Obviamente la primera clave, la última ratio, no ya para el casi desideratum de resolverlo en horizontes razonablemente contemplables pero sí a fin de encauzar debidamente el tema clásico, histórico, recurrente e irresuelto aunque no irresoluble, de nuestros contenciosos diplomáticos, radica en el manejo correcto de las variables que los configuran y condicionan. Las insuficiencias del derecho internacional; las imperfecciones, servidumbres incluidas, de la política exterior; los intereses parciales; el peso y el prestigio de las partes; la certera prédica y predicamento del posibilismo... todo ello lleva indefectiblemente a la realpolitik.
En Las Salvajes, hay que culminar las negociaciones en el tema en disputa, si son islas habitables o islotes inhabitables, y de ahí a delimitar las aguas circundantes, su extensión. Ya es tiempo de superar la indefinición, en la misma línea que se recuerda el carácter pendiente de la negociación general sobre nuestras aguas jurisdiccionales. Diríase, por lo demás, que el concepto de habitabilidad resulta en principio suficientemente claro y quizá hasta se podría aplicar que “no hay necesidad de interpretar lo que no necesita interpretación”.
"En Perejil, de manera invariable mantengo que hay un mejor, no un único, pero sí un mejor derecho de España”
Olivenza, controversia no jurídica, donde el derecho español es incuestionable, se inscribe en las relaciones de buena vecindad, que con Portugal como con Iberoamérica tienen que ser siempre las mejores. La opción del referéndum se antoja si no invocable, desde luego que nunca descartable para superar un diferendo tan por lo menos insólitamente incómodo. Siempre escribo en este punto que según están las cosas parece que arrojaría color español.
Y en Perejil, de manera invariable mantengo que hay un mejor, no un único, pero sí un mejor derecho de España, dato que se reitera ante un eventual aunque asaz improbable según va la dinámica de nuestras disputas con el vecino del sur, litigio jurisdiccional sobre la soberanía.
La cuestión saharaui, ese drama cercano a lo inconcebible y ya casi medio centenario, no parece escapar al alcance imperfecto pero actuante de la realpolitik. Al acuerdo en directo, sin terceros, entre las dos partes. Y ahí, la salida, mejor que solución, más indicada podría ser, vistas las circunstancias concurrentes, la partición, la número tres de las cuatro propuestas formuladas por Koffi Annan, hace veinte años. Como termino de escribir y se insiste por su posible pertinencia, ni el trono puede ceder más, dado que ya, a la tercera, el golpe de estado sería inevitable, ni los polisarios aceptar menos, puesto que la gran autonomía ofrecida por Rabat podría implicar el riesgo vital de que se fuera minorando, difuminando la entidad de “los hijos de la nube”, absorbida dentro del reino; que antes más que después, se extinguiera en la práctica la nación saharaui.
"Cualquier examen actual, por tanto, no excedería en términos diplomáticos del plano teórico"
En Gibraltar, el iter, ya más un dédalo a causa de los recovecos y desviaciones que lo vienen jalonando, hacia la llave que pende en la puerta del castillo del escudo y de la realidad de la colonia, ante la ONU y la UE, la última en Europa y tierras adyacentes nótese que la más próxima sería el Sahara, tal vez debiera de ser más rectilíneo que el emprendido en la actualidad. Tres siglos constituyen aval incuestionable para una acción más enérgica, más incisiva, siempre pivotando como corresponde sobre la legalidad: bien y de preferencia, inmediata, tal que preceptuada por Naciones Unidas; bien mediata, con el cumplimiento sin ambages ni fisuras, hasta donde se pueda, hasta donde permita el tratado de Utrecht. Y por supuesto, el simultáneo e impostergable desarrollo del Campo de Gibraltar, felizmente ya iniciado.
"En Las Salvajes, hay que culminar las negociaciones en el tema en disputa, si son islas habitables o islotes inhabitables, y de ahí a delimitar las aguas"
Y Ceuta y Melilla, nuestro contencioso más delicado y complicado. Aunque el presente resulta acuciante, ya he casi patentado algo parecido a “la creciente hipostenia de la posición española”, Rabat no va a entrar todavía en el fondo de la cuestión, principio irrenunciable y programático del ideario alauita. Necesita previamente solventar el Sáhara, como marcó Hassan II. De ahí que un más urgido Mohamed VI esté implementando lo que yo he calificado de diplomacia acelerada, presionando a Madrid con acciones que hablan por sí solas. Cualquier examen actual, por tanto, no excedería en términos diplomáticos del plano teórico, a diferencia de otros campos que emergen con nitidez. Y en ese punto, siempre, se insiste, en aproximaciones académicas de futuro, el potencial, latente, Estatuto de Territorios No Autónomos. Quizá no esté de más la referencia que el diplomático Francisco Villar acuñó en frase un tanto efectista pero autorizada, cuando el Comité de los 24 aplaza para 1976, la eventual ampliación de la lista de Territorios no Autónomos: “Así la cuestión de las Plazas de soberanía queda congelada en la ONU, pendiendo cual espada de Damocles sobre la cabeza del gobierno español hasta que a Rabat le interese reanimarla”. Ya he analizado in extenso las varias opciones del Estatuto: independencia, libre asociación, integración o cualquier otro estatuto político, y sus probables derivas, que se canalizan en la libre voluntad de sus habitantes, la autodeterminación, principio cardinal de cualquier derecho internacional que se proclame moderno.
Incidentalmente se señala que la exigüidad territorial, 19.300 kms2 de Ceuta y 12.300 kms2 de Melilla, no resultaría determinante. Recordemos que Mónaco tiene 20 kms2. A partir de aquí, la viabilidad sería otra cuestión, lo que emplaza el asunto ante la posibilidad teórica de la libre asociación, en el estado políticamente casi puro de Puerto Rico con Estados Unidos o en los más peculiares pero igualmente operantes de la “amistad protectora” de Francia con Mónaco o de Italia con San Marino y dentro de esos regímenes, continuamos como siempre siguiendo al inolvidable profesor de París, Charles Rousseau, se subrayan los aspectos económicos, es decir, las uniones aduaneras del tipo Liechtenstein/Suiza o Mónaco/Francia.
"La cuestión saharaui, ese drama cercano a lo inconcebible y ya casi medio centenario, no parece escapar al alcance imperfecto pero actuante de la realpolitik"
Dejamos el tema ahí, no sin recalcar que (ahora que se anuncia la inclusión, por primera vez, de Ceuta y Melilla en la Estrategia de Seguridad Nacional, recuérdese a algún efecto que yo publiqué un clásico sobre las ciudades ya en 1989) interesa traer a colación el dato geoestratégico de las alianzas en zona hipersensible, que engloba teóricamente hasta las Canarias. Y entonces, un breve apunte en esta sinopsis de urgencia: los dos principales aliados de Rabat, se caracterizan, Francia por ser el único país de la UE miembro permanente del Consejo de Seguridad, con todo lo que esa especial condición conlleva, y Estados Unidos, con la entente bilateral antigua desde 1777, cuyo blessing ha desequilibrado la cuestión saharaui, amén de, ya sobre Ceuta y Melilla, respecto de la cobertura de las ciudades, atenuar ¿sobremanera? el principio de solidaridad entre los miembros en las intervenciones fuera de zona por parte de la OTAN.