfacción su actividad docente. El de Enfermería, un 4,1, otro notable alto.
Los informes de la Agencia Andaluza del Conocimiento para la renovación de la acreditación de los grados que se imparten en la ciudad autónoma hacen especial hincapié, en lo que al profesorado se refiere, en su capacidad investigadora. “Aunque se observa un incremento marginal en el aumento de sexenios, todavía un 67% de la plantilla no tiene ninguno”, advierte, por ejemplo, sobre el plantel de docentes del título de Administración y Dirección de Empresas. Son varas de medir la docencia universitaria y su excelencia.
Hacerlo no es ni “fácil” ni “trivial”, avisa Fernando Trujillo, profesor titular del departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura de la Facultad de Educación, Economía y Tecnología, que acaba de publicar un artículo titulado ‘¿Qué significa enseñar bien en la universidad?’ que en menos de dos semanas ha superado las 20.000 lecturas en ‘The Conversation’, una plataforma de divulgación del conocimiento académico y científico en español.
En él concluye, entre otras cosas, que las universidades deberían “poner el foco en garantizar las condiciones necesarias para una docencia y un aprendizaje de calidad y no solo en el fomento de la investigación y de la transferencia como actividades que aportan recursos económicos a sus maltrechas economías”.
Desde su punto de vista, para conseguir “que, más allá de los docentes comprometidos de manera individual, todo el claustro de todas las universidades asuma el compromiso con una docencia de calidad” también es necesario conseguir “que los docentes revisen críticamente su metodología docente y que los docentes más experimentados no abandonen los grados en beneficio de los postgrados”.
La tercera pata del banco pasa por “que los responsables políticos no miren a otro lado mientras crece la oferta privada de titulaciones universitarias y, al mismo tiempo, se bloquea el crecimiento, la renovación y la mejora de los grados en la universidad pública”.
“En juego”, advierte Trujillo, “está no sólo la satisfacción del alumnado sino, sobre todo, el futuro de una sociedad que confía en su universidad como agente formativo de calidad”.
La docencia del siglo XXI debe pasar por abandonar “la dieta exclusiva de clases magistrales tradicionales” parar ir hacia un menú de “propuestas pedagógicas” en las cuales, la mayor parte del tiempo, los estudiantes son participantes activos en el proceso de aprendizaje.
El profesorado que trabajan con “metodologías centradas en el aprendiz y con altas expectativas de lo que sus estudiantes pueden lograr consiguen que estos desarrollen estrategias de aprendizaje de mayor calidad y profundidad”, pero para adquirir las competencias genéricas, pedagógicas y disciplinares que requiere la docencia del siglo XXI hace falta “tiempo”, algo que “escasea a medida que se multiplican las tareas de investigación, gestión, internacionalización, transferencia o extensión universitaria, unidas, en muchas ocasiones, a condiciones laborales de altísima precariedad”.
“Se requieren cambios estructurales que revaloricen la docencia y la formación como funciones fundamentales de la universidad, como defiende nuestra legislación”, estima Trujillo, que también alerta de que “no valen los atajos” y de que “se necesitan actuaciones desde una perspectiva macro (mejoras en la financiación universitaria; diseño, actualización flexible y revisión de planes de estudio; promoción de la evaluación y la investigación sobre la docencia universitaria, etcétera), una meso (existencia de centros de formación docente e innovación en las universidades; procesos de mentoría, tutorización y observación entre iguales...) y otra micro (adecuación de los espacios y tiempos de docencia y aprendizaje; dotación de recursos; difusión de modelos y buenas prácticas docentes, etcétera)”.
Trujillo defiende en su último artículo en ‘The Conversation’ que “para conseguir que la docencia sea una actividad efectiva, los departamentos y facultades deben aspirar a constituirse en comunidades de aprendizaje profesional: deben afrontar retos y objetivos compartidos y claramente relacionados con la mejora de los resultados de aprendizaje”. A su juicio “también deben dedicar tiempo a reflexionar sobre la práctica docente para detectar cuáles son las premisas sobre las cuales se sostiene la docencia en la actualidad (“cómo creemos aprende un estudiante universitario y cómo se debe enseñar”), y las palancas que se pueden usar para mejorar la docencia en coherencia con los objetivos planteados”.
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