Opinión

500 años más tarde, la unión geográfica y simbólica de civilizaciones

Hubo un momento en que los Reinos de España y Portugal desconcertaban las aguas portentosas de los mares. Acechaban más allá de sus límites fronterizos y se proyectaban por la apuesta de apoderarse de nuevas tierras.
La ocupación de Constantinopla en el siglo XV, hacía arriesgada y digamos que casi inútil el itinerario tradicional terrestre de la seda, abierto en el siglo XIII por el mercader veneciano Marco Polo (1254-1324). Los otomanos dominaban el Estrecho del Bósforo y a cal y canto lo cerraron a la singladura, problematizando la comercialización entre Europa y Asia.
Conjuntamente, el Renacimiento había proporcionado diversas innovaciones y el continente europeo pululaba con cientos de ideas pioneras. A groso modo, la imprenta de Johannes Gutenberg (1400-1468) patrocinó la divulgación de la reforma protestante; Leonardo da Vinci (1452-1519) e intelectuales afines creaban otros artilugios; se optimizó la tecnología náutica y construcción naval; además, se originaron progresos en la cartografía; sin inmiscuir, la mejora de la medicina experimental.
Obviamente, todo ello activó y movilizó a las dos grandes potencias del momento a indagar trayectos y periplos superpuestos por las aguas ignotas. Y convencidos de que la Tierra era redonda, exploraron sin complejos el globo terráqueo, porque tenían un propósito comercial: alcanzar las Islas Molucas, también conocidas como las Islas de Las Especias y situarse en el lejano Oriente para intercambiar géneros y trasladar a Europa las valiosas especias y productos como la seda o el incienso.
En sus pretensiones y aspiraciones de amplificar sus espacios geográficos localizaron un nuevo continente: América, quisieron hacerse dueños y señores de lo habido y por haber y comprobaron que era posible estar conectados.
En 1487, el navegante portugués Bartolomé Díaz (1450-1500) dobló el Cabo de Buena Esperanza que enlazaba con el Océano Índico, aunque materialmente le sería inalcanzable proseguir hacia la India. Posteriormente, en 1492, al otro lado del Atlántico Cristóbal Colón (1451-1506) avistaba tierra a la vista.
Ya, en la primera década de 1500, los lusitanos capitaneados por Vasco de Gama (1469-1524) tocaban la India y en 1519, Fernando de Magallanes (1480-1521) se dispuso a concluir la ruta perfilada por Colón, y de esta manera llegar a las Islas Molucas continuando el recorrido marítimo hacia Occidente.
A decir verdad, la primera vuelta al mundo era un desplazamiento comercial por el control de las especias, considerado hace medio milenio, el único lugar del que se extraía en exclusiva lo proyectado.
El cronista de aquella empresa recayó en la persona de Antonio Pigafetta (1480-1531) que literalmente subrayó: “el Capitán General Fernando de Magallanes había resuelto emprender un largo viaje por el Océano, donde los vientos soplan con furor y donde las tempestades son muy frecuentes… quería abrir un camino que ningún navegante había conocido hasta entonces… “.
Asimismo, Pigafetta comenzaba el 10/VIII/1519 a describir una de las narraciones legendarias de la que este año se conmemora el ‘Quingentésimo Aniversario’: “Una vez que la escuadra tuvo a bordo todo lo que era necesario, como igualmente su tripulación, compuesta de 237 hombres, se anunció la partida con una descarga de artillería y se desplegaron las velas de trinquete. Descendíamos el río Betis hasta el puente del Guadalquivir. De Sevilla viajaron a Sanlúcar de Barrameda y llegaron a las Islas Canarias, donde acabaron de cargar víveres”.
Más adelante, se enfilaron hasta la Bahía de Río de Janeiro y rastrearon el litoral, en una travesía que los llevó a la desembocadura del Río de la Plata y al Estrecho de Magallanes, intrincándose en el enredo de la Patagonia durante veintitrés largas jornadas, habiendo de desafiar al implacable viento patagónico, dueño y señor de aquellas aguas turbulentas y tierras inexploradas.
Tal y como señala Pigaffeta en su diario de abordo al pie de la letra: “Encontramos un estrecho que llamamos de las Once Mil Vírgenes, porque ese día les estaba consagrado. Este estrecho, como pudimos verlo en seguida, tiene de largo 110 leguas marítimas de cuatro millas cada una; tiene media lengua de ancho, a veces más y a veces menos, y va a desembocar a otro mar que llamamos Mar Pacífico”.
Ni que decir tiene, que aquellos hombres esforzados iban a ser los primeros en surcar del Océano Atlántico al Pacífico.
Ante los persistentes forcejeos terrestres de las dos potencias circundantes, el ‘Tratado de Tordesillas’ (7/VI/1494) fraccionó el mundo entre España y Portugal. Eso exigió a los exploradores hispanos a sortear las posesiones intervenidas por Portugal, lo que les forzó a tomar decisiones que entorpecieron aún más su gallardía … y sobre todo, les hizo perder muchas vidas, ya que no pudieron proveerse apropiadamente en instantes tan críticos.

"He aquí el cénit y epítome de la designada ‘Era de los Descubrimientos’, con sus lógicas ramificaciones socioculturales, geopolíticas y económicas que actualmente no dejan de latir"

El 8/IX/1522, tres años después de partir el Victoria llegó a puerto, encabezado por Juan Sebastián Elcano (1476-1526). La maltrecha embarcación y sus dieciocho tripulantes fatigados y exhaustos era lo que permanecía de una flota paupérrima que había zarpado hacía unos mil días. Por aquel entonces, “el lunes 8 de septiembre largamos el ancla cerca del muelle de Sevilla, y descargamos toda nuestra artillería. El martes bajamos todos a tierra en camisa y a pie descalzo, con un cirio en la mano, para visitar la Iglesia de Nuestra Señora de la Victoria y la de Santa María la Antigua, como lo habíamos prometido hacer en los momentos de angustia”.
Su empeño residió en buscar para la Corona de España el atajo Occidental que daba acceso a la órbita de las especias de Oriente. La partida regresaba al mismo puerto poniendo proa en idéntica dirección. Materializándose la primera vuelta al mundo como uno de los sucesos más sobresalientes que hayan existido.
A pesar del número de pérdidas en vidas humanas, la primera circunnavegación se convirtió en una hecho que adquirió repercusiones veloces en múltiples facetas. Llámense a nivel del comercio, o las comunicaciones, la botánica y zoología, e incluso, la cartografía o la verificación de que la Tierra es esférica y no únicamente redonda. Y sobre todo, se había conseguido un éxito sin precedentes, venciendo infortunios y calamidades de toda índole, exhibiendo una capacidad de abnegación extraordinaria, como demuestran las memorias de los primeros referentes del Pacífico.
Tras éstos, otros actores de primerísimo orden, fundamentalmente, franceses, ingleses y neerlandeses se tiraron a la conquista como llanamente se diría, en el averiguamiento de fortunas y tesoros.
Con estas connotaciones preliminares, productos tan solicitados y deseados en Europa como la nuez moscada, la pimienta, el clavo, el azafrán, la canela o el jengibre, merecían el compromiso denodado de aparejar una flota de cinco naves como la Trinidad, San Antonio, Concepción, Victoria y Santiago, para llevar a término una gesta sufragada por el rey Carlos I (1500-1558), que quedó rubricada en las páginas de oro de la Historia de la Navegación.
Pero antes de analizar sucintamente las pormenorizaciones de este acontecimiento, una proeza de este calado sólo era posible gracias a unos corazones con un brío inigualable, como una sabiduría asombrosa sobre el mar, más el alto sentido del deber y honor que les permitió no desistir a la obra que estaría por llegar, sobrellevando un modo de subsistencia extremo, casi aterrador, durante los años que se prolongó la expedición.
Al mismo tiempo, en el tránsito de regreso el anhelo de describirlo con el más mínimo detalle, tuvo que ser el aliciente que los envalentonaba, más que el arroz hervido con agua de mar que los sobrevivientes comían a diario.
No obstante, hay que matizar al respecto, que dar la vuelta al mundo no entraba en los planes básicos. La meta establecida por Carlos I a Magallanes, en calidad de Capitán General de la Armada, era limitarse a las Islas de La Especiería que habían quedado dentro del ‘Tratado de Tordesillas’, mediante un pacto previo en el que los Reinos de España y Portugal se repartieron el mundo descubierto o por descubrir en sendas mitades.
Las Islas Molucas se hallaban en lo desconocido y para llegar hasta ellas solo había un procedimiento incuestionable, por el hemisferio portugués, y otro verdaderamente inseguro, por el castellano. Magallanes pretendería orientar un paso permisible en América que le dejara navegar por el Pacífico. Un objetivo buscado por Castilla desde tiempos de Colón.
En caso de que esta alternativa fracasase, derivarían a La Especiería por las aguas del hemisferio portugués, aunque sin demorarse en tierra para no incumplir el ‘Tratado de Tordesillas’.
Sobre las Islas Molucas poco conocimiento se tenían de ellas, salvo que se atinaban a la altura del ecuador más allá de la India en dirección Este, y era el enclave donde se producían las hierbas que en la Edad Media rebasaban precios inimaginables, y cuyo comercio a través de Oriente Medio por los árabes que las trasladaban desde su origen, y después por medio del Mediterráneo, principalmente por mercaderes venecianos, era obstaculizado por el emergente imperio turco.
Otro detonante que avivaba el interés de España en ubicar las Islas Molucas con exactitud, radicó en que los lusitanos ya estaban llegando a las mismas, porque nos llevaban alrededor de un siglo de ventaja en sus trayectos hacia las Indias.
Sin duda, una de las causas es que Portugal había acabado su Reconquista mucho antes que España. Y como tal, se había dedicado a adentrarse en las costas africanas, sondeando una salida que les otorgara poner rumbo hacia las Indias y así inaugurar una ruta comercial. Su táctica se basó en fijar distintas bases a lo largo y ancho que valieran de puertos logísticos. No olvidemos, que en 1498, Vasco de Gama logró alcanzar Kozhikode, también llamada Calicut o Calcuta.
Si bien, lo que en un principio era una incursión en la búsqueda de un derrotero factible para el comercio con especias, se transformó en la primera vuelta que trajo consigo un cúmulo de importantes descubrimientos, pero ¿qué contextos históricos precedieron a estas páginas memorables?
Partiendo de la Edad Media en la que las incursiones de los pueblos germánicos impulsadas en el siglo V trajeron aparejado la descomposición del Imperio Romano. Subsiguientemente, en el siglo VII los combatientes árabes penetraron en una amplitud que abarcaba desde Hispania hasta Asia Central. Y como es sabido, en el siglo XI, los reinos de Europa se dispusieron en redimir dichos territorios en las cruzadas.
Dos siglos más tarde, o séase, en el siglo XIII, con el ocaso de las cruzadas cobran más peso las ciudades y, con ellas, la comercialización prospera favorablemente. En lo que a este recinto se refiere, Europa se queda obsoleta de cara a las sociedades más modernas del Medio y Lejano Oriente, que por otro lado, manejan a la perfección el comercio internacional. Entre los géneros preferidos se topan las joyas y tejidos, y sobre todo, las especias en los mercados asiáticos.
Estos proveedores no eran fácilmente asequibles para los negociantes occidentales, porque desde la ‘Conquista de Constantinopla’ (29/V/1453) se asignaron elevados costes. Por lo tanto, los navegantes se prepararon para poner en claro otros recorridos hacia Asia, valiéndose de las cartas portulanas, con listas sistemáticas de puertos, las distancias entre ellos y las direcciones para dirigirse de uno a otro.
Como telón de fondo, en los estrenos del siglo XVI, Castilla vive un período inconfundible con la crisis sucesoria al trono. Años ampliamente dificultosos y complicados en los que se ocasiona un despliegue imponente en el exterior, con operaciones en el Mediterráneo, Atlántico y Pacífico. Mientras tanto, desde la Península Ibérica se plasma un empuje marítimo, cuyo resultado no puede ser otro que la batida y colonización de otros territorios en los márgenes de los mares.
El advenimiento de Colón a América, los viajes andaluces, los cabotajes inquiriendo La Especiería, o la primera circunnavegación culminada por Elcano, más el acierto del tornaviaje del Pacífico por Andrés de Urdaneta (1508-1568) y los rastreos con la vista puesta en Australia, sentaron las bases de la primera globalización e hicieron irrebatible la esfericidad de la Tierra, revelando la unidad planetaria del género humano.
Indudablemente, todo ello no habría sido viable sin la concerniente intensificación de los conocimientos científicos y del adelanto de otras metodologías en el campo de la navegación y cartografía.
Podría indicarse, que España descubrió un Nuevo Mundo y había empleado un cuarto de siglo en la disposición del continente, procediendo a su ordenamiento como a prevalecer en el dominio náutico del Atlántico. Pero, no por ello, desatendió la finalidad asiática y en una tendencia imparable trató de franquear el Nuevo Mundo girando hacia el Oeste, con en el punto cardinal puesto en las Islas de La Especiería.
Tras la audacia y el buen hacer de Colón, siguió la no menor epopeya de Magallanes y Elcano que, como resultante del descubrimiento del Mar del Sur por Vasco Núñez de Balboa (1475-1519), encontraron la comunicación entre ambos océanos. La competencia entre Portugal y España por citarse en las Islas de La Especiería aumentó en el Océano Pacífico. Y es que, durante centurias, los hispanos desde Balboa, han sido conscientes del enorme valor estratégico del Pacífico para las conexiones internacionales.
Es así, como la mayor inmensidad oceánica se convirtió en una verdadera laguna española, cuyos límites pudieron conservarse prestos e impetuosos hasta bien entrado el siglo XVIII.
Corría el 1/IX/1513 cuando Vasco Núñez de Balboa subió a bordo en Santa María de la Antigua, la actual Panamá, con la encomienda de encarar la averiguación del reino distante repleto de oro y asombrosas riquezas.
La exploración de estas aguas impertérritas a las que distinguió como Mar del Sur, para diferenciarla de las que estaban más al Norte, el Océano Atlántico, era el episodio más representativo de aquellos trechos tras el efectuado por Colón.
Desde un primer momento, el emperador Carlos supo valorar el alcance de este hallazgo, tan pronto como tuvo noticias y ordenó la expedición de Magallanes para corroborar de primerísima mano, si era admisible llegar a esta masa de agua desde el Atlántico envolviendo América por el Sur, y si persistiendo en la singladura después de salvar América, se resolvían las superficies de La Especiería, China y la India, a los que con anterioridad habían comparecido los portugueses bordeando el Cabo de Buena Esperanza en el extremo Sur del continente africano.
El Océano Pacífico, valga la redundancia, el más grandioso y colosal de las inmensidades marinas, un mar de mares y el más recóndito con la mayor biodiversidad del planeta.
Luego, las derivaciones más inmediatas de la primera vuelta al mundo que pueden reflexionarse como la coronación de toda una cadena de inspecciones, necesariamente cristalizadas por Colón, Vasco de Gama y Vasco Núñez de Balboa, se sucedieron como la apertura de una red de intercambios intercontinentales humanos, biológicos, agropecuarios, culturales y económicos, que, asimismo, encuadraron la novedad de redes comerciales entre los numerosos continentes y la combinación de los mismos en un sistema económico cosmopolita.
Este proceso que involucró a todos los mundos hasta ese momento conocidos, suscitó paradójicamente, el surgimiento de un único mundo y la coyuntura de imaginar por primera vez una historia en mayúsculas.

"Luego, las derivaciones más inmediatas de la primera vuelta al mundo se sucedieron como la apertura de una red de intercambios intercontinentales humanos, biológicos, agropecuarios, culturales y económicos"

La primera vuelta al mundo es, en efecto, una de las mayores efemérides rememoradas. Las odiseas y anécdotas de la andanza y la propagación de antecedentes geográficos y etnográficos, ayudaron a engrandecer la perspectiva mental de la época. Pigafetta, era consciente de la envergadura de su registro más que escrupuloso que, día tras día, realizaba de puño y letra.
De manera, que se libró el engranaje en la transmisión de los hechos, o más aún, la llave maestra para que en pleno siglo XXI podamos referirnos a una primera globalización o, tal vez, a una primera mundialización.
Globalización, que se hizo real por el arbitraje de los estados ibéricos, porque Felipe II (1527-1598) estableció su soberanía sobre las Islas Filipinas, que se dedicarían para aumentar el influjo hispánico por el Extremo Oriente y la Micronesia, con la toma en el siglo XVII de las Islas Marianas, sirviendo éstas para las travesías desde Asia a América y de las Islas Carolinas y Palaos.
En consecuencia, en las postrimerías de 1521 y tras dar con la tecla en el paso al Mar del Sur, ver frustrado el fallecimiento de Magallanes y experimentar un sinfín de vicisitudes a cada cual más ardua, hasta llegar a las Islas Molucas, la expedición de Elcano se topó ante una disyuntiva radical: bien, retornar a la Península por el Este o, por el contrario, regresar por el Oeste, incidiendo en el Océano Índico.
Quizás, la segunda elección se presentaba más embarazosa. Los lusitanos aguardaban en las aguas próximas a las costas y las corrientes y vientos del Índico eran desfavorables a un periplo de levante a poniente. No existían razones supuestas para soportar estos riesgos, ya que el servicio de enlazar con Las Especias por el Mar del Sur se había concretado. Lo cierto es, que esta última es por la que se inclinó Elcano.
Empeñándose en ello e imponiendo su criterio, se erigió en el sentido común del camino de vuelta, teniendo implicaciones extremadas, porque he aquí el cénit y epítome de la designada ‘Era de los Descubrimientos’, con sus lógicas ramificaciones socioculturales, geopolíticas y económicas que actualmente no dejan de latir.
Tanto el impacto que tuvo en su momento en el Viejo Continente, como sus efectos desencadenantes a medio y largo plazo, dilucidan la magnitud y fuerza de gravedad de la expedición de Magallanes y Elcano.
Con lo cual, se ratificó la frenética hipótesis de Aristóteles: la Tierra era redonda.
Contra toda predicción, estas almas audaces argumentaron que la dimensión del planeta era muchísimo mayor de lo que se suponía. Además, se reveló que América era un nuevo continente y que lo que dista de Asia es un exorbitante Océano, llegando y surcando el paso al Sur que ensambla Occidente con Oriente: el Estrecho de Magallanes.
Y por último, se le puso nombre a espacios y mares recién contemplados como Montevideo, Bahía de San Julián, Cabo de las Once mil Vírgenes, Cabo Deseado, Estrecho de Todos los Santos, hoy Estrecho de Magallanes, Mar Pacífico, Tierra del Fuego, Patagonia y, así, un larguísimo etcétera.
Y no hablemos de las lenguas desconocidas, como etnias, dioses y hábitos inmemoriales, de los que Pigafetta como si de un antropólogo prematuro se tratase, nos dejó un rastro imborrable. Por vez primera, se tiene un enfoque íntegro del mundo y sin saberlo, se rubricaron las auras de la globalización.
Finalmente, no podemos sino reconocer que, por ende, en términos de distancias cursadas, encuentros inauditos y acciones imperecederas, salvaguardándose más de un milenio de vacíos, la comparativa resulta realmente indescriptible: es así como se gestó la primera circunnavegación.

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